Al revés de Fernández, que cuando habla descarrila (por eso en Salta leyó y ni así evitó los problemas), la vice enoja a ajenos (y lo disfruta) pero entusiasma a propios. Es la única que realmente puede hacer esa tarea con eficacia. Pero hay que ver si retiene a todos los propios y, además, si con eso le basta.
Hay que animarse a hablar de proponer al Estado mandando sobre todo el sistema de salud justo ahora, con una inocultable mala gestión con la peste. Estamos lejos de ser los mejores. Y es muy feo contabilizar contagiados y muertos para hablar del asunto. Pero Cristina no se achica: “Vamos a salir con la vacuna. Vamos a volver a ser felices”.
Les habla a los muy propios. Y también se habla a sí misma. Comienza a sentir los temores que anteceden a mucho más que una desilusión. Tal vez, una temida frustración que ya conoce: perder en las legislativas, algo que necesita personalmente ganar tanto como el resto de la gente del país y del mundo necesita la vacuna. No puede perder un escaño en el Congreso. En Diputados se le empantanan proyectos muy sensibles para su situación judicial.
Las encuestas cantan malos números para el oficialismo en distritos electorales importantes -Córdoba, Santa Fe, Mendoza, Entre Ríos, Ciudad de Buenos Aires- y ahora se agregan síntomas preocupantes en la Provincia, donde se librará la batalla principal, en el corazón de los votantes oficialistas. Por eso volvieron -a medias- las clases y se ablandaron restricciones que, por otra parte, en muchas partes de esa provincia no se respetan.
Si Fernández no tracciona y Kicillof retrocede, Cristina ha decidido que encabezará la batalla. Su salida en medio de la pandemia es algo inédito: la vicepresidenta nunca apareció en los momentos de crisis durante su larga gestión ni durante esta peste, salvo para hablar de sus problemas personales.
El lanzamiento de Facundo Manes introduce un dato nuevo: por primera vez el radicalismo encuentra un candidato competitivo que desborda al partido y atrae a nuevos sectores. Ha impactado en la oposición, en donde se reordena todo y anticipa la llegada de Stolbizer, por ejemplo, y potencia la interna con Santilli, el candidato de Larreta. Para el kirchnerismo y Massa este factor es preocupante porque una primaria potente para la oposición puede anticipar problemas antes de la elección de noviembre.
Larreta metió a López Murphy, en un acuerdo ya cerrado, y ha empezado a tender líneas con peronistas que comienzan a abandonar esa fugaz ilusión que intentó crear el Presidente.
Fernández está atrapado en su propio laberinto. Ordena que los ministros salgan a defender al gobierno o que se vayan, en una declaración que tiene todo el sello de Cristina. El Presidente sabe que en su gabinete las dudas muchas veces le ganan a las certezas, sobre todo sobre su autoridad para marcar un rumbo que dure algo más que unas horas.
El último hecho - la abstención para condenar al nuevo dictador nicaragüense Daniel Ortega- ha desnudado otra vez la prédica vacía de la Casa Rosada. La decisión del Presidente fue tomada mirando la realidad interna de su relación con Cristina: allí termina la retórica y empieza el patetismo.
Ricardo Kirschbaum