Miércoles, 24 Octubre 2018 21:00

El miedo y la economía

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Una de las mayores paradojas de la política argentina reside en el hecho de que aún con los presentes indicadores económicos -cuyas consecuencias sociales resultan indisimulables- Mauricio Macri sigue siendo un candidato competitivo para las elecciones presidenciales que habrán de substanciarse en octubre del año próximo.

 

Si por un momento nos olvidáramos de lo que se hallará en juego en esa puja comicial y, a los efectos de decidir qué hacer en el cuarto oscuro, sólo considerásemos el resumen y compendio de la gestión de Cambiemos, el actual jefe del estado argentino tendría pocas -si acaso alguna- chance de ser reelecto. Con base en el desastroso desempeño que han tenido las finanzas públicas y los efectos que sobre los bolsillos y esperanzas de la gente ha tenido el ajuste -a costa de los privados- puesto en marcha por el gobierno, sería lógico pensar que las posibilidades del oficialismo de repetir su triunfo del año 2015 se reducirían a cero. Sin embargo, se equivocaría quien livianamente predijese hoy una derrota segura del macrismo en los comicios por venir.

Tan paradójica como la situación que se le presenta a los ocupantes temporarios de Balcarce 50 es lo que le sucede a la Unidad Ciudadana -o, si se prefiere, a su jefa indiscutida, Cristina Fernández. Acorralada por una Justicia que no le da tregua; acusada de un sinfín de negociados; procesada por el montaje obsceno de un aparato de corrupción que idearon con su marido; y responsable de haber dejado detrás suyo, cuando abandonó la Casa Rosada, tierra arrasada, imaginar que podría alzarse ganadora dentro de doce meses, al momento de enfrentar a Macri, sería disparatado. No obstante lo cual en todas las encuestas de público conocimiento no le pierde pisada al candidato de Cambiemos. Y, en más de uno de esos relevamientos que registran la intención de voto de los argentinos, supera a Macri tanto en le primera como en una eventual segunda vuelta.

Hay que entender que, en términos políticos, las explicaciones lineales en general se resienten por su simplismo. Ni el estado de la economía -por malo que sea- dejará a Macri pedaleando en el aire ni los cargos levantados contra la falta de transparencia kirchnerista, en punto a los manejos de los dineros públicos, clausurará sus probabilidades de volver al poder. Nada está escrito y por lo tanto cualquier pronóstico que se haga acerca de la votación de octubre (noviembre) de 2019 debe tomar nota de qué tan importante como la inflación y la corrupción son otros factores. Entre ellos, el miedo.

No se necesita ser un experto en la materia para darse cuenta de que el pobre desempeño económico de la administración del Pro, ha puesto en entredicho una victoria electoral que Cambiemos consideraba segura luego de su éxito en las elecciones legislativas de octubre del año pasado. Eso lo alcanza a comprender el menos ilustrado de los mortales. Pero entonces, ¿cómo explicar que Macri no se halla derrumbado en las encuestas? En buena medida la razón radica en el miedo que a muy diversos sectores de la sociedad argentina -de manera especial pertenecientes a las clases medias y altas- les produce el solo pensar que la viuda de Kirchner podría volver a calzarse la banda presidencial y tomar el bastón de mando correspondiente.

Este es el motivo, además, por el cual el presidente de la república, su jefe de gabinete y su gurú de cabecera le prenden velas a la Virgen para que Cristina Fernández sea la contrincante a vencer en la segunda vuelta electoral que, salvo imponderables de último momento, todos juzgan inevitable. Es tal el nivel de rechazo que genera la líder de Unidad Ciudadana y de tal calado el terror que suscita en muchos, que tenerla como enemiga representa para los hacedores de la campaña macrista la condición necesaria para ganar.

En resumidas cuentas, Mauricio Macri se mantiene con Cristina Fernández en un virtual empate técnico en virtud de la desconfianza -en el mejor de los casos- o el pavor -en el peor- que levanta la figura de la ex–presidente. En el caudal de votos que teóricamente recibiría el jefe del estado el porcentaje de lo que podríamos llamar factor miedo es relevante.

Falta dar una explicación a la paradoja de Cristina, por llamarle de alguna manera. Su intención de voto orilla el 30% según algunos relevamientos, mientras en otros supera ese tope y se acerca al 35 %. No es producto de la casualidad que ello suceda. Nadie la tocó con la varita mágica ni se ha obrado un milagro. Si a pesar de los manejos delictivos del matrimonio santacruceño hay, al menos, un tercio del electorado que está dispuesto a seguirla a sol y a sombra, se debe a que el resultado de la gestión macrista ha sido hasta aquí desastrosa.

Si el oficialismo tuviese que lidiar en doce meses más con un Carlos Menem en su momento de esplendor, la suerte de Macri estaría echada hace rato. Con el peronismo unido en torno de un jefe que no ofreciese los flancos débiles que presenta la viuda de Kirchner, el desenlace de la próxima elección lo conoceríamos anticipadamente. A su vez, si el gobierno no se hubiese metido en este berenjenal y la economía marchase sin contratiempos a la vista, Cristina Fernández contaría entre sus votantes sólo a los fanáticos.

Pero la crisis cambiaria modificó la totalidad de los pronósticos. Si antes la cabeza de la Unidad Ciudadana medía bien, ahora disputa la preferencia de los sufragantes cabeza a cabeza con Macri. Instalada en forma definitiva en el sitial reservado a quien en un país es considerado el representante indiscutido de la oposición, se ha visto beneficiada por el malestar, la desazón y la desilusión que ha producido el macrismo en muchos que lo votaron y no están dispuestos a hacer lo mismo el año que viene. Sobre el particular es conveniente recordar que si los índices de rechazo de la señora son altísimos, no otra cosa sucede con los del presidente de la Nación.

Lo que se desprende del análisis es que, si acaso en la segunda vuelta electoral se enfrentasen Mauricio Macri y Cristina Fernández, lo que habría detrás de las dos figuras mencionadas sería una singular pulseada entre el peso de la economía y el del miedo. Con una situación mejor que la de ahora en términos de la inflación, el poder adquisitivo y las expectativas de crecimiento, Cambiemos tendría una posibilidad inmejorable de triunfar. Ello, unido al miedo, dejaría a Cristina Fernández en la vereda de los perdedores. En cambio, de seguir alta la inflación, con una recesión que no cesase, salarios reales deprimidos y falta de esperanza en una mejora de la economía, no sería aventurado imaginar que los bolsillos flacos pesarían más que el miedo a Cristina. En semejante escenario no debería descartarse su regreso a Balcarce 50.

Vicente Massot

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