Jueves, 30 Marzo 2017 21:00

La estrategia del gobierno

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Por primera vez desde diciembre del año 2015, cuando Mauricio Macri se hizo cargo de la presidencia, el índice de confianza -o, si se prefiere, de expectativas- de la ciudadanía, no sólo registró una caída desfavorable para el gobierno sino que -en la encuesta conocida el pasado día lunes- son más los pesimistas que los optimistas en punto a cómo imaginan los argentinos su futuro personal.

 

Hasta aquí -en los relevamientos que, sin solución de continuidad, se hicieron a nivel nacional en los últimos catorce meses- era notable cómo la mayoría de los encuestados, aunque reconocía las dificultades por las cuales estaba atravesando, al mismo tiempo se hallaba convencida de que, transcurrido el 2016, las cosas comenzarían a mejorar. La confianza depositada en el futuro y la desunión y falta de liderazgo que afectaba al peronismo, eran las dos ventajas indescontables de la administración actual.

Ahora se han prendido luces amarillas en el tablero de control gubernamental. El cambio en términos de expectativas de la gente es producto de una economía que no termina de arrancar. La afirmación -de tan obvia- parece extraída del manual básico de Perogrullo. Con la particularidad de que, a esta altura del calendario electoral, y preso como se halla el macrismo de la receta gradualista que compró sin beneficio de inventario al comienzo de su gestión, modificar los lineamientos del plan económico sería algo así como cambiar de montura en medio del río.

Hay que descartar la idea de que Macri, preocupado por la deriva del gobierno y por una derrota eventual en octubre, podría dar un volantazo y reformular -como lo hizo Raúl Alfonsín en 1985, seis meses antes de la victoria que la UCR cosechó a expensas de un justicialismo desdoblado entre Antonio Cafiero y Herminio Iglesias- la partitura económica oficialista de cabo a rabo. No existe ni voluntad ni tiempo para intentarlo.

El estado mayor macrista -léase Marcos Peña y Antonio Durán Barba, acompañados en este caso por María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta- han apostado a una estrategia de confrontación abierta con el kirchnerismo de cara a los comicios de octubre. Ello en la convicción de que Cristina Fernández será de la partida y que, además, ganará las internas del PJ si acaso Florencio Randazzo decidiese enfrentarla.

Está claro que la mencionada estrategia no es un sin sentido ni una maniobra que no hace pie en la realidad. Formulada así, depende para tener alguna probabilidad de éxito, de tres condiciones que deben darse casi en simultáneo:

1) que Elisa Carrió decida el 25 de abril competir en la provincia de Buenos Aires y, de esa manera, cierre definitivamente la posibilidad de dirimir supremacías en la Capital Federal;

2) que Cristina Fernández, a su vez, se olvide de Santa Cruz, esté preparada para disputar las PASO, y salga airosa de ese compromiso; y

3) que los bonaerenses compren en buen número la idea de la polarización.

Vayamos por partes y tratemos de analizar las tres condiciones arriba planteadas. Para desenvolver un plan beligerante -contra un enemigo; no contra un adversario- se requiere un candidato especial. En este orden de cosas, la figura excluyente es Elisa Carrió. Sólo ella y nadie más -por muchos pergaminos que exponga- estaría en condiciones de bajar al ruedo y torear a Cristina Fernández y a Sergio Massa poniendo en medio del debate el tema de la transparencia pública.

¿Alguien en su sano juicio podría imaginarse cumpliendo ese papel a Jorge Macri, Facundo Manes, Gladys González o cualquier otro de los nombres que circulan para encabezar la lista bonaerense de Cambiemos, si Lilita se hiciese a un costado? La Carrió es indispensable. No es seguro que gane -como tampoco lo es que salgan airosos Cristina Fernández, Florencio Randazzo o Sergio Massa- pero si la estrategia oficialista tiene fundamento en la polarización, el primer lugar en la lista de diputados -senadora no sería nunca- está cantado.

De la segunda condición depende, en gran medida, la primera. Es que si Cristina no participase, la polarización carecería de sentido. El escenario de Carrió, Cristina Fernández y Massa como personajes estelares en disputa, resultaría bien diferente al protagonizado por la misma Carrió, solo que enfrentando a Randazzo y a Stolbizer, por ejemplo.

Por una de esas curiosidades de las que está repleta la historia, el plan del macrismo queda en manos de la decisión que tome su principal enemigo. Con este dato no menor: Lilita debe decidir antes de finales de abril qué quiere hacer. Cristina, en cambio, a semejanza del jefe del Frente Renovador, pueden sentarse a esperar y ver cómo decantan los acontecimientos, hasta la última semana de junio.

En cuanto a la tercera de las condiciones enumeradas, tiene también sus bemoles. Sucede que no hay plan de estado mayor —como decía Moltke el Viejo, en la Alemania bismarckiana— que resista intacto las primeras veinticuatro horas de combate. Apuntaba el gran mariscal de campo prusiano a la necesidad de ser flexibles, algo que viene impuesto por la realidad. Aun si Lilita se encaminara a territorio bonaerense y otro tanto hiciera Cristina, todavía faltaría un elemento que no dependerá de ninguna de las dos ni tampoco del gobierno sino de los millones de votantes independientes que definirán en el cuarto oscuro el nombre del ganador.

La polarización no está asegurada ni mucho menos. Todos los esfuerzos que hagan las doctoras -Carrió y Kirchner- por hacerla posible, no bastarán. En octubre de 2015 las cosas eran sencillas -casi podría decirse lineales- porque el ballotage era, de hecho, una polarización. Dar por sentado que dentro de siete meses los independientes -no los macristras, los kirchneristas y los partidarios de Massa- votarán masivamente a favor del oficialismo por miedo o rechazo a un retorno kirchnerista al poder, es una presunción abierta a debate.

Supone, por un lado, la licuación del caudal de votos del Frente Renovador y, por el otro, que una parte considerable del voto no comprometido ideológicamente crea que, si gana Cristina, se acaba el mundo y marchamos directamente camino a Venezuela, o poco menos. Era dable pensarlo si la fórmula Scioli–Zannini -timoneada por Cristina Fernández- retenía el poder. No lo es tanto ahora.

Todo esto sin considerar el peso que pueda tener sobre el electorado la situación económica. Las expectativas no acompañan al gobierno por vez primera. Las encuestas sobre la intención de voto en la provincia de Buenos Aires, tampoco. La desilusión cunde en muchos que creyeron en Macri. Para muestra conviene ver -para los que no tuvieron oportunidad de hacerlo- la entrevista de Mirtha Legrand a la pareja presidencial, el sábado pasado.

Vicente Massot

Visto 12984 veces Modificado por última vez en Viernes, 31 Marzo 2017 09:43

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