Luis Tonelli
Se termina 2020. Un año de privaciones y de incertidumbres. Un año de ausencias, ocasionales y permanentes. Un año de miedo y de urgencias. En síntesis, un año del que muchos dicen que hay que olvidar.
Si para algo se han creado los gobiernos, es para reducir la incertidumbre. En primer lugar, la llamada “incertidumbre hobesiana”, en donde la que está en juego es la vida misma dada la violencia de todos contra todos, cuando el “hombre se transforma en lobo del hombre”. Hoy, los gobiernos en el mundo intentan proporcionar certidumbres “contextuales”, bajo un contexto en donde todas nuestras certezas -incluso las científicas- se mostraron lábiles, pequeñas y frágiles frente al despliegue de la epidemia del COVID-19.
La nueva epístola de Cristina Fernández a los Conurbanensis (y resto de la feligresía K) dirigiendo un feroz ataque a los miembros de la Corte Suprema de Justicia ha sido criticada correctamente por la oposición, que visualiza en ella un adelanto de la reforma judicial que el oficialismo está pergeñando. Reforma destinada a terminar con el sistema de división de poderes, tal como lo conocemos, y su reemplazo por una politización franca del sistema político en su conjunto, cuyo vértice de conducción lleva a la vicepresidencia.
Es difícil realizar una evaluación de este primer año de los Fernández (Alberto y Cristina) rigiendo formalmente los destinos de este país bajo una situación tan extraordinaria en la que tuvo que desempeñarse un gobierno cuya performance ha sido extraordinariamente mala.
Está en la esencia del populismo repartir, y fundamentalmente, pasarse de roska repartiendo. El regreso del peronismo al poder, con el kirchnerismo como el sector político más dinámico de la coalición se ha dado, como en otras ocasiones, en un contexto de crisis, habiéndolo hecho antes después de la hiperinflación del 89, y el colapso de la convertibilidad en el 2001.
La pandemia y la cuarentena lo taparon todo. Por un tiempo. Típicamente, las crisis generan miedo, y el miedo nos colocamos a disposición de ese artefacto diseñado para poner fin al miedo, generándolo: el Estado.
Tres “relatos” han jalonado estos intensos meses de Alberto Fernández como Presidente. El primero fue su auspicioso discurso ante la Asamblea Legislativa al asumir la Presidencia, en donde se comprometió a restaurar el Consenso del 83 -discurso del cual quedaron sombras nada más, al retomarse muy rápidamente la dinámica de la Grieta-.
En la Argentina siempre señalamos hechos de los que decimos que “hay un antes y un después” de ellos. El problema es que a las pocas horas sucede otro hecho del que también decimos que “hay un antes y un después”. Tal el ciclotrón de la política criolla, que acelera las partículas de tal manera que las dinámicas y trayectorias nunca se cumplen. Así todo queda igual, pero para peor.
Vivimos una época de realidades duras y símbolos fuertes. Símbolos que expresan realidades. Símbolos que refuerzan y hasta recrean realidades.
Que la política este hecha de palabras -o como todo producto social, de comunicación- no quiere decir que con declamarse algo, esto se realice como por arte de magia. Maquiavelo decía que “gobernar es hacer creer”.
“Todo se desmorona. El centro colapsa… Los mejores carecen de convicción. Y los peores están llenos de una apasionada intensidad”.
Al estar en medio de la peor crisis de la historia argentina, hay algo peor que tomar una decisión equivocada: el no tomar ninguna decisión.
Una de las “grandes” contribuciones de la ciencia política al habla cotidiana de los argentinos -y me permito decir al sentido común global- ha sido el concepto de “gobernabilidad”, hoy utilizado por todos. A tal punto que acabo de cortar una conversación telefónica con mi Tía Nacha que me preguntó si el Presidente Fernández no estaba enfrentando la amenaza de ingobernabilidad.
Es difícil encontrar un gobierno que a menos de un año de asumir se encuentre en una crisis de confianza tan profunda como la que enfrenta el Presidente Alberto Fernández. Como es de rigor, esa incertidumbre se plasma en la presión sobre la demanda de dólares, pero se manifiesta en cualquier medición de expectativas presentes y a futuro.
Todos los gobiernos, en algún momento, pierden el sentido de la realidad. Pero en la Presidencia de Alberto Fernández, por el contrario, tenemos que preguntarnos si en algún momento se va a recuperar el sentido de la realidad.
Mi nieta Irenita de 5 años durante la cuarentena me dio clases por zoom sobre dinosaurios, ya que en sus palabras “yo sé mucho de ellos” (y la verdad que sabe mucho más que yo, que no sabía nada). En su última clase, con ojos muy abiertos, empezó diciendo “resulta que había caído un “arolito”, que levanto mucho, mucho polvo y eso tapó a los dinosaurios”. Luego de un rato pensativa me preguntó… ¿Nos va a tapar el polvo ahora a nosotros si cae un “arolito” de nuevo?
¡Fumata bianca! ¡Habemus reestructuración de la deuda! Finalmente, el Ministro de Economía Martín Guzmán revalidó en la práctica su conocimiento teórico sobre el tema de la deuda. No estoy en condiciones técnicas de afirmar si era posible cerrar este acuerdo más temprano o pagando menos. Si, la incertidumbre disparó el dólar blue, que ahora con el acuerdo estaba a la baja. Veremos por cuánto.
Un manojo de eventos auspiciosos ha tenido lugar en las últimas horas. El Presidente ha convocado a una primera reunión con las autoridades legislativas de la oposición en el Congreso. También, ha realizado declaraciones reconociendo su error de cálculo respecto a la expropiación de la empresa Vicentin. Y, en la misma línea, ha reafirmado su vocación por el diálogo a raíz de las críticas que inmediatamente arreciaron desde los sectores más ultras del Frente de Todos.
La lucha contra el coronavirus recién empieza en el AMBA. Si, tras la séptima renovación de la cuarentena, cuya primera edición comenzó allá por marzo, todo está como al principio.
Tiene razón el Presidente Alberto Fernández. No hay diferencias en la performance de la economía entre aquellos países en los que la pandemia no fue atacada tempranamente con la cuarentena, y han tenido miles de muertos -caso Brasil-, con los que la implementaron antes y no han sufrido afortunadamente un saldo tan luctuoso -caso la Argentina-Naturalmente, las muertes multiplicándose generan un terror que lo paraliza todo.
La cuarentena ha muerto. Larga vida a la cuarentena. El comandante Berni, en otro ataque de sincericidio, lo ha admitido: necesitamos una cuarentena estricta de 15 días, porque la cuarentena como se hizo en estos 100 días estuvo mal hecha. El punto es qué cuando esto lo decía la oposición le aplicaban el (in) famoso discurso de la “infectadura”: Cuarentena o Muerte.
¿Cuál es la imagen que describe hoy de mejor manera al Gobierno Nacional? ¿La de un conflicto que apenas puede ser disimulada entre un Presidente moderado y moderador, y una Vicepresidente desesperada por zafar de sus causas judiciales? ¿O la de un Águila de dos cabezas, en la que un Presidente en el Gobierno y una Vicepresidenta en el Poder convergen en sus intereses y trabajan finalmente como un único equipo?
“Cash y expectativas”. Así definió su método político el fundador del “peronismo variante K”. Proceder que, por definición, demanda que, si hay un plan, este se guarde con siete llaves.
Será por la prosapia militar de su fundador, será por su cultura política (repleta de palabras como “conducción”, “verticalismo”, “orga”, “cuadro”) lo cierto es que el hábitat natural del peronismo son las crisis.
Uno escucha a los funcionarios de los gobiernos peronistas a nivel nacional, provincial y local, y parecería que disfrutan de la crisis de la globalización que ha producido el coronavirus, o mejor dicho que ha producido la única arma que se aplicado como último recurso desesperado para “planchar la curva de contagios”: la cuarentena medieval.
Hay una constante en el accionar político de Alberto Fernández. Hoy, en la cima de su popularidad, asentada en el éxito relativo de la lucha que encabeza contra el coronavirus, sigue sintiéndose cómodo como el Jefe de Gabinete que fue durante la presidencia de Néstor Kirchner y la primera presidencia de Cristina Fernández (y algunos meses más).
No podía haber magia. Los efectos económicos de la cuarentena total están golpeando con intensidad creciente a la sociedad argentina. No hay recesión anterior que pueda equipararse.
La pandemia no ha terminado. Que haya remitido o que se haya “aplanado” la curva de contagios no quiere decir que el coronavirus haya sido derrotado ni mucho menos.
La cuarentena, sin vacuna todavía a la vista, es como la convertibilidad: se entra fácil a ella, pero después nadie sabe después como salir. Claro que en este caso, está la vida misma de muchos argentinos directamente en juego.
En nuestro país, como en todos los países que está sufriendo la pandemia del COVID-19, ha comenzado a tomar fuerza el debate salud vs economía.
Muchos se preguntaban cómo haría el populismo para gobernar sin esas vacas gordas que le permitieron en su momento construir su fama de justicieros sociales.
A fines de la década del 60, un Guillermo O´Donnell muy joven publicó Modernización y Autoritarismo, su primer y esencial libro, en el que acuñó el concepto de Estado Burocrático y Autoritario para referirse a las dictaduras que asolaban por esa época a América Latina.
La globalización ha sido el producto de la revolución de las conectividades. Conectividades materiales (aviones más veloces, con mayor capacidad, y más baratos; enormes barcos de transporte; mejores carreteras y autos y camiones más eficientes).
Hay una discusión en ciernes sobre el carácter peronista de este gobierno (como siempre sucede con todo gobierno peronista: una facción asume, y el resto agarra el peronómetro para juzgar sus políticas).
Hace muy poco que asumió Alberto Fernández. Muy poco como para evaluar sus políticas. Muy poco como para considerar sus decisiones. Hace solo algunas horas, el Presidente dio su discurso de apertura de las actividades legislativas para este año. Un discurso correcto, sin señalar enemigos. Con un conjunto de iniciativas interesantes.
Algo que está roto, necesita de alguien que lo repare. Algo que está roto, implica que alguna vez funcionó bien. Y algo que está roto, merece repararse cuando si vuelve a funcionar lo hace tan bien como antes.
En julio del 2003, el entonces presidente Néstor Kirchner visitó al entonces presidente George W. Bush. El encuentro exhibió una coincidencia fundamental, a 30 días del cierre de las negociaciones de la Argentina con el FMI: los bonistas tenían que hacerse cargo de haber invertido irresponsablemente en un país en bancarrota. Quedaba así habilitada una quita nominalmente importante a los bonos argentinos en dólares.
“Kicillof se hizo el duro con los mercados, pero era un vencimiento de morondanga que podía pagar, como finalmente lo hizo. Alberto ensaya un camino diplomático pero los vencimientos que enfrenta en un mes son atómicos y no tiene los dólares para pagarlos”. Así lo resumió un hombre del Presidente.
Todo terminó en un papelón. Por más que sus tiffosi quieran buscarle una racionalidad superior, por más que sus acólitos digan que “estaba todo fríamente calculado”, la bravata del Gobernador Axel Kicillof con los acreedores terminó en un hazme reír generalizado.
Comienza la película. Un hombre camina por una vereda. Una mujer por otra. Se encuentran en la esquina. Se sonríen. El hombre le pregunta si va en su misma dirección. La mujer, un tanto turbada, le dice que no. Ambos se encogen de hombros. Y cada cual sigue su camino. A las pocas cuadras la mujer vivirá un incidente que marcará el verdadero inició del film, un thriller. Si ella coincidía en el camino del hombre, hubiera sido otra película, quizás una romántica.
Todos los caminos conducen a Washington. Al menos cuando se tiene un país endeudado y sin demasiados dólares en la billetera. Claro, que hay caminos más largos o más cortos hacia Washington.
Luego de un mes de gobierno, aún sigue siendo difícil encasillar al Gobierno de Alberto Fernández. Y, quizás, ese carácter ambiguo, zigzagueante y hasta contradictorio sea su esencia constitutiva.
Qué raro todo. Y quién podía esperar otra cosa, con el poder político en el banco de suplente y su delegado sentado en el Sillón de Rivadavia.
Cuando las cosas van bien, funciona la comunicación antipolítica de la Nueva Política. Se pueden lanzar globos, hacer el pogo de la alegría, sentar al perrito Balcarce en el Sillón de Rivadavia.
El manual de la realpolítik reza “haz lo que tengas que hacer, pero hazlo rápido”. Y Alberto Fernández está haciendo rápido lo que cree que tiene que hacer. Quizás demasiado rápido. De su maestro Néstor Kirchner ha tomado ese apotegma que dice que la política contemporánea es “cash y expectativas”. No habiendo cash, entonces, todavía hay que generar más expectativas.