Nada tiene que ver con las campañas electorales o las distintas estrategias de los partidos políticos que decidan participar en las disputas de las PASO y luego en los comicios del mes de octubre. Tampoco con los planes que, a esta altura del año, se tejen -sin solución de continuidad- en los cuarteles generales del gobierno, en el peronismo federal y en las tiendas kirchneristas. El tema se vincula con la marcha de la economía y no con la voluntad, deseos, observancias ideológicas o caprichos de Mauricio Macri, Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey, Cristina Fernández y Roberto Lavagna -sólo para mencionar a los principales actores del momento.
Si se pasa revista a las encuestas de alcance nacional, a las regionales o a las estrictamente provinciales, cualquier caerá en la cuenta de que las preocupaciones de la gran mayoría de los ciudadanos están ancladas en la inflación, el desempleo y el poder adquisitivo, mucho más que en la inseguridad, la corrupción o la institucionalidad. El desencanto de una porción considerable de los indecisos que en 2015 prefirieron votar al actual presidente, no nació del hecho de que la administración de Cambiemos haya fallado a la hora de ponerle coto a los cortes de calles, a las desmesuras de los piqueteros o a los delincuentes, tal cual había prometido Mauricio Macri en la campaña de aquel año. Su desengaño se vincula directamente con la situación económica actual y con su falta esperanza.
Por eso, si bien no es un tema menor, ni mucho menos, el camino que elija seguir la viuda de Kirchner respecto de su candidatura, su presencia o ausencia en las próximas elecciones no definirá de por sí el resultado final. En cambio, de una mejora o de un empeoramiento de la economía -no a tono con las estadísticas sino con el bolsillo de la gente- dependerá la suerte del oficialismo. Dicho de otra manera, o vista la cuestión desde un ángulo diferente: los números, y no las personas, definirán quien habrá de sentarse en el sillón de Rivadavia a partir de mediados de diciembre.
Imaginemos, sólo por un momento, que la jefa de Unidad Ciudadana encabezase la boleta presidencial de esa agrupación y cuando se habilitasen las urnas fuesen perceptibles los efectos de una cosecha récord, la estabilidad del tipo de cambio y una baja pronunciada del riesgo país que hubiesen permitido dejar atrás el cuadro recesivo en el que estamos metidos. Que la inflación y las tasas de interés, prohibitivas para la producción, hubieran descendido hasta niveles tolerables; y el salario se hubiera recuperado, al menos en parte. ¿Alguien dudaría que -en semejante contexto- la reelección de Mauricio Macri estaría asegurada? Pues bien, hay quienes, sin negar las dificultades actuales y sin echar en saco roto los errores garrafales del gobierno, son optimistas. Basta leer el informe que acaba de hacer público el Citi sobre las perspectivas para la economía argentina durante 2019, y a mano alzada enunciar sus conclusiones, para darse cuenta de ello: “El nuevo esquema en la política monetaria ha brindado estabilidad a la moneda. Esperamos que, con base en la misma, el dólar se mantenga. La estabilidad en la tasa de cambio del peso debería permitir que la actividad económica, por medio de una caída en la inflación, empiece a recuperarse en el primer trimestre de 2019. En diciembre aparecieron las primeras señales positivas para la economía. Creemos que la recuperación económica podría ser más fuerte de lo esperado. La deuda es elevada, aunque consideramos que los cálculos oficiales ofrecen una imagen negativa. El costo de la deuda no es tan alto. Desde nuestro punto de vista, la solvencia de la deuda pública de Argentina puede no ser el mayor problema. Estimamos que los ajustes fiscales no serán un obstáculo para el crecimiento económico”.
Claro que, en tren de conjeturar y plantear escenarios diversos, no sólo hay que ver el lado positivo del futuro sino también hacer referencia a los peligros que se recortan en el horizonte del corto plazo y podrían complicar seriamente las posibilidades electorales de Cambiemos. El gobierno se ha preocupado por mostrar algunos avances en materia fiscal y cambiaria: se redujo el déficit primario y el dólar atravesó con calma el fin de año y el comienzo del nuevo. Las metas pactadas con el Fondo Monetario Internacional van cumpliéndose en tiempo y forma. Pero hay aspectos centrales de la economía, de esos que entran en contacto con todos los ciudadanos, en que el mal desempeño es incontestable. Ellos tienen que ver la marcha de la producción y de los precios. La combinación de una hiper–recesión -ocho meses seguidos de contracción de la actividad económica- con una elevada inflación se percibe sin necesidad de la ayuda de grados académicos ni mediciones sofisticadas. El mismo FMI ha estimado que la economía caerá este año 1,6 % adicional. Ni qué hablar de las tasas de interés y los impuestos sofocantes, la licuación del valor real de los salarios, y el consiguiente feroz derrumbe del consumo.
¿Que podría suceder si la situación general del país -medido con arreglo a las necesidades del bolsillo- empeorase? Si en el primer caso de análisis -considerado más arriba- las chances de Mauricio Macri de ser reelecto parecían cantadas, en este segundo sus probabilidades de permanecer cuatro años más en la Casa Rosada tenderían a cero. Y aun si el panorama no cambiase demasiado y existiese una suerte de equilibrio inestable entre los indicadores fiscales y financieros enarbolados por el gobierno -de un lado- y los de la actividad económica y la inflación -por el otro- habría que considerar algo en lo que hemos sido insistentes y tienen muy presente los inversores financieros: la acostumbrada dolarización de portafolios, previa a todas las elecciones presidenciales, y el consecuente final de este ciclo de carry trade.
Imaginar que al instante en que se oficialicen las candidaturas presidenciales, el 22 de junio, la intención de voto reflejada en las encuestas no habrá de variar demasiado respecto del presente, no resulta una conjetura disparatada. Es casi seguro que si se presentase Cristina Kirchner un empate técnico con Mauricio Macri sería el escenario más probable. Ello da lugar a pensar que prácticamente ninguno de aquellos que hasta ese momento hayan apostado al peso dejaría pasar la oportunidad de dolarizar su cartera. ¿Qué pasaría con el tipo de cambio y cuál serían las consecuencias que acarrearía, para el bolsillo de las mayorías, un salto abrupto en el valor del dólar? Son todos interrogantes que hoy no tienen respuestas seguras. Pero no resultan preguntas capciosas ni traídas de los pelos. El gobierno no se encuentra en el mejor de los mundos. Camina por el borde de una cornisa y tanto puede despeñarse como llegar a destino -las elecciones- con paso firme.
Vicente Massot