Los ingredientes necesarios del encanto, el éxito social e incluso el carisma de un profesional de la política, presupone que éste sea capaz de detectar y mostrar “genuina” comprensión con respecto a los sentimientos y las preocupaciones de la gente. Esta destreza puede convertirlo, con el tiempo, en un líder natural que logre expresar muchos sentimientos colectivos, articulándolos de tal manera que guíen a un grupo de personas hacia sus objetivos.
Para que esto ocurra, hace falta desplegar una inteligencia emocional equilibrada, sintonizando empatía con los demás, según se trate de quienes selecciona para acompañarlo en su carrera o de aquellos a los que intenta convencer de su “expertise” para conducirlos al éxito.
Cristina Fernández, el gran fraude del peronismo (en el más amplio sentido de la palabra), ha dado muestras una vez más, en vísperas de una nueva campaña electoral, de su pretensión de lograrlo A COSTA DE LA SATISFACCIÓN DE SÍ MISMA, víctima, como siempre, de un ego indómito.
En su larga historia política aparecen, una y otra vez, ciertas psicopatías de un caleidoscopio egocéntrico que contribuye a fastidiar a quienes terminan abjurando de una manía exasperante que la distingue: el estar convencida que ha descendido del Olimpo para reinar entre los mortales y enseñarles el camino de la “redención” (¿).
A la ex Presidente le resulta absolutamente imposible mantener una conversación informal compartiendo un café con nadie, porque, según su modo de ver la vida, lo que pueden decir los demás no resulta interesante para ella (¿por ser unos pelotudos como Parrilli quizá?). Esa torpeza ha terminado de estructurar una personalidad de auténtica “incompetente social”.
Alguna vez hemos recordado las características de las personas que sufren de lo que algunos psicólogos denominan como “disemia”. (“dis” del griego, que significa “dificultad” y “semes” que significa “señal”), que es una incapacidad de aprendizaje en la esfera de los mensajes que se dirigen a los demás.
La capacidad de escuchar, pensar y hablar ordenadamente, se disuelve así en medio de los intensos picos emocionales de quienes sufren esta verdadera discapacidad psicológica, lo que promueve en ellos un bloqueo que les impide serenarse y proponer soluciones lógicas y efectivas para resolver problemas de cualquier índole. Con CFK ha ocurrido siempre, y puede advertirse que esta característica se ha agravado en los últimos tiempos.
Los prejuicios de la ex mandataria la dominan de tal manera que es incapaz de discurrir de manera eficaz y coherente, por lo que cabe preguntarse: ¿es una persona útil como cabeza de un movimiento político? ¿O solo resulta un estorbo?
Dado que dichos prejuicios se vinculan con una manifiesta ineptitud para interpretar la realidad “real” que la lleva a rechazar lo “diverso”, provocan un derrumbe de cualquier estrategia política de su parte, quedando impedida de constituirse en una genuina líder de masas -en el sentido tradicional del término-, y circunscribiendo su influencia a un pequeño círculo de fanáticos obsecuentes.
Como actriz consumada, repite un libreto monotemático: se considera a sí misma “única en el saber” arrogándose el derecho de “adoctrinar” a los demás a través de expresiones altisonantes, con la pretensión de imponer sus ucases, sin que nadie se atreva a chistar.
La reciente quijotada de negarse a disputar su liderazgo a través de una ley de competencia electoral promovida en su momento por ella y su ex marido Néstor, ha sido un nuevo acto de soberbia que pone al descubierto la exaltación en la que vive, lo que la convierte en una persona muy vulnerable en el largo plazo. Sus “homilías laicas”, jamás tienen en cuenta a aquellos que están a pocos metros de ella, a quienes ignora como si no existieran.
“Dado que a la mente racional le lleva más tiempo qua a la mente emocional registrar y responder, el primer impulso, en una situación emocional, es el del corazón, no el de la cabeza”, señala el psiquiatra estadounidense Samuel Goleman. “Al mismo tiempo, nuestros pensamientos”, continúa diciendo, “juegan un papel clave en la determinación de qué emociones serán provocadas y el sentimiento parece preceder o existir simultáneamente con los mismos, abriendo una gran dispersión psíquica en situaciones que tienen urgencia de ser resueltas”.
Por todo ello, no es difícil inferir que la ex mandataria va, mal que le pese, camino al ocaso. El único soporte que la mantuvo “influyente” durante algún tiempo desapareció de este mundo: su esposo Néstor; y solo una asombrosa capacidad actoral pudo eclipsar a algunos seguidores residuales hasta hoy. ¿Interés pecuniario? ¿Espíritu de sumisión peronista respecto del líder?
Vaya uno a saber.
Lo que sí puede afirmarse es que morirá en su ley más pronto de lo imaginado, porque muchos de lo que creyeron alguna vez en su verborragia histriónica se preguntan atribulados: ¿qué puede significar su próximo discurso en la cancha de Arsenal como lanzamiento de campaña, sino una repetición de los “considerandos” monotemáticos, violentos y altaneros a los que nos tiene acostumbrados?
Carlos Berro Madero
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