Miércoles, 11 Octubre 2017 21:00

Tolerancia y erosión de la mala política

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John Stuart Mill sostenía que una sociedad no puede permanecer neutral entre quienes están preparados para trabajar DENTRO de los límites de un sistema republicano y aquellos que luchan PARA SU ELIMINACIÓN.

 

En ese sentido, la democracia debe alentar siempre las opiniones de TODOS, para afirmar un camino sólido sobre el “hacer”. Mill decía: “puedo no estar de acuerdo con su opinión, pero moriría por su derecho a decirla”; máxima que pierde significado si cada uno de nosotros amordaza al orador.

Estamos convencidos que el kirchnerismo nos “reingresó” en un nefasto período sectario y discriminatorio que desnudó nuestra proverbial incapacidad colectiva para desarrollar valores de consenso que comprendieran tanto a los fines como a los límites de la política.

Hasta el advenimiento “K” -y durante su transcurso-, muchos partidos políticos sufrieron poco a poco la paulatina erosión de su influencia entre la gente, por una creciente ola “independientista” de quienes se hartaron por la manera inadecuada con que el viejo “sistema” explotó las libertades proporcionadas por la democracia, fortaleciendo un comportamiento político corrupto en todos los niveles del Estado.

Dentro de las instituciones de la república, fue quizá la Justicia la más dañada, al exhibir en carne viva la venalidad (¿y banalidad?) de muchos magistrados que trataron de instalar la peregrina idea de que ciertas infracciones y/o delitos de orden público no debían ser sancionados, “PORQUE CONTRIBUYEN A ATENDER CON ÉXITO ALGUNAS DEMANDAS POPULARES INSATISFECHAS” (sic).

¡Increíble flexibilidad filosófica!

Este “estilo jurídico” que llevó a despenalizar transgresiones de diversa índole, como demostraciones callejeras extorsivas, huelgas salvajes de algunos gremios por motivos meramente políticos y delitos de peculado en detrimento de las arcas del Estado, terminó potenciando un aberrante “vale todo”.

Llegamos así al punto en que hasta los estudiantes se sienten hoy con el derecho a ejercer su disconformidad contra disposiciones dictadas por el Ministerio de Educación, resistiéndose violentamente a acatarlas aunque fuesen producto del debate celebrado entre aquellos que tienen conocimientos académicos suficientes  para determinarlas: maestros de grado, profesores universitarios y asociaciones de egresados.

¿Cómo puede subsistir así un principio de “jerarquías naturales” que sostenga el orden social?

En el escenario descripto, las “insurrecciones” antidemocráticas se fueron esparciendo y la justicia solo atinó a enjuiciarlas –aprobándolas o desestimándolas-, con un criterio político que atendiese “lo conveniente”, sin basarse en lo dispuesto por las leyes, poniendo en funcionamiento un principio de “interpretación” que fue mucho más allá de las excepciones contempladas en éstas para sancionar casos excepcionales a criterio del juzgador.

Las excepciones pasaron a convertirse de tal manera en norma, sin distinguir claramente la prevalencia de una sobre otra, e inaugurando una tolerancia “jurídica” colindante con el desorden y la barbarie.

Los Kirchner y sus adláteres potenciaron este estado de cosas y dejaron una herencia nefasta: el enfrentamiento entre facciones antagónicas. Una, representada por la “reivindicación” de supuestos derechos taxativos y la otra, por quienes seguimos luchando por mantener el orden social, sin distinción de matiz subjetivo alguno.

Néstor y Cristina fueron sumamente hábiles para apoderarse de los grupos “revoltosos” que organizaron un poder territorial basado en la “militancia”, mediante formaciones políticas de grupos que fueron ocupando los organismos del Estado.

En diciembre de 2015, el gobierno de la coalición liderada por el presidente Macri, derrumbó finalmente este escenario, interpretando la claridad del mensaje popular: había que abandonar la antigua tolerancia.

A través del voto que la favoreció, logró expulsar del poder a quienes se habían asignado a sí mismos una capacidad casi sobrenatural para resolver los problemas de la sociedad de manera inconsulta y autoritaria.

Lo demás es historia conocida: asistimos hoy al desmantelamiento paulatino de estos códigos de convivencia sui generis y parecería que el 22 de octubre quedará ratificada la decisión popular de agosto, sin que esfuerzo alguno para exhibir la imagen de un kirchnerismo “bueno” le sea útil a una verdadera banda de salteadores profesionales.

Adolfo Bioy Casares decía con mucho sentido del humor que “hay remedios buenos y remedios malos. Los remedios buenos”, sostenía, “son aquellos que por algún tiempo nos dan ilusión de mejoría”.

Habría que recordarle esta frase a los que creyeron en las supercherías K y a quienes intentan, aún hoy, seguir soñando con la “remodelación” de la democracia republicana a su gusto y paladar.

Carlos Berro Madero  
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