Jueves, 30 Agosto 2018 21:00

La vorágine dejó una pregunta: ¿Y dónde está el fusible?

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El miércoles último, "el mejor equipo" delegó en su jefe, el Presidente, la función de fusible y lo dejó expuesto a un deterioro formidable de autoridad. Con la confianza minada, sería más fácil para el Gobierno actuar buscando soluciones que no sean simples instrumentos electorales.

 

Con el dólar superando día tras día sus performances anteriores y el riesgo país y las tasas de interés emulando records históricos, los hechos trasmutan el discurso dominante en el gobierno en un bumerán.

En su etapa más copada por ese culto al entusiasmo que suelen predicar los filósofos de gabinete, el Presidente decía cosas como estas: "La inflación es culpa de un gobierno que no sabe administrar, que no sabe gobernar: hace que lo que los argentinos ganamos valga cada vez menos (...) lo normal es que una persona cuando va al supermercado sepa 90 precios, pero hoy nadie sabe ninguno".

Pronunciadas apenas unos meses atrás, esas palabras parecen un relato de anticipación. La vorágine del jueves demostró que nadie sabe cuál es el precio del dólar y, como consecuencia, no se conoce el precio de nada: ¿a cuánto comprar o vender sea lo que sea? Así, la sociedad penetra en una paralizante situación de anomia. El desprecio por el peso vuelve a poner sobre la mesa la hipótesis de la dolarización.

¿NO SERIA MAS SENCILLO ACTUAR?

El miércoles último, "el mejor equipo" delegó en su jefe, el Presidente, la función de fusible y lo expuso a un deterioro de autoridad formidable: inmediatamente después del breve discurso en el que Mauricio Macri comunicó el miércoles que el FMI facilitaría financiamiento y flexibilizaría el acuerdo suscripto hace tan poco por sus ministros, una oleada de desconfianza empujó el dólar fuertemente hacia arriba. Los trascendidos de esa tarde de que no habría cambios políticos ni movimientos en el gabinete se tradujeron ayer, jueves, en una nueva trepada que llevó el billete norteamericano por encima de los 40 pesos (una cifra que el Banco Central consiguió bajar unos centavos a costa de otros 500 millones de dólares de las reservas).

Resultaba ya evidente que el discurso entusiasta e impermeable del jefe de gabinete Marcos Peña ("No estamos ante un fracaso económico", aseveró ante empresarios en el Hotel Alvear), que a menudo ha conseguido el endoso presidencial, no convence; tampoco resulta suficiente como respuesta atarse al mástil del FMI. Perplejo, un alto funcionario comentaba ayer ante los cronistas: "Dimos todas las señales que el mercado quería, pero no nos creen. ¿Qué más podemos hacer?".

Se podría buscar una pista para responderle en una anécdota de Dustin Hoffman quizás apócrifa, ya que algunos hacen intervenir en ella a Sir Laurence Olivier y otros al también actor, británico y también Sir, John Gielgud. Un Hoffman jovencito le contaba a su veterano interlocutor cómo había preparado su famoso papel de Rico Rizzo en `Perdidos en la noche': "Conversé con muchos miserables de Nueva York, aprendí a copiar sus frases y modismos, caminé con piedras en los zapatos para renquear como debía hacerlo el personaje", se ufanaba Hoffman. Y Gielgud (u Olivier) le respondía, paternalmente: "Muchacho, ¿no habría sido más sencillo actuar?".

En efecto, en la crisis argentina, ¿no sería más sencillo actuar que, por ejemplo, subordinar la búsqueda de soluciones a que estas sean funcionales a una estrategia electoral que se vuelve ilusoria si lo que se siembra son condiciones de ingobernabilidad?

CAMBIAR CON CLARIDAD

Lo que provoca que las cosas se vayan de las manos del gobierno -señalábamos­ aquí una semana atrás "son los números y la sensación (que inquieta a los­ inversores) de que el país no termina de componer un sistema político estable, que pueda impulsar y mantener reformas básicas.

Un sistema de esa naturaleza se compone sobre la base de acuerdos centrales y de responsabilidades discutidas por las partes, no sobre la idea de que "los otros" deben cuadrarse y hacer la venia a un supuesto programa de regeneración cultural y moral que exige la subordinación de los demás. Para actuar como el general McArthur en Japón hay que haber ganado una guerra. Y no se gana una guerra por ballotage.

Se ha subrayado reiteradamente en esta columna que "los mercados" no miran sólo al gobierno de turno, sino también a la oposición que puede ser en algún momento alternativa. El gobierno se benefició al principio de su gestión del respaldo del peronismo "racional", con el que consiguió ya dos presupuestos, decenas de leyes y, sobre todo, la legislación que liberó al país del aislamiento internacional de la década anterior.

Pero el oficialismo prefirió empujar a esos aliados estratégicos al campo del kirchnerismo e identificarlo con éste cada vez que ese peronismo intentó objetar algunas de sus iniciativas porque, calculando en términos de estrategia electoral, el gobierno siempre ha temido la competencia de ese peronismo capaz de llegar a los sectores medios y ha preferido agitar como enemigo electoral la figura de Cristina Kirchner. Este es un bocado fácil, con un techo infranqueable.

Así, el sueño del oficialismo, ya convencido de que no podrá eludir el ballotage de 2019, sería tener al kirchnerismo como rival en esa circunstancia. Ese sueño, que ha colaborado a realizar, es la pesadilla que agita a los mercados. Esa combinación equivale a una derrota porque demostraría que el sistema está fatalmente fragmentado.

LAS METAFORAS DE FRIGERIO

Desde dentro de Cambiemos ha habido voces que reclaman un cambio, que implicaría dar señales claras. El capitán puede cambiar de instrumentos y de tripulación -para usar la gráfica imagen del ministro Rogelio Frigerio. Es evidente que debería hacerlo para afirmar su conducción.

No tiene demasiado sentido encarar una nueva discusión con el FMI desde la soledad de un poder que sufre una crisis de confianza. Habría que hacerlo después de demostrar la disposición a corregir: no sólo mover piezas en el gabinete (clásico signo de rectificación ante una crisis en cualquier país del­ mundo), sino ampliar las bases políticas de sustentación del gobierno y discutir con esa oposición y con los sectores sindicales la postura común a­ adoptar ante el organismo. "Achicar el déficit" no es un programa, sino un­ objetivo. Un objetivo importantísimo, sí; pero el programa (dónde cortar el gasto, cómo incrementar los recursos, qué sectores afectar más y cuáles menos a la hora de la imposición o los ajustes) es lo que debe discutirse en una mesa interna amplia antes de revisar un acuerdo que si tan pronto debe ser corregido es porque no contempló esos protocolos oportunamente.

La reunión que mantuvieron esta semana gobernadores justicialistas con líderes­ políticos y parlamentarios de ese signo (Sergio Massa, Miguel Pichetto) y con la dirigencia de la CGT es una buena señal. Allí se decidió desarrollar una versión propia de un programa de equilibrio fiscal, aceptando el objetivo acordado con el Fondo (rebaja del déficit en 1,3 por ciento en 2019) y señalando caminos diferenciados de los que dibujaron los equipos del gobierno? En buen romance: hay disposición a analizar acuerdos. Corolario: ese proceso requiere estar dispuesto a hacer concesiones a la contraparte.

Aunque sería ingenuo imaginar que las distintas fuerzas se olvidarán de las urnas del año próximo, este no parece el momento -ni para la oposición ni para el oficialismo de que esas especulaciones prevalezcan. Ahora se trata de asegurar la gobernabilidad, llevar la nave del país a aguas más serenas y ofrecerle condiciones de continuidad a una transición que requiere muchos actores y en la que ninguno está en condiciones de monopolizar la marquesina.

Jorge Raventos

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