Unos y otros son, al mismo tiempo, cautos y optimistas. Creen que el lunes 12, en las primeras horas de la madrugada, estarán festejando; pero no se dejan llevar por el exitismo. Obtener un resultado que dé lugar a descorchar botellas de champagne no significa necesariamente -al menos no en el caso de la coalición oficialista- triunfar en la disputa electoral a simple pluralidad de sufragios.
El presidente de la República y sus seguidores levantarán sus copas y brindarán en el supuesto de que la diferencia entre ellos y el kirchnerismo no supere los cinco puntos a nivel nacional y que otro tanto suceda en el territorio bonaerense. Nadie de su estado mayor supone seriamente que, en las internas abiertas que se substanciarán el próximo día domingo, cosecharán más votos que la fórmula de los Fernández, o que María Eugenia Vidal se impondrá a Axel Kicillof.
Vistas las cosas desde la óptica del Frente de Todos, ganar no significa solamente sumar una mayor cantidad de sufragios.
Eso se descuenta. El desafío que enfrenta es exactamente contrario al del macrismo y se relaciona no tanto con números absolutos como con diferencias porcentuales. De la misma manera que en la Casa de Gobierno saltarían de contentos si perdiesen por cinco puntos o menos, en el Instituto Patria harían otro tanto en la medida que estableciesen, respecto de sus principales adversarios, una distancia de seis puntos o más.
Por supuesto que -como en estos lances vale todo- desde las usinas K se ha lanzado una acusación anticipada contra la posible falta de trasparencia en un escrutinio cuyo resultado final, por lo que se halla en juego, se hará esperar y posiblemente se anuncie -contra las promesas del gobierno- pasada la medianoche del domingo. La jugada es un mero fuego de artificio en atención a que cualquiera sabe -y el kirchnerismo mejor que nadie- que adulterar el resultado de las urnas es una tarea casi imposible si el o los partidos de la oposición cuentan con fiscales confiables en todas las mesas del país.
No deja de ser interesante entender las razones en virtud de las cuales los dos bandos llegan a esta instancia confiados. Hay un motivo que se relaciona de manera directa con la asimetría hallable entre las encuestas de alcance nacional y las de naturaleza municipal o provincial. Si se pasa revista a las primeras se cae en la cuenta de que, con excepción de un par de ellas que marcan una ventaja del frente populista superior a 5 % y dos que muestran al oficialismo arriba por uno o cuatro puntos porcentuales, todas las demás coinciden en limitar la diferencia a favor de la fórmula de Alberto Fernández y Cristina Kirchner a entre dos y cuatro puntos.
En cambio, cuando se analizan con atención los datos que exponen diversos relevamientos hechos en distritos como Córdoba, Mendoza, La Plata, Bahía Blanca, Mar del Plata y Santa Fe -por citar tan sólo algunos ejemplos de los muchos que podrían traerse a comento- el escenario parece ser distinto. Básicamente porque los números del kirchnerismo son bastante mejores que los del macrismo incluso en aquellos distritos en donde, aun cediéndole el podio a su contrincante, el Frente de Todos acredita más votos que en el año 2015. La muestra por excelencia de lo expresado es lo que sucede en Córdoba donde el binomio Macri-Pichetto se impondría por veinte puntos, cuando hace cuatro años en el distrito mediterráneo el Pro había obtenido treinta más que Scioli.
Incurriendo en un vicio reduccionista se podría sostener que en Balcarce 50 hacen sus vaticinios con base en los relevamientos de opinión de nivel nacional que son de todos conocidos, mientras en el comando de campaña kirchnerista dan más crédito a los datos de las encuestas municipales y provinciales que -las más de las veces- no resultan publicados ni comentados en los medios de prensa de la capital federal y, por lo tanto, no siempre son tomados en cuenta y analizados con prolijidad.
En principio, no hay motivos para descartar a priori a ninguna de las dos formas de medición. Que unas sean hechas por teléfono y las otras sean presenciales lo único que pone de manifiesto es un método diferente a través del cual se le pregunta a los votantes su parecer.
Pero hay un segundo motivo que lleva a los contendientes a alentar esperanzas.
En Balcarce 50 piensan que existe un voto vergonzante y una masa de indecisos que a último momento decantarán hacia el macrismo, menos por convicción que por temor a una vuelta al poder de Cristina Fernández.
Al margen de publicitar -casi hasta el hartazgo- la enorme cantidad de obras públicas que construyó el gobierno en el curso de los últimos cuatro años, la campaña oficialista en los metros finales se ha centrado en tratar de potenciar el voto útil, por un lado, y en crear un clima de miedo entre quienes todavía no han definido qué boleta escogerán en el cuarto oscuro. El tópico de la República o Venezuela ha sonado fuerte y es dable suponer que hasta el momento que comience la veda el equipo comandado por Marcos Peña escalará su discurso en este sentido. Algo, después de todo, enteramente lógico.
En la vereda opuesta la confianza no sólo radica en una diferencia a su favor, que creen segura en el principal distrito electoral -léase la provincia de Buenos Aires-, sino en el peso que tendrá la situación económica sobre el ánimo de los votantes. Que el dólar haya comenzado a moverse es un dato que no le ha pasado desapercibido a nadie, aunque lo más significativo -en término de indicadores sociales- de la semana que acaba de terminar, ha sido la medición de la pobreza en el país.
Si bien el porcentaje definitivo no se conocerá hasta mediados de septiembre -poco más o menos- los especialistas han adelantado que en los primeros meses del año en curso la proporción de pobres habría crecido hasta orillar 32 %. Por su lado, el Observatorio de la Deuda Social de la UCA (Universidad Católica Argentina) pronosticó que está “en valores cercanos a 35 %”. Huelga decir que es una de las peores noticias que puede dar la actual administración y es uno de esos fenómenos que al kirchnerismo -fuerte en los segmentos más carenciados de la población- le viene como anillo al dedo.
Vicente Massot