Martes, 16 Enero 2018 21:00

Cuando la “actualidad” carcome el cerebro

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¿Con cuánta rapidez deberíamos romper el peligro latente de informaciones que hoy suelen ser denominadas “de actualidad”?

 

¿No cambiarían (para bien) las pautas del funcionamiento de nuestra mente y dejaríamos de confundirnos por la cantidad de sandeces y obviedades que llenan primeras planas con las que nos ametrallan intencionadamente los traficantes de la información audiovisual?

¿Existe un ritmo óptimo que nos lo pueda asegurar? Nadie parece saberlo.

El acelerado y constante cambio de escenarios y personajes protagónicos, muestra una enorme complejidad para definirlos exactamente, porque debemos comprender que estamos inmersos en una sociedad fundada en un sistema de “encuentros y realidades temporales”.

Una sociedad organizada alrededor de mensajes del tipo: “presta atención, diviértete si es necesario, o llora si quieres, porque si no te sirve la noticia, ya tendrás acceso a otra del mismo tenor que te enviaremos en un rato”.

Muchas personas se encuentran petrificadas así en un angosto nicho que estruja y aplasta su personalidad, porque las organizaciones informativas “de actualidad” crecen y son cada día más poderosas y “el futuro amenaza con convertirnos en las criaturas terrestres más despreciables, amorfas e impersonales de todas las épocas”, como sostenía Alvin Toffler.

Entre nosotros, la vida transcurre entre los amores (reales o inventados, tanto da) de Pampita, Nicole Neuman, Vicky Xipolitakis, la inconsistente (y escandalosa) familia Tinelli, el “polaco” y Silvina Luna, los accidentes viales de cantantes alcoholizados o drogados, el “lomo” de una presentadora de servicios meteorológicos célebre en apariencia por su culo, las declaraciones espantosas de algunos gerontes del espectáculo como Cacho Castaña, las andanzas del descerebrado Maradona y otros personajes intrascendentes que suelen destilar obviedades en los programas de Mirtha Legrand (entre muchos otros casos imposibles de enumerar por su cantidad apabullante).

Los políticos “abonados” a estos medios –y consumidores ellos mismos de esta “mercadería”-, cumplen a la perfección su papel de “partenaires” de las historias de chismes, divagaciones y temeridades, discurriendo sobre su profesión como si fueran sabios de la antigua Babilonia.

Todos ellos expresan de algún modo la consigna del momento: existe una cadena de supuesta “autoridad” que decide por nosotros qué crédito y atención  debemos prestarle a una red de informaciones y opiniones manifiestamente inútiles, emanadas de grupos organizados que lucran mediante una red de estructuras escritas y audiovisuales semi duraderas y muchas veces falsas, que solo serían útiles para amenizar una intrascendente tertulia de café.

¿Es esa la verdadera “actualidad”?

Nos han hecho creer que sí, gracias a las facilidades que proporciona un mundo en el que los temarios conducentes a analizar la moral, las buenas costumbres, la vida en sociedad, el progreso de ciertos emprendimientos productivos y el avance de la ciencia y tecnología, han quedado en entredicho por…ser aburridas.

Es la misma “actualidad” con la que tapamos nuestra poca voluntad para abandonar un extraño empecinamiento que nos lleva a repetir errores que nos han puesto contra la pared dejándonos indefensos frente a una realidad que nos está llevando por delante, dejándonos pobres y atontados.

Con ella deberá lidiar la política del actual gobierno y, muy posiblemente, de quienes le sucedan y quienes sucedan a quienes les sucedan, porque estos mensajes vehiculizados por quienes se prestan a diseminarlos para ganar un minuto de popularidad, no son laxos ni “descuidados” y amenazan con constituirse en la quintaesencia de “lo permanente” si no hacemos pronto algo al respecto.

Todas las conversaciones y encuentros supuestamente “casuales” (armados ex profeso en realidad) que celebran entre sí los protagonistas de estos “sucedidos” suelen estar llenos de repeticiones y pausas intencionadas, donde las ideas se repiten varias veces, casi siempre con las mismas palabras y muy ligeras diferencias “estructurales”.

Los involucrados dedican muy poco tiempo (o casi nada) a las cuestiones trascendentes y se dedican a refirmar la supuesta validez de “copetes” impresos, videos, carteles, y hasta recetas y nombres de remedios milagrosos sobre hormonas que nos permitirían ser más fuertes e inteligentes, llenando nuestra mente con una frecuencia “modulada” sumamente traicionera.

El dólar puede ser así materia de preocupación (sin fundamento válido alguno) por un día o unas horas, el temor a lo desconocido de algunas cifras manipuladas puede ocupar la mente (y “obturarla”) por algunas semanas, y la presión va en aumento a medida que la gente “traga” la esencia de contenidos intrascendentes, prestando más y más atención cada día a las apariencias de lo que se le “sugiere”.

Todas estas percepciones esencialmente sensoriales conforman, de algún modo, una proporción de imágenes “no cifradas” que intentan condicionar nuestro modelo mental, sometiéndonos a un verdadero “acoso informativo”.  

Muchos terminan participando pasivamente de estos “sucesos” PORQUE TIENEN LUGAR EN EL RADIO DE ALCANCE DE SUS SENTIDOS PRIMARIOS, desalojando cualquier preocupación conceptual y convirtiéndose en individuos primitivos y viscerales.

Cuando la suerte de la economía y el futuro de un gobierno son medidos por una mente atiborrada de Tinellis, Pampitas y desnudos “sugerentes”, contribuye a desarrollar psicológicamente UN SENTIDO DE PRISA EN LOS ASUNTOS  COTIDIANOS, porque las oleadas continuadas y firmes de dichas imágenes actúan como MASAS ROMPEDORAS DEL SENTIDO COMÚN.

En un esfuerzo por transmitir mensajes con imágenes de más rico contenido, los técnicos en comunicación (con altísimos salarios dentro de las corporaciones), muchos artistas y otras personas “activas” en los medios audiovisuales, trabajan concienzudamente para que cada instante de difusión lleve consigo un peso emocional creciente.

La revolución de la industria audiovisual nos está llevando así a la más grande enfermedad contemporánea: UNA SEVERA CRISIS DE IDENTIDAD. Ésta es fruto de  la complejidad de “opciones” emanadas de las propuestas de grupos “subculturales” que nos acechan y nos impiden retornar al mundo de los verdaderos valores.

Cuando un culo vale tanto como la falta de condena al despilfarro de un sindicalista corrupto, o los tatuajes de un artista pasan a ser más importantes que una ley de subsidios e inversiones, o alternancia política, o reglamentación de funcionamiento de las instituciones, ESTAMOS FREGADOS.

Mientras todo esto ocurre, seguimos consumiendo compulsivamente lo que no producimos, absortos en ese mundo de trivialidades casi obscenas y asombrándonos de que “la inflación no baje” desde hace no menos de 30 años (caso único en el mundo).

¿No será que hemos descubierto la manera de vivir “a costa de ella” montados sobre una superficialidad a la que le rendimos culto?

A buen entendedor, pocas palabras.

Carlos Berro Madero  
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