Miércoles, 14 Agosto 2019 21:00

Game Over

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Era predecible la victoria de los Fernández como impredecible resultó su magnitud. Cualquiera que fuera medianamente responsable sabía que, a simple pluralidad de sufragios, el Frente de Todos se impondría en las PASO.

 

La gran incógnita era la dimensión del triunfo, salvo para aquellos que trucaron relevamientos de opinión pública en las semanas anteriores a las internas abiertas o -lisa y llanamente- echaron a correr versiones antojadizas sobre un posible batacazo del Frente para el Cambio. Más allá del papelón ya reiterado de los encuestadores, nadie vislumbró qué tanto impacto tendría la situación social a la hora de entrar al cuarto oscuro.

Con los resultados finales a la vista, está claro que cuanto sucedió el domingo no puede analizarse con base en la ideología de los ganadores sino a partir de lo que cabría denominar -a falta de mejor término- el síndrome del bolsillo flaco. Se equivocaría de medio a medio quién creyese en la súbita irrupción de una ola peronista o izquierdista que, de buenas a primeras, sepultó al macrismo en las urnas. La diferencia de quince puntos obtenida a expensas del oficialismo por Alberto Fernández y Cristina Fernández se debe mucho más a los índices de indigencia, pobreza, caída del salario real, profundidad de la recesión y a los topes a los que ha llegado la inflación, que a unas supuestas predilecciones populistas de parte de la mitad de los argentinos.

Abundar, a esta altura del partido, en consideraciones de por qué ganó uno y perdió el otro es una tarea que no nos corresponde asumir. No porque carezca de sentido.

Lo tiene y mucho, si bien supone una empresa ajena a una crónica de este tipo. Las PASO ya están en la historia y sus efectos resultan irreversibles. Por grandes que sean los esfuerzos de Mauricio Macri de nadar en contra de la corriente y tratar de recomponer las cargas a los efectos de enfrentar en forma el desafío del 27 de octubre, la suya es una causa perdida. Sería milagroso que pudiese remontar la paliza soberana que recibió el pasado fin de semana y erigirse vencedor dentro de setenta días.

Por supuesto que no puede darse por desahuciado, si no quiere terminar imitando a Fernando de la Rúa. Debe dar pelea en razón de la necesidad de poner a buen resguardo la gobernabilidad. Dicho con otras palabras: si el presidente baja los brazos ahora, no termina el mandato. Aunque todos perciban que no tiene chances ningunas, es menester que mantenga la compostura. Claro que eso no bastará para calmar a los mercados.

En rigor, la gobernabilidad depende apenas en parte de lo que decidan o proclamen los hombres del gobierno y los recientes vencedores en la disputa electoral. En el centro de la escena está plantado el dólar. Era obvio que escalaría si los Fernández se adueñaban del podio por seis puntos. Tanto más si la ventaja que sacaron orilló los quince. Sí, es verdad, el Banco Central atesora unos U$ 18.000 MM de libre disponibilidad. Si ese fuese el caso y todo dependiese de la cantidad de reservas, es posible que el problema resultase menor.

Pero la cuestión no es tan sencilla. Por de pronto, todavía no sabemos cuál será el alcance de la dolarización que recién empieza. Además, hay que ver hasta dónde conserva la calma el gobierno si la fuga hacia la divisa norteamericana adoptase durante los próximos días, semanas o meses las características de una estampida. Por fin, es probable que en una situación límite, y dando por descontada otra derrota macrista en octubre, el FMI interviniese para impedir que la actual administración liquide sus dólares en busca de parar una corrida.

Al margen de lo que esté en condiciones de decidir en términos de política monetaria el gobierno, y de la eventual buena voluntad de Alberto Fernández y los suyos, es obligado considerar cómo analizan el escenario argentino los mercados internacionales y cómo lo hacen también, por su lado, los tenedores de depósitos a plazo fijo de la vuelta de la esquina. Para aquéllos las promesas del kirchnerismo -por conservadoras que sean- siempre resultarán poco creíbles.

Qué puede imaginar un financista de Wall Street a poco de reparar en el hecho de que, si en octubre se repitiesen los resultados del domingo, el frente populista quedaría en el umbral del quorum propio en la cámara de senadores y a diez bancas de la mayoría en la de diputados.

La especulación de que se hallaría en condiciones de votar cualquier ley, despedir a los ministros de la Corte Suprema de Justicia que no le fuesen funcionales y controlar el Consejo de la Magistratura, a como diese lugar, no sería en absoluto exagerada. Después de todo, el kirchnerismo arrastra una fama que no resulta gratuita. Nada asegura que se repetirá a sí mismo en eso de “ir por todo”, pero nada se lo impedirá. Por lo tanto, la confianza que suscitan los Fernández en el mundo de las finanzas es escasa -por no decir nula- en atención a que nadie parece dispuesto a otorgarles el beneficio de la duda.

En resumidas cuentas, la gobernabilidad de ahora en adelante quedará sujeta a la responsabilidad que demuestren los principales actores nativos y -sobre todo- a la credibilidad que generen los triunfadores de las PASO en punto al manejo de la economía y de la Justicia a partir del 11 de diciembre. Es de especial importancia tener presente que, aun en el caso de que Mauricio Macri y Alberto Fernández se comportasen como dos estadistas consumados, ello por sí solo no impediría la disparada del tipo de cambio y de la inflación. En este orden, las primeras reacciones del presidente de la Nación, luego de conocerse el calado del desastre electoral, no han sido felices. En la noche del pasado domingo demostró sus carencias oratorias y no estuvo a la altura de las circunstancias. Pareció más enojado con el kirchnerismo que consigo mismo.

Ayer lunes, en conferencia de prensa, volvió a cargar lanza en ristre contra su adversario, en lugar de buscar entre los propios las razones del golpe de knock out recibido.

Hay que permitir también que suba al estrado otro tema no menor. Los plazos electorales podrían acortarse y -en ese supuesto- el gobierno correría el riesgo de no completar en tiempo y forma el mandato para el cual fue electo hace cuatro años. Quién considere lo expresado más arriba una hipérbole catastrofista, es conveniente que no pierda de vista que estamos en la República Argentina, país en donde ha quedado demostrado, en el curso de los pasados setenta años, que nada es imposible.

La preocupación que ha ganado el centro de la escena y lleva el nombre de gobernabilidad no es fruto de un capricho o producto de la casualidad. Que ese término se encuentre en boca de todos pone al descubierto la sospecha de que Macri pisa arenas movedizas, y no tierra firme, en estos momentos. El terremoto financiero que se desató el lunes con el riesgo país arriba de los 1400 puntos (y ahora por sobre los 1700), las tasas al 75 %, la peor caída del Merval en setenta años y el derrumbe del peso resulta la demostración más cabal de que a Mauricio Macri se lo da por muerto y que Alberto Fernández sólo genera desconfianza.

El gobierno no podrá resistir las consecuencias que sobre el nivel de precios tendrá la devaluación del tipo de cambio. Imaginar pues que, en este contexto, sería posible forzar una segunda vuelta, supone una desorientación asombrosa.

A diferencia de lo que sucedió el viernes 26 de abril cuando la divisa norteamericana superó los $ 46, ahora las autoridades del Fondo no están en condiciones de extenderle un nuevo salvavidas. Por su parte, ni Nicolás Dujovne

ni Guido Sandleris tienen a mano una batería de medidas capaces de torcerle el brazo a los mercados si éstos escalasen en su apuesta contra el peso. Salvo -claro- que echasen mano a un recurso de última instancia e implementasen algún genero de control de cambios para poner a resguardo las reservas del Banco Central.

Quienes pensaron hace cuatro años que el triunfo de Cambiemos inauguraba una etapa nueva en la historia argentina, sabrán qué tanto se equivocaron.

Quienes, en cambio, no se bajaron entonces de su convicción de que este es el país del eterno retorno tendrán razones para considerar que estaban en lo cierto.

Vicente Massot

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