Desde aquella vez hasta ahora el panorama no ha hecho otra cosa que empeorar.
Las autoridades siguen dando muestras de una preocupante dosis de autismo. Las preguntas que los consejos profesionales han elevado siguen sin develarse. Los bancos, curados en “argentinismo”, han empezado a solicitar mil informaciones a los contribuyentes que, según la ley, no estaban obligados a dar. Los sindicatos, viendo el filón de una buena mordida, han comenzado con paros en distintas entidades para complicar la logística del funcionamiento.
A todo esto quienes actuaron en defensa propia durante todos estos años -es decir los que, siendo más previsores que los gobiernos, pusieron su dinero a resguardo de las sucesivas confiscaciones argentinas- temen lo obvio: que por hacer justamente lo que evitaron durante años, termine ocurriendo algo similar a lo que temieron siempre y finalmente el Estado (bajo la forma de este gobierno o de otro en el futuro) los estafe.
La combinación viciosa de todos estos factores ha hecho que el programa de blanqueo no esté funcionando con los ritmos que el gobierno hubiera deseado para estas alturas.
“Esperar” es la palabra de la hora. Pero las autoridades económicas y fiscales parecen no acusar recibo de la reacción de la sociedad y siguen enfrascados en su burbuja de altanería sin dar respuestas a los justificados interrogantes que se han levantado.
El ministro Prat Gay se queja de que los bancos no están colaborando a pesar de que serían de los más beneficiados por la puesta en marcha del plan. Y los bancos responden que en definitiva, serán ellos los que deban responder en el futuro cuando a algún loco se le ocurra acusarlos de ser partícipes de operaciones sospechosas.
Estas son las delicias del estatismo: hasta el propio Estado carga con las consecuencias de sus torpezas y de su pretensión siempre expansiva sobre el ciudadano: todos están ahora curados de espanto entonces no hacen lo que al propio Estado le convendría o, por lo menos, con la diligencia y prontitud que el Estado quiere.
Hay mucha gente que sigue con temor respecto de lo que pueda ocurrir. A tal punto que la entrada en vigencia del tratado multilateral sobre información financiera los preocupa menos que las típicas ocurrencias argentinas.
Hace diez días estuvo en el país Jacob Lew, el Secretario del Tesoro de los EEUU, que confirmó que su país y la Argentina están dialogando sobre el intercambio de este tipo de información, toda vez que los EEUU no son un país firmante de aquel tratado. Lo que no quedó claro es si la Unión estará dispuesta a dar información financiera sobre argentinos residentes en los EEUU o sobre los que viven en la Argentina. Claramente la diferencia es crucial. Respecto de lo que sí no dejó dudas Lew es que cualquier acuerdo que se firme necesitará de la ratificación del Congreso.
Muchos siguen opinando que EEUU no revelará información sobre empresas y por eso en el mercado hay mucho comentario sobre el asesoramiento que muchos han comenzado a solicitar sobre lo que cuesta constituir una compañía en los EEUU.
Está claro que todo esto no existiría si la Argentina fuera un país confiable. Desgraciadamente -y esto quizás haya sido el mayor ingrediente de lo que aquí mismo hemos llamado hace años ya, “el crimen de Menem”- el país ya le quiso vender al mundo su decisión de “cambio”, de “inserción global”, etcétera, etcétera.
Ya todos sabemos en qué y cómo terminó todo aquello. Muchas compañías que confiaron y vinieron a la Argentina –obviamente, más allá de que ya salieron disparadas de aquí hace años- aun quieren cortarse las manos por haber tomado aquella decisión.
Es posible que en esa misma posición se encuentren muchos argentinos que mantuvieron su dinero aquí y luego lo vieron encerrado –y a la postre perdido- en el “corralón”.
El Estado ha arruinado al país. Y mientras Cambiemos no de muestras de que, justamente, viene a cambiar eso las promesas y las caras bonitas no van a funcionar. Máxime cuando muchas de esas caras bonitas, parecen haberle encontrado cierto gustito al “irla de guapo” y quieran seguir en sus trece sin aclarar las dudas, ni dar señales concretas para que los ánimos de los que hoy deberían ser vistos como salvadores de la Patria, se calmen y terminen acercando sus fondos al fisco, no por sus amenazas, sino por las evidencias incontrastables de que aquí ya no se hará lo que se hizo siempre.
Carlos Mira