Martes, 03 Octubre 2017 21:00

El desfile de quienes perdieron la memoria y los escrúpulos

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Cuando ciertas emociones paralizan la capacidad cognitiva –denominada científicamente “memoria activa”-, se pierde la posibilidad de retener en la mente toda información del mundo exterior que pueda involucrarnos.

 

Sobre todo, si estas emociones nos ponen frente a una eventual condena sobre “hechos propios inadecuados”.

“Dicha memoria activa es una función de la vida mental que hace posible todos los otros esfuerzos intelectuales, desde pronunciar una frase hasta desentrañar una compleja proposición lógica”, dice el psiquiatra estadounidense Samuel Goleman.

Esto es lo más piadoso que podría decirse de Cristina Fernández en primer lugar; y también de Julio De Vido, José López, Aníbal Fernández, Ricardo Jaime, Amado Boudou y el numeroso séquito que acompañó a los Kirchner durante doce años (en algunos casos, veinte), enriqueciéndose escandalosamente.

Todos ellos parecen sufrir hoy una parálisis cerebral “pensante”, porque de lo contrario no puede entenderse la calidad del cinismo con que ignoran o se defienden (alternadamente), de los estropicios causados por su inmoralidad e ineficacia para desempeñar cargos públicos que, cuanto menos, “les quedaron grandes”.

A través de los dichos de quienes hoy deben someterse al rigor de una justicia que parece comenzar a desperezarse, vemos, sin embargo, la reaparición de un discurso engañoso, que termina por convencernos que se trata de una comedia montada por farsantes que comienzan a tener la sensación de que llegó su hora.

Nos referimos a algunas ideas supuestamente “aclaratorias” del pasado que los conducen a conclusiones absolutamente extravagantes, con las que pretenden justificar lo injustificable.

El comienzo de la catarata de juicios orales que se avecinan para ellos (alguno ya ha comenzado), confirmará seguramente en muchos casos las probanzas habidas sobre las características corruptas de los tres gobiernos K con funcionarios enriquecidos “en la sombra”, que nos llevaron a desperdiciar una década que hubiera podido llenarnos de oportunidades, ante la explosiva demanda mundial de alimentos que siempre hemos producido en abundancia.

Hay quienes dicen que algunos errores ocurridos provienen del creciente desprestigio de las instituciones de la república, que dejaron de ser los instrumentos aptos para un ordenamiento social conveniente y eficaz.

Nos preguntamos con curiosidad: ¿en qué se basan al denunciar este supuesto desprestigio?

A nuestro modo de ver, y siguiendo los preceptos de Ortega y Gasset, creemos que las crisis de las instituciones son provocadas fundamentalmente por EL PÉSIMO EJERCICIO DE LAS TAREAS DE QUIENES SE DESEMPEÑAN EN ELLAS y arranca con la discrecionalidad de los que son elegidos por el voto -o designados por ellos-, que jamás cumplen con los principios capitales que deben regir el ejercicio de sus funciones: a) idoneidad, b) probidad y c) moral incorruptible.

La idoneidad, porque es la madre de la eficiencia; probidad porque apunta a considerar los problemas sociales para resolverlos del modo más austero y adecuado posible; y una moral incorruptible, para resistir las tentaciones que siempre llegan de la mano de quienes intentan arrimarse al poder para obtener gangas personales.

“Más vale recordar que jamás institución alguna ha creado en la historia Estados más formidables y más eficientes que los estados parlamentarios democráticos a partir del siglo XIX”, dice Ortega. “El hecho es tan indiscutible, que olvidarlo demuestra franca estupidez”.

En efecto, la sociedad no es un mero conjunto de viviendas habitadas por seres humanos, sino un lugar donde existe, además, un espacio acotado especialmente para el desempeño de funciones públicas que resuelvan los problemas de una comunidad, ya que “la urbe no está hecha, como la cabaña o el domus, para cobijarse de la intemperie solamente, sino para discutir SOBRE LA COSA PÚBLICA”; y para hacerlo apropiadamente existen mecanismos institucionales que provee la democracia, “porque el Estado no es una forma de sociedad que el hombre se encuentra de regalo, sino que necesita ser fraguada penosamente” (siempre Ortega).

¿Entonces?

Quizá ha llegado el momento de hacernos cargo con valentía de que todo lo que funcionó mal durante años fue “fraguado” inadecuadamente, aceptando sin cortapisas que las instituciones están corporizadas por seres humanos que desempeñan tareas “dentro” de ellas.

De tal manera deberíamos abstenernos de perseguir su demolición conceptual para propiciar revoluciones fantasmagóricas, sobre las cuales nadie dice claramente “qué será qué y cuál será quién”.

La salud de la democracia republicana depende, si se mira bien, de un mínimo detalle: UN PROCEDIMIENTO ELECTIVO QUE PERMITA SELECCIONAR CON ACIERTO  A LOS MÁS CAPACITADOS. Si dicho régimen se ajusta a la elección de ciudadanos dispuestos a trabajar duro y respetar la moral y las buenas costumbres, todo irá bien.

A partir de esta verdad de Perogrullo, ¿somos conscientes que hemos abierto la puerta de la administración pública a auténticos mediocres que se sucedieron traspasándose entre sí sus “atributos” utilizando métodos espurios cuasi hereditarios?

La única verdad es que las instituciones sufren “desprestigio” como producto de la ineptitud de quienes han formado parte de sus cuadros ejecutivos durante muchos años.

Samuel Goleman se habría hecho, seguramente, un festín psicológico con muchos “militontos” que las invadieron.

Carlos Berro Madero  
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