No comprenden, en medio de su arrogancia sin fin, lo que señala James Russell Lowell: “si formas parte del mundo real, solo puedes estar seguro de que eres horrendamente (“dreadfully”) similar a todos los demás”.
La visible dispersión de un partido desgajado que no cuenta con el tiempo suficiente para reunificarse nuevamente antes de esa fecha, impide alentar a sus dirigentes alguna esperanza de acción partidaria que resulte verdaderamente útil a su habitual voracidad competitiva.
En efecto, como tripulantes de un Arca de Noé posmoderna, las estrategias de su marcha atomizada no hacen más que acentuar el divorcio entre quienes pujan por retrotraer a la sociedad a un pasado que no volverá y las paparruchas discursivas de los que no parecen haber entendido que “la causa peronista” ya no es más la causa “exclusiva” para un pueblo que parece haber abierto los ojos, sorprendido por el tupé de quienes hasta ayer nomás decían todo lo contrario de lo que hoy sostienen como verdad sabida y buena fe guardada.
Se olvidan que el fracaso final “a toda orquesta” del kirchnerismo está bajo la lupa de la gente, sembrando sus eventuales chances de triunfo de mucha incertidumbre.
El discurso sigue, no obstante, incólume entre dirigentes de las distintas ramas de la diáspora peronista. Más aún entre quienes se resisten aún a aceptar su responsabilidad en la debacle institucional que promovieron con “cara de sota”, como dice el vulgo.
Esto suena cada vez más insólito hasta para los ojos de grandes franjas de la sociedad que creyeron alguna vez en una supuesta “redistribución de la riqueza” que terminó arrojando a la miseria a un 30% de la población, mientras pretendían hacernos creer que en Alemania los pobres eran muchos más y la pasaban peor aún (¡).
En medio de esta tormenta interna, solo a una persona que siga aferrada a la cumbre de su soberbia, como ocurre con Cristina Fernández, se le puede ocurrir conceder reportajes plagados de vaguedades, máximas de Perogrullo y retos a sus interlocutores, como el que mantuvo con cuatro periodistas genuflexos, con el objetivo de contribuir al eventual resurgimiento de un carisma popular en franco deterioro.
El camaleónico partido creado por el general Perón ESTÁ SUFRIENDO HOY, COMO NUNCA, UN COLAPSO DE PENSAMIENTO, DE PLANIFICACIÓN Y DE ACCIÓN A LARGO PLAZO, lo que debilita su estructura política, reduciendo su imagen al lanzamiento de una serie de apotegmas de corto alcance.
Son fragmentos “laterales” que ya no responden a una estructura –otrora monolítica-, que permita avizorar oportunidades que los conviertan en respuesta para los problemas que mucha gente parece haber comprendido deberán resolverse cuanto antes pero, si fuera posible, “sin” ellos.
¿Qué puede ofrecer hoy el peronismo de cara al futuro después de los errores monumentales cometidos y su historia de corrupción sistémica? ¿Un cínico abandono de compromisos y lealtades sin arrepentimiento? ¿Una incitación a sumarnos en pos de oportunidades que vayan surgiendo según su “disponibilidad de cada momento” como hubiera señalado Bauman?
Solo la ausencia de justicia condenatoria final respecto de dicha corrupción, obstruye aún el cambio social que se va insinuando de a poco, ya que es la que suele valorar la jerarquía de las responsabilidades de quienes gobiernan. Pero, en algún momento, el golpe de gracia caerá seguramente sobre la cabeza de quienes propiciaron el derrumbe moral más agudo del que se tenga memoria, ante la semiplena prueba de hechos que hablan por sí solos.
Mientras tanto, hay una “terra nulla”, que le permite todavía a Cristina y muchos de sus secuaces a presentarse como adalides contra las supuestas inequidades del gobierno actual, que no son sino el producto de un reacomodamiento inevitable del marasmo heredado, que alimentan una transitoria “unidad de la que nadie puede escapar a ninguna parte”, como diría Milan Kundera, ya que dieciocho meses no son tiempo suficiente para desmantelar un plan sistemático de saqueo e ineficiencia que duró doce años.
A pesar de todo ello, un nuevo matiz de “sociedad abierta” ha comenzado a tener vigencia y los ciudadanos vislumbran el curso de algunos acontecimientos próximos con un mayor grado de certeza, aunque la misma no sea todo lo halagüeña que desearían.
El miedo que tratan de inculcarnos los dirigentes peronistas críticos de Cambiemos, no es el miedo al peligro, sino al grado de expansión que tratan de sumarle al mismo y la velada amenaza acerca de en qué puede convertirse; sin advertir que ello ha obligado a la gente a emprender acciones defensivas para rechazar instintivamente a quienes intentan explotar lo que los psicólogos denominan como “estremecimientos existenciales” del ser humano.
Quienes aún creen en la “variante peronista” como una alternativa de cara al futuro integrada por dirigentes sospechados y devaluados –empresarios dubitativos y eventualmente comprometidos con los negocios del Estado, periodistas y encuestadores que completaron sus ingresos con generosos “sobres políticos” en otro tiempo y los clásicos activistas marginales que solo saben vivir la vida encarando acciones de extremo peligro-, insisten en amenazar la fe pública usando recursos archiconocidos: rumores infundados y falsedades de comprobación imposible.
Incapaces de adaptarse al ritmo vertiginoso de los tiempos, siguen apostando al juego de las sillas; aquel en el que un segundo de distracción puede comportar el desplazamiento y una exclusión inapelable.
Para ellos debe ser muy duro tener que aceptar que sus estrategias de supervivencia terminaron fracasando en octubre de 2015, al haber convalidado el “dedo” milagroso de su idolatrada reina egipcia cuando designó a los candidatos a sucederla.
Ya era tiempo que ocurriera, de todos modos, porque la llaga de sus mentiras se había vuelto purulenta y hacía necesario recurrir a una cirugía de emergencia.
Ese es el post operatorio que estamos viendo hoy, dentro de un quirófano en el que el enfermo a ser operado por segunda vez desea que el nuevo cirujano (en nuestro caso Cambiemos), extirpe los dolores provocados por la mala praxis del anterior, a los que no quiere retornar.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero
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