Marcos Novaro

El ministro bonaerense es, ante todo, alguien que ama a la vicepresidenta como solo se puede amar a una madre. No es el único que se guía en la vida política con los parámetros de un infante obnubilado, pero es el más explícito en aclarar lo que valen entonces la democracia y el pluralismo. 

El “salvavidas” ya empezó a hacer agua: tardó una semana en asumir y apenas cinco días más en dejar a la vista que el aval de Cristina es acotado, que ni el plan ni el equipo prometidos existían y que lo único seguro de sus medidas es aumentar la deuda. 

En verdad hace tiempo que estamos bastante peor que entonces, y la crisis es mucho más complicada, por lo que será más difícil dejarla atrás. 

Todo se complica para la nueva ministra a la hora de pasar de las palabras a los hechos. No consigue siquiera gestos formales de apoyo de Cristina Kirchner ni de los gobernadores. Los pronósticos para los próximos meses siguen empeorando. 

Con puros cuatros en la mano, el Presidente saca pecho y anuncia que dará batalla a los especuladores y sus demás enemigos, reales o imaginarios. No ignora que es el último fusible que queda: si Silvina Batakis no funciona, ¿Cristina Kirchner irá por su cabeza? 

El presidente y la vice acordaron descargar culpas en Guzmán, quien se las hizo fácil con su irresponsable fuga por sorpresa. Si Batakis fracasa, habrá solo dos opciones: rearmar por completo el gabinete, o que la señora agarre personalmente la lapicera. 

La nueva ministra puede aprender de las frustradas ilusiones de Alberto, Cristina, Massa y Guzmán para actuar con algo más de realismo. O puede agregar al aquelarre sus propias ilusiones voluntaristas y distribucionistas para naufragar en poco tiempo. 

Pretende corregir su “error de 2019″ con errores peores: liquidando a Guzmán y vaciando el poder de Alberto Fernández se volvió más responsable de lo que suceda. Su ya inevitable candidatura para 2023 nace atrapada en el microclima de sus fanáticos, consumiendo las ilusiones que vende. 

El Presidente ofreció al G7 alimentos y energía que sus políticas nos impiden producir.

El declive de la autoridad presidencial, la cercanía de las elecciones y sobre todo el hecho de que nadie más puede hacerlo, obligan a la Vicepresidenta a tratar de ordenar el despiole en que está sumido el peronismo. Cómo lo hará, es un misterio. 

Según la vicepresidenta, hay inflación no por la emisión, ni el déficit, ni la falta de confianza: es culpa de los empresarios, de Macri y de los albertistas que no los enfrentan. La solución sería cerrar del todo la economía y pesificar a la fuerza. 

Aun aceptando que el vuelo haya sido solo una exploración del terreno, o una misión de cobertura comercial de sus actividades clandestinas, Mahan Air y Emtrasur no podían ignorar que le generaban un serio problema a sus amigos argentinos. 

Aun aceptando que el vuelo haya sido solo una exploración del terreno, o una misión de cobertura comercial de sus actividades clandestinas, Mahan Air y Emtrasur no podían ignorar que le generaban un serio problema a sus amigos argentinos. 

La llegada del exmotonauta al gabinete resuelve la crisis desatada por Kulfas en una suerte de empate con Cristina Kirchner. Pero de ahí a que pueda “sumarle volumen político” y darle impulso a una candidatura, hay un largo trecho. 

Hay un argumento clasista detrás de algunas de las objeciones oficiales al sistema de votación que impulsa la oposición: que los electores de las clases bajas no van a entender el cambio de sistema. Tal vez porque los subestiman y no confían en la capacidad estatal de instruir a los ciudadanos. 

Los pocos cambios en altos cargos en la era Alberto Fernández han sido para peor, y en ocasiones dieron lugar a tristes muestras de deslealtad. El presidente no elige bien a sus colaboradores. Y tampoco sabe echarlos. 

El reencuentro en ocasión de los 100 años de YPF sirvió para que acomodaran sus discursos y agendas. Así que tanto en materia de energía como del manejo de la Justicia, van a insistir en la mentira y el error. A Kulfas se olvidaron de avisarle. 

El descrédito de los partidos tradicionales favoreció allí tanto a la “nueva izquierda” como a un líder antipolítico que parece ser la verdadera novedad de la política latinoamericana de la pospandemia.

La renuncia de Feletti deja al ministro de Economía como único responsable de frenar los precios, que hasta Alberto pronostica que van a seguir subiendo. Más que un superministro, se vuelve un fusible a punto de saltar. Ni los próceres en los nuevos billetes querrán ir en su ayuda. 

Un descontrol total de la economía, dicen los expertos, es todavía improbable. Pero como nuestros partidos carecen de líderes que los unifiquen y orienten, la incertidumbre política agrava la incertidumbre económica. 

El creciente malhumor social está debilitando a los moderados del oficialismo y la oposición. Quienes buscan representar a los extremos se benefician. Pero se vuelve más difícil formar una mayoría sólida para fijar y sostener un rumbo. 

Tanto en el oficialismo como en la principal oposición, los mecanismos que venían permitiéndoles funcionar están trabados por un internismo que solo se resolverá en las Primarias. Queda tener paciencia, y rezar para que los conflictos no estallen. 

El presidente y Guzmán han adoptado un diagnóstico más sensato de la situación económica. Algo tarde y combinado con una expectativa política fantasiosa: que si resisten las presiones “todo va a mejorar”. Cristina tiene la idea contraria. 

Adquirió un protagonismo descollante, decidida a barrer o al menos anular a Alberto Fernández. Pero es difícil decir si actúa movida solo por la bronca o con un plan para retener el poder en 2023. Y cómo sería ese plan. 

¿Por qué la vicepresidenta gasta tanta pólvora en echar al ministro de Economía, sin hacer siquiera mínimos esfuerzos por promover un reemplazante? Pensando en el 2023, ruega porque los votantes se olviden hasta de que conoce a Alberto y a Guzmán. 

La coalición opositora cerró la discusión sobre la posibilidad de sumar al economista libertario, dejando claro hasta dónde están dispuestos a hacer en el camino a recuperar el poder. Por otro lado, le puso un freno a Gerardo Morales y sus vínculos con el presidente de la Cámara de Diputados. 

Para saberlo habría que preguntar, con más precisión, qué sacrificios estamos dispuestos a hacer para combatirla. En el gobierno actual parecen seguir convencidos de que no muchos, así que pueden seguir demorando una solución. 

En la cabeza del Gobierno anida la misma idea que llevó a Cristina a chocar con el campo 14 años atrás: lo que no le saque el Estado al agro, este lo va a convertir en 4x4s, casas en Miami y otros lujos. No es lo que dicen los números. 

Años atrás Cristina disfrazaba su espíritu divisionista y excluyente detrás de consignas en apariencia amplias, como “La Patria es el otro”. Hoy ya ni le interesa disimular, y alimenta un festival de odio y polarización, sobre todo contra la Justicia. 

La vice necesita que se olvide su responsabilidad en los resultados de la gestión. Como no bastaron cartas, renuncias ni votos en disidencia, activó el botón nuclear. 

Ante un Frente de Todos que se hunde sin remedio, se teme que las diferencias en la oposición se agraven. ¿Conducirán a una competencia de tercios, con la UCR y el PRO peleando separados con los K? Ni es la apuesta de sus líderes, ni es una salida viable. 

Al adelantar las paritarias y abrir la billetera del gasto, en vez de enfrentar la suba de precios, el Presidente apunta a acelerarla. Mientras, se abraza a sus ministros, un poco por orgullo, otro poco por miedo, y porque no tiene reemplazos a mano. 

En 1982, fue de los pocos, con Arturo Frondizi y Álvaro Alsogaray, que se atrevió a cuestionar el consenso malvinero, objetando que la invasión se justificara por los legítimos reclamos sobre las islas. Hoy escasean voces como la suya.

El resultado de la crisis oficial va quedando a la luz: nadie se va, ni el gobierno se reordena; así que la economía y la protesta social siguen el mismo camino. ¿Cómo llegamos en estas condiciones al 2023? 

La vice viene amenazando a sus socios y al resto del país con un quiebre, que implicaría también para ella costos irreparables. Como Putin con la guerra nuclear, apuesta a que los demás aflojen, por temor a lo que podría hacer quien “no le teme a nada”. 

La crisis desatada en el Frente de Todos se nutre de su propia razón de ser: se formó para asegurar los medios necesarios para que la dirigencia de sus distintas facciones sobreviva; y eso solo podía lograrse de milagro, o con los resultados que están a la vista para el resto del país. 

Una tensión insoportable se instaló en la cúpula oficial, alimentada de diferencias sobre casi todo: deuda, inflación, Putin, tarifas, nada se salva. Pero como ni él ni ella tienen adónde irse, por ahora, aunque se odien, tendrán que seguir conviviendo. 

En su esfuerzo por hundirse del todo, el presidente se apuró a confirmar las peores sospechas sobre cómo encararía el ajuste: tratando de aumentar los impuestos como sea, congraciándose con Cristina y rompiendo relación con quienes lo vienen ayudando a sobrevivir. 

Hicieron todo mal: la falta de colaboración de Máximo, La Cámpora y otros grupos K en Diputados puso a Alberto y a Massa a merced de Juntos por el Cambio, que logró entonces unificarse en torno a sus sectores moderados. 

Juntos por el Cambio viene debatiendo la posición a adoptar ante el acuerdo con el FMI en base a una disyuntiva: evitar que el país viva una nueva crisis, o que el próximo gobierno reciba algo inmanejable. 

 

Tras la invasión rusa a Ucrania hay quienes consideran que el presidente de Rusia se va a salir con la suya porque, del otro lado, Joe Biden, Emmanuel Macron y Boris Johnson no hacen, según ellos, más que meter la pata.

 

El presidente expuso frente a la Asamblea Legislativa toda su debilidad y sus ambigüedades, en particular en lo que más preocupa: el acuerdo con el Fondo, que sigue sin aparecer, pese a todas sus ya olvidadas promesas.

El grado de improvisación y patetismo de nuestra política exterior sigue batiendo récords. Los argumentos de los funcionarios del gobierno de Alberto Fernández recuerdan la tercera posición de Perón, que significó un verdadero desastre para nuestro desarrollo político y económico. 

La coordinación entre organismos del “Estado presente” brilla por su ausencia más que nunca antes. Muchas veces, la política oficial solo intenta encontrar un culpable: si es rico, capitalista y opositor, mejor. 

El vacío de poder y horizontes que afecta al Gobierno adelanta la batalla por el 2023. Tanto peronistas como kirchneristas se esmeran en imaginar una oferta distinta a la de 2019 y 2021 para evitar un resultado catastrófico. Aunque ni Cristina ni nadie logra dar con una salida que evite la dispersión. 

Ni yanquis ni marxistas: Alberto Fernández promueve en lugar del viejo tercerismo un putinismo gestual y un maoísmo infantil y turístico, ambos poco serios y que revelan, más que el interés en alinearse con los imperialismos autoritarios en auge, el de diluir el ajustazo que está acometiendo. 

La marcha convocada contra el supremo tribunal está haciéndole más daño al Gobierno nacional que a los jueces: pone a la luz lo peor del kirchnerismo, que en buena medida ha ido zafando de la cárcel, mientras Cristina y sus familiares siguen bajo investigación

La principal oposición enfrenta un problema típicamente peronista: tiene muchos líderes en competencia, dispuestos a pelear hasta el final por el premio mayor. El oficialismo, al revés, sufre una hipotonía muscular frecuente en el no peronismo: de allí que, a falta de nada mejor, su único autoproclamado candidato sea Alberto. 

En su desesperación por recuperar el entusiasmo, sino de los votantes, al menos de sus fieles, Cristina Kirchner está reflotando sus políticas más emblemáticas, en la errónea idea de que fueron las más exitosas. 

El presidente pretende dar lecciones de multilateralismo pero se enreda con una sarasa aún más peligrosa que la de Guzmán: queriendo presionar a EEUU se acerca a China y Rusia, pero no lo toman en serio ni acá ni allá. 

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