Consecuentemente, en estos pocos días como inquilino en la Casa Rosada, Fernández (Alberto), ha imprimido a su actividad presidencial un ritmo febril (que hasta ha incluido ir a tomar examen en su cátedra, y mandar un Instagram de madrugada diciéndonos cuando todos estábamos durmiendo, que contemos con él, porque él cuenta con nosotros -al estilo del “recen por mí”, de Francisco (Papa)-.
Pero lo más concreto que ha lanzado el gobierno al ruedo es este paquetazo de medidas de emergencia en donde como es tradición el peronismo quiere enchufar “hasta la emergencia del turf”, como acotaba el siempre irónico Raúl Baglini.
Una duda (legitima) que todos los analistas tenemos es en quien va a recaer el poder real: si en el Presidente y su lapicera o en la Vice Presidenta y su liderazgo. Pero ahora aparece otra duda, que multiplica la primera duda, como en un pasillo de espejos: ¿Cuál es el Alberto que nos va a gobernar? ¿Es el Alberto que cita a Alfonsín y hace un discurso de respeto institucional o es el Alberto que manda un proyecto de ley de emergencia que le da poderes omnímodos como no los disfrutó ni el Sultán Carlos Saul? - ¿Es el Alberto que pide despolitizar a la Justicia o el Alberto que minutos después pide por que se acaben las prisiones preventivas? ¿Es el Alberto que se quiere presentar como independiente de CFK o el que después admite a hombres y mujeres de la Presidenta en todas las segundas líneas (y en algunos sillones de la primera línea?
Esquizofrenia, cinismo o ambigüedad táctica en una construcción de poder presidencial que empieza casi en cero. Amenazada por una situación económica que le demanda que no de ningún paso en falso, y por el otro lado, el contralor continuo de Ella, quien cree que nunca se ha equivocado en la vida.
Empezar con gestos de autoridad, como le enseñó Kirchner -ordenando al Comandante del Ejército a subirse a un banquito tambaleante para bajar el cuadro de Videla que todavía adornaba las paredes del Colegio Militar. Como quiso empezar Macri intentando ridículamente nombrar por decreto nada más ni nada menos a los dos integrantes de la Corte Suprema de Justicia, Carlos Rosenkrantz y Horacio Rosatti.
Pero Alberto no se va con chiquitas y la ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva es un eufemismo bajo el cual se esconde, tanto un ajuste económico, como una venganza política, y, fundamentalmente, una movida para que, de un saque, se resuelva la cuestión de quien gobierna la Argentina.
Sin embargo, tanto por procedimiento como por contenido, el intento ha resulta ser too much y ya ha obligado a recular, al estilo MM, pero notándose más porque un peronista no retrocede.
En primer lugar, titular una ley de Superpoderes como de Solidaridad Social es lo mismo que decir “cierren la boquita y fúmensela piolas que ganamos nosotros”. En segundo lugar, la Reactivación productiva es en realidad un ajuste que también es una vendetta: porque termina con la indexación de la movilidad jubilatoria justo para esos viejitos gorilas que han llenado las urnas de votos para Macri y las calles diciendo no pasarán. En tercer lugar, la ley concentra tantos superpoderes que realmente vuelve al Congreso un lindo conjunto de despachos y no mucho más.
Ahora, pequeño detalle, el Congreso es precisamente el lugar desde donde Cristina pensaba inaugurar un nuevo sistema: el Vice Presidencialismo. Así que esta delegación de poderes busca evitar una división de poderes institucional, o busca resolver de un saque el problema de las dos cabezas que debe atormentar a Fernández (Alberto) desde que fue ungido por Fernández (Cristina) quien como vicepresidenta delegaba en él la responsabilidad de ser Presidente,
Ley que buscaba ser votada sobre tablas, que necesita 2/3 de los votos, cosa imposible dada los números que tiene el oficialismo en el Congreso. Ahora, ya con el proyecto tratado en comisión, y bajados ciertos ditirambos napoleónicos, el Gobierno puede imponer sus mayorías en las cámaras y tener su ley (claro, si Fernández, Cristina así lo quiere).
Luis Tonelli