Jueves, 13 Junio 2019 21:00

Prohibido aburrirse

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Los argentinos tenemos muchas razones para quejarnos, pero admitamos, como compensación, que no nos aburrimos nunca, aunque más de uno de nosotros desearía una vida pública un tanto más apacible porque la fórmula perfecta del bienestar político es precisamente una vida institucional “aburrida” como garantía de una vida privada más agradable.

 

La incorporación de Miguel Ángel Pichetto a la fórmula de Cambiemos tuvo el mismo efecto emocional que la decisión de Cristina Kirchner de sumar a Alberto Fernández. Hasta aquí llegan las semejanzas entre un caso y otro: movidas políticas poco previsibles que amenazan alterar las reglas de juego de la política; movidas políticas que parecieran tener más un efecto emocional y publicitario que racional; movidas políticas a las cuales los argentinos peligrosamente nos estamos acostumbrando, tal vez porque como nos cuesta creer en algo estamos dispuestos siempre a descreer de todo y que algún golpe de dados o de fortuna se nos ilumine la vida.

Lo aconsejable, por ahora, sería dejar que baje la espuma y podamos apreciar la consistencia de lo que efectivamente queda. Los periodistas estamos “condenados” a opinar sobre caliente -y está bien que lo hagamos- pero siempre es importante tener presente las perspectivas y el despliegue efectivo de lo real más allá de los titulares de los diarios y las pantallas. Esto quiere decir que la primera instantánea del acontecimiento vale por ser la primera, pero habrá que aprender a distinguir lo que son los juegos de artificio de la materialidad real de los hechos.

Digamos, por lo pronto, que “la jugada Pichetto” no fue tan imprevisible como se comenta. Desde 2015, el senador rionegrino fue uno de los garantes de la gobernabilidad, un actor político que siempre jugó más cerca de Macri que de Cristina y que en los momentos de crisis se comportó con la solvencia de un estadista. A diferencia “del Alberto”, las disidencias que expresó contra el actual presidente nunca adquirieron el tono escatológico del actual candidato a presidente por el kirchnerismo.

Pichetto a sus diferencias con el presidente de la Nación las expresó siempre y es probable que las siga expresando, algo no novedoso en Cambiemos, un espacio en el que las disidencias no parecen afectar la unidad política.

Por su parte, la candidatura de A. Fernández siempre dio la sensación de que se tomó en un cuarto cerrado, entre dos o tres personas y a contramano del sentido común de sus votantes. A la llamada militancia K, convengamos que la novedad no les agradó demasiado, al punto que podría decirse que hasta el día de hoy hacen esfuerzos para digerirla.

Otra novedad: Pichetto es el vicepresidente y aportará sus experiencias, pero el poder real de la fórmula sigue estando en Macri. Lo mismo no puede decirse de la candidatura K, donde no es ningún secreto que el poder real y simbólico lo ejerce la vicepresidente, lo cual abre interrogantes cargados de inquietudes hacia el futuro en una fuerza política como el peronismo en la que el poder no se disputa precisamente con buenos modales.

Atendiendo a estos nuevos posicionamientos, y tal como intenté expresarlo en diferentes notas, la contradicción política central será entre Macri y Cristina. Las contradicciones políticas -se sabe- nunca expresan la realidad de manera prolija, pero en sus líneas generales se aproximan bastante. Macri versus Cristina no es la invención de dos dirigentes, sino la manifestación de contradicciones políticas económicas y culturales reales de la sociedad. Cristina no es todo el peronismo, pero a nadie se le escapa que hoy es la dirigente que mejor representa al peronismo tal como es y no como le gustaría que fuese para algunos.

La intensidad y vigencia de esta contradicción explica en parte la implosión de la llamada avenida del centro. A su debilidad estructural, esta avenida del centro sumó los errores de sus principales dirigentes y, en algunos casos, más que errores ese exasperante desfile de vanidades de políticos que no pueden disimular que su ego es mucho más importante que la causa que pretenden defender.

El caso de Sergio Massa es sorprendente. Veremos cómo continúa esa película, pero en principio resulta casi patético que el dirigente que se propuso conquistar la presidencia y renovar la política, haya concluido disputando la candidatura a intendente de su esposa en el distrito de Tigre. El caso Lavagna, circula por otras huellas porque el supuesto candidato del consenso dio todos los pasos necesarios para romper ese consenso que disfrutó en algún momento.

Anécdotas al margen, la implosión de la Alternativa Federal explica la decisión de Pichetto. Los espasmos políticos de Massa, los exasperantes cabildeos de Lavagna y la típicas “cordobeseadas” de Schiaretti -desde los tiempos del deán Funes se las ingenian para ejercer el arte de amagar y borrarse- alentaron el traslado de Pichetto a un espacio político con el que -importa decirlo- venía elaborando coincidencias desde hacía bastante tiempo.

Desde ese punto de vista, Pichetto no es una sorpresa en Cambiemos. Es más, su presencia fortalece una identidad política fundada en el principio de coalición, es decir, la confluencia en una propuesta históricamente situada de diversas identidades políticas. Pichetto, por lo tanto, no es un extraño en Cambiemos; o, por lo menos, su presencia es menos resistida de la que pueden expresar Massa o Fernández en el kirchnerismo.

Sus declaraciones a favor de la república democrática, del estado de derecho, de la racionalidad económica y el realismo político están en sintonía con la identidad de Cambiemos. También sus disidencias son funcionales a la coalición. Pero para quienes la contradicción Macri versus Cristina les resulta demasiado rígida o demasiado personalizada, deben saber que la flamante fórmula coloca la contradicción en un nivel más político, más fundado en categorías políticas si se quiere, porque Cambiemos ahora deja de ser, como machacaban sus críticos, la propuesta “gorila”, para empezar a ser la propuesta de quienes, más allá de sus identidades políticas tradicionales, expresan un modelo de país para el siglo XXI fundado en aquellos principios de modernidad, racionalidad y humanismo, reñidos con las categorías tradicionales del populismo encarnado por el kirchnerismo.

¿Suma votos Pichetto? Suma imagen y certezas políticas, pero habrá que ver si suma votos. La sensación es que su presencia fortalece a Cambiemos y mejora sus posibilidades competitivas. Así lo creyeron, entre otros, los dirigentes de la UCR que, por lo que se sabe, son los que más insistieron a través de sus voceros más caracterizados para que se abra juego. A modo de síntesis, podría decirse que no hay seguridad de que Pichetto suma votos, pero existe la certeza de que no resta y que, por el contrario, recién ahora se atisba la posibilidad de que Cambiemos se imponga en los comicios de octubre.

Habrá que ver de aquí en más. Para las elecciones de octubre falta en tiempos políticos, no cronológicos, “una eternidad”. Desde ese punto de vista, podría decirse que la Argentina es muy difícil que cambie para bien en los próximos meses, tal como desearía el macrismo, pero las chances de que cambie para mal, como quisieran los kirchneristas, se han reducido.

El gobierno nacional, por lo tanto, corre riesgos a los que ya está habituado, pero si el estallido económico no se da, las variables económicas se sostienen e incluso se observara una leve recuperación económica, las posibilidades electorales de Cambiemos crecerían y mucho. Admitamos, a modo de conclusión parcial, que con más o menos miserias, con más o menos intrigas, con más o menos esperanzas, en esta Argentina que supimos conseguir, no nos aburrimos nunca.


Rogelio Alaniz

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