Miércoles, 26 Abril 2017 21:00

El país de la veleta

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Hace bien el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, cuando sostiene que los salarios se están recuperando.

 

Otro tanto cabría decir de las afirmaciones efectuadas durante el pasado fin de semana por el titular de la cartera de Energía, Juan José Aranguren, respecto de unas inversiones que -según él- son una realidad cantante y sonante. Los dos funcionarios convocados por Mauricio Macri para formar parte de su gabinete no han faltado a la verdad.

En algunos segmentos es perceptible el crecimiento al que se refirió el primero de los nombrados, de la misma manera que, en términos de la industria gasífera y petrolera, en el transcurso del 2016 se adjudicaron inversiones que rondan los U$ 6500 MM. Hasta aquí, todo en orden, a condición de entender que -aun cuando lo que afirman uno y otro, resulte cierto- las estadísticas son una cosa y la política es otra. A veces se corresponden entre sí, y las más de las veces -sobre todo en países como el nuestro- corren por cuerdas separadas.

En el mismo momento en que Dujovne y Aranguren defendían con buen criterio la gestión gubernamental, se le ocurrió a un encuestador preguntarle a distintos habitantes de algunas de las zonas más carenciadas del Gran Buenos Aires y de la provincia de Jujuy cuál sería su reacción si se comprobase, de manera fehaciente, que Cristina Fernández y Milagro Sala le robaron la plata a los pobres. La respuesta mayoritaria fue que durante la gestión de los Kirchner ellos “tenían para comer” y ahora, en cambio, “tienen que laburar” y así y todo no les alcanza.

El abismo que separa a las sesudas explicaciones de los ministros, de la confesión del pobrerío kirchnerista -para llamarlo de alguna manera- pone al descubierto dos realidades muy distintas y explica, de alguna manera, la razón en virtud de la cual la ex–presidente cosecha una adhesión importante en los bolsones más necesitados del conurbano bonaerense. Acostumbrada como estuvo una parte considerable de la población a cobrar un subsidio sin trabajar por espacio de doce largos años, pedirle que le dé la espalda a la responsable de ese pasado casi idílico es no entender hasta qué punto, para quienes llegar a fin de mes representa un desafío que no tiene solución de continuidad, el consumo es más importante que la transparencia de los funcionarios.

Esto no significa, ni mucho menos, que los pobres de la Argentina sean de suyo kirchneristas y que, además, carezcan de valores. Sólo pone al descubierto que en una transición como la que estamos atravesando, las formas de mirar el país y de hacer un juicio de valor respecto del presente en el que nos hallamos y del futuro que imaginamos, los parámetros utilizados pueden y suelen ser diametralmente diferentes, según de quién se trate. En punto a la macroeconomía Dujovne y Aranguren llevan razón, sin por ello considerar que nos encontramos en el mejor de los mundos. Pero, hasta que las evidencias de la macroeconomía se complementen de manera razonable con el bolsillo, habrá una grieta difícil de cerrar.

Este es el escenario en el que se dirimirán supremacías electorales en los próximos meses de agosto y de octubre. Por un lado un gobierno que carga con el peso de la herencia envenenada que le dejó el kirchnerismo y que, de a poco, como puede, intenta modificar el núcleo duro del modelo populista. Por el otro, un arco opositor variopinto que no termina de hacer pie, no sabe qué libreto ensayar y luce cada día más fragmentado. En esa puja la sociedad civil está a la espera y no tiene decidido por quién votará cuando le toque entrar, en dos distintas oportunidades al menos, al cuarto oscuro. En razón de ello –precisamente- ninguno de los contendientes que habrán de enfrentarse en los próximos ciento ochenta días tiene, a esta altura del partido, certeza ninguna respecto del resultado de los comicios.

¿Quién hubiese imaginado, pocos meses atrás -y, ni qué decir, hace un año y medio- que Alicia Kirchner y su cuñada quedarían atrapadas en la casa de gobierno de la provincia de Santa Cruz, rodeadas por una pueblada hostil que les echaba en cara su falta de transparencia y les reclamaba una solución inmediata a la falta de pagos del sector público? -Nadie. Lo que por espacio de décadas fue el feudo de Néstor y de Cristina ha terminado por rebelarse y amenaza echar abajo, de la peor forma, el dominio omnímodo del clan. Que -para colmo de males- ha debido probar, a la fuerza, la medicina del escrache y de la violencia que enderezó -sin cargos de conciencia- contra sus adversarios mientras gobernó el país a su antojo.

¿Quién hubiese dicho que muchos de los diputados, senadores, gobernadores, intendentes y ministros que no se animaban a mirarla a los ojos a Cristina Fernández y que hasta el último día de su estancia en Balcarce 50 dieron muestras de un servilismo inconcebible, hoy afilarían críticas contra la ex–presidente y renegarían del pasado como si nunca hubiese existido? ¿Quién -en otro orden- se habría animado a predecir, tiempo atrás, que Elisa Carrió se convertiría en la voz de la conciencia de Macri y acreditaría, fuera de cualquier duda, una importancia dentro de la coalición gobernante sólo inferior a la del presidente y a la de Marcos Peña? ¡Nadie!

Los cambios de frente, las modificaciones en los gustos y valores de la gente, las idas y venidas de la opinión pública, los zigzagueos de la clase política y la facilidad con la cual la ciudadanía consagra un día a un personaje y más tarde lo maltrata casi sin inmutarse, son partes de un mismo fenómeno que no es necesariamente bueno ni malo. Pero que a la hora de trazar un diagnostico electoral y de evaluar tal o cual candidatura, es imprescindible tenerlo en cuenta. En la Argentina, como en aquella vieja serie de televisión que llevaba por título La Dimensión Desconocida, todo es posible.

Por eso es conveniente aguzar el ingenio y, al mismo tiempo, la cautela, a la hora de ensayar pronósticos o, más aun, predecir conductas electorales. Hace tres semanas, poco más o menos, les pareció a algunos que peligraba la continuidad del gobierno macrista. Aunque exageraban, sin duda, lo cierto era que estaba en zona de turbulencia y por sus propios errores -más que por la voluntad destituyente de sus enemigos- no daba pie con bola. Hoy parece haber recobrado la iniciativa y luce seguro de sí mismo. Pasó del infierno tan temido al cielo tan anhelado en escasos veinte días. Los argentinos semejamos una veleta. Esa es una de nuestras principales características.

Vicente Massot

Visto 13746 veces Modificado por última vez en Jueves, 27 Abril 2017 13:32

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