Algo así acaba de ocurrirle a Cristina Fernández, a quien el Juez Bonadío le ha marcado la cancha y el prontuario con una precisión y detallismo que asombra y debe haber espantado a la ex Presidente, cuyos primeros twits de respuesta se asemejan al final del soplido de un instrumento de viento, cuando uno percibe que quien lo ejecuta ha quedado sin aire.
Las 392 páginas del fallo procesándola por asociación ilícita y otros ítems que hemos leído con detenimiento, tienen una enorme cantidad de citas puntuales sobre hechos, documentos, testimonios y evidencias incontrastables que permiten convencerse de que ha sido junto a su marido la cabeza de una banda de salteadores.
Hay un dicho de la obra “De la gleba a la corte” (autor anónimo), que recuerda Bioy Casares en su diccionario del argentino exquisito, que dice con humor trágico:
“Estamos todos contestes:
al viejo no lo alegrás
así en tus noches te acuestes
con el gran Zar Nicolás”
Es lo que le ocurrirá a partir de hoy a quien se consideró siempre la encarnación terrenal de una moradora del Olimpo; porque el fallo es un ametrallamiento de alta precisión, que permite comprender por qué Margarita Stolbizer, Elisa Carrió y sus equipos de trabajo vienen asegurando que las pruebas acumuladas son de tal contundencia que, si se aplica un criterio de estricta justicia, Cristina terminará presa.
Y si de versos alusivos se trata, nos vienen a la memoria otros, de Jorge Luis Borges, cuando describe a un individuo sentado en su retrete:
“Del otro lado de la puerta un hombre
deja caer su corrupción. En vano
elevará esta noche una plegaria
a su curioso dios, que es tres, dos, uno,
y se dirá que es inmortal. Ahora
oye la profecía de su muerte
y sabe que es un animal sentado.
Eres hermano (a), ese hombre. Agradezcamos
los vermes y el olvido”
El peso de la fatalidad estadística de las investigaciones de Bonadío se ha abatido sobre la soberbia de quien no aceptó jamás ser una persona de condición similar a sus semejantes, creyéndose una excepción a las reglas universales que dividen a los seres humanos entre probos y delincuentes, burros e iluminados.
“Solo es verdadero mal el torcido capricho de la voluntad humana que se opone a la armonía ordenada del universo”, dice Fernando Savater, “por tanto, la muerte” (en este caso de una utopía), será en realidad un bien o como mucho algo neutral desde el punto de vista de la virtud y la excelencia, convirtiendo algunas ambiciones como humo asfixiante que saliera por los efluvios de una chimenea que tira mal”.
¡Y vaya si ha tirado defectuosa la chimenea de Cristina!
Los próximos días, la acumuladora de los “verdes” y los ladrillos pegados con cemento, apilados ambos en largas hileras en los confines del recinto de sus bienes mal habidos, se sublevará (como siempre), destilando pestes contra “todos y todas”. En este caso quienes descubrieron la montaña de embustes y trucos financieros que montó con el fallecido Néstor y la cohorte de adulones que participaron de las mismas prácticas “antihigiénicas” a su lado.
De algo podemos estar seguros: de dar respuesta a las imputaciones “ni pío”, como dicen en España.
La mujer que persiguió siempre una lozanía política eterna, sorprendiendo a sus auditorios con frases engoladas y referencias a autores que dudamos haya leído, está frente al final de su carrera política.
Que la condenen por más o menos tiempo o con mayor o menor rigor, no podrá destruir jamás las probanzas específicas y apabullantes de investigaciones que merecerían, como poco, la calificación de un “distinguido” en cualquier boletín de calificaciones.
Invitamos a quienes siguen estas reflexiones a que lean el fallo del juez Bonadío.
Quedarán sin palabras.
Mientras tanto, le dedicamos a Cristina una frase de la escritora estadounidense Molly Ivins, que hemos recordado alguna otra vez: “la regla número uno acerca de los hoyos profundos, es la siguiente: si Ud. está metido en uno de ellos, DEJE DE CAVAR”.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero
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