Berni es un peronista clásico que se recuesta sobre Cristina, que lo defiende a pesar de no cumplir con los protocolos progres que a ella le fascinan. No es Kicillof el que decide si sanciona o no al ministro que apostrofó a un miembro del gabinete de Fernández sino que es la vicepresidenta la que, según los intendentes, puso las condiciones para su remoción. Obsérvese: no está en juego la idoneidad de Berni ni la de Frederic para combatir la inseguridad, partido que está visto que están perdiendo por goleada, sino la cruda relación de poder interno en el oficialismo.
Lo más probable, ironizan los baqueanos que conocen el paño, que esté más cerca de irse la antropóloga que el militar médico que sobreactúa naturalmente todo lo que hace.
Si Fernández resigna otro de sus ministros, siguiendo la saga de Ginés, Losardo y Bielsa, conducta que habría alimentado el novelón de Berni, no será éste el que llegue al gabinete.
Los problemas políticos que tiene Fernández, además de la inflación y la crisis económica, la falta de vacunas, las contradicciones permanentes, las ineficiencias varias que no se disimulan con la verborragia oficial, surgen de la feroz interna del gobierno antes que de las filas de la oposición. Mutatis Mutandis, lo mismo que el menemismo, pero con distinto envase.
La sorpresiva cadena nacional, en la noche de la embestida de Berni y de la presentación del libro de Macri -un opúsculo para cazar en el zoológico-, fue un recurso pensado para advertir sobre el grave recrudecimiento de la pandemia. Faltó dramatismo, si esa fue la intención. Fue un Parto de los Montes. Pareció que anunciaba lo que marca el calendario, la llegada del otoño. No fue Esopo, fue Alberto.
Ricardo Kirschbaum