Rogelio Alaniz

 

Estamos atravesando por un momento histórico difícil. Decididamente malo. Los argentinos y el mundo.

 

 

Un mundo en cuarentena nos inquieta. Es lógico y humano que así sea. También es razonable suponer que la humanidad va a superar esta crisis, aunque es legítimo preguntarse a qué precio.

 

 

Un relato sobre la epidemia, de rigurosa actualidad.

 

 

Ciertos críticos literarios aseguran que en el inicio de un texto está la clave de la novela. El principio muy bien podría extenderse al territorio de la política. En este caso, al discurso del Presidente de la Nación en la Asamblea Legislativa ponderando el valor de la palabra y condenando la simulación y la mentira.

 

 

A dos meses de haber asumido el poder, las diferencias internas del peronismo parecen ocupar el centro del escenario. ¿Es tan así? ¿Gobierno bifronte? ¿Disputas inevitables y hasta saludables de una coalición de poder?

 

 

Algo anda mal en un país cuando oficialismo y oposición se concentra en un solo centro de poder. El desenlace de esa contradicción suele ser siempre violento y las facturas que se pagan alguna vez estuvieron teñidas de sangre. Y los costos los paga toda la sociedad.

 

 

No presiento una súbita caída al abismo o el ingreso al infierno, como profetizan algunos. Intuyo algo peor: un progresivo empobrecimiento de la vida cotidiana; una persistente y agobiante sensación de humillación; una devaluación progresiva de la inteligencia y la sensibilidad; una resignada convivencia con el hampa; un regodeo en el hábito de contemplar cómo crece la insignificancia de la Argentina en el mundo.

 

Hay dos versiones que explican por qué la ciudad de Rosario se ganó el apodo de la “Chicago argentina”. Una laboral y otra policial. La laboral, dice que su industria frigorífica se equiparó con la de la ciudad yanqui. La policial, la más difundida, remite a la presencia de la mafia siciliana en los años treinta. Chico Grande y Chicho Chico.

 

Al poco tiempo de ser derrocado por el dictador Juan Carlos Onganía, el presidente Arturo Illia deja constancia pública de los bienes que dispone.

 

¿Es el antiperonismo un mezquino prejuicio? ¿La expresión irreflexiva de los favorecidos en una sociedad injusta? ¿Es acaso un fantasma que recorre los laberintos y los sótanos de la sociedad infundiendo miedos y reclamando una existencia que la vida misma le niega? Cualquier respuesta es posible a estos interrogantes, pero fantasma o no, resulta imposible desconocerlo.

 

Atribuirle a Jorge Luis Borges la escritura de novelas parece ser una obsesión de los presidentes peronistas. Hoy lo hizo tío Alberto; ayer, Carlos Saúl Menem. Digo yo, sin pedantería alguna, pero con deseos de colaborar al desarrollo de la cultura nacional: ¿Por qué los políticos peronistas en lugar de hablar de Borges porque suponen que pronunciar su nombre otorga un raro prestigio, no intentan leerlo?

 

 

El término aludiría, no a cualquier conflicto social sino a una ruptura, un quiebre histórico que además amenazaría con ser permanente.

 

 

¿Hay diferencias políticas entre Alberto y Cristina? Seguramente las hay, como las había entre Néstor y Cristina, entre otras cosas porque en el ejercicio de la política esas diferencias son inevitables, incluso entre los aliados más íntimos.

 

 

Un gobierno con legitimidad de origen se acaba de hacer cargo del poder y de aquí en más lo que se debatirá será su legitimidad de ejercicio. Y digo legitimidad y no legalidad porque la legitimidad alude precisamente a la capacidad de una gestión para ganar consenso.

 

 

Si en 1983 una democracia saludable exigía la condena de la represión ilegal, 37 años después es necesaria la condena de la corrupción

 

 

Amigos, conocidos, lectores, se muestran sorprendidos, incluso consternados, por las recientes declaraciones de Alberto Fernández y Cristina Kirchner: uno, atacando a los periodistas; la otra, increpando a los jueces.

 

 

El “inesperado” 40% de votos de Cambiemos y la amplia representación parlamentaria obtenida, habilita algunas consideraciones respecto del rol de la oposición para el nuevo período presidencial que se inicia.

 

 

Supongo que el gobierno que asumirá el 10 de diciembre dispondrá de los emblemáticos 100 días de espera, el tiempo que la oposición le suele dar a los gobiernos para que se acomoden y ensayen sus primeras iniciativas.

 

 

Se dice que en Bolivia los militares derrocaron a Evo Morales, una verdad muy a medias porque si bien los generales sugirieron su renuncia -después que lo hiciera la COB- queda en claro que lo que hirió de muerte al líder cocalero (alguna vez habrá que explicar más la naturaleza económica de ese liderazgo cocalero y sus relaciones con la cocaína) fueron las amplias movilizaciones de masas en las principales ciudades de Bolivia, una movilización que produjo el colapso del régimen dominante y abrió puertas a las más diversas estrategias.

 

 

Políticos, sindicalistas e intelectuales populistas amenazan a periodistas (No me gusta). Desde las mismas usinas y desde sitios más elevados del flamante poder, amenazan la independencia del Poder Judicial (No me gusta). Amenazan con leyes de emergencia y poderes extraordinarios para anular el Congreso (No me gusta). Dirigentes sindicales reclaman emitir para “ponerle plata en el bolsillo a la gente” (No me gusta).

 

 

No deja de ser una paradoja que un político como Alberto Fernández, que se esfuerza por presentarse como el paradigma del realismo, sea al mismo tiempo el presidente que despierte más dudas acerca de su relación con el poder y de las orientaciones prácticas de su gobierno.

 

 

Tal vez la expresión más sincera o la manifestación más espontánea del peronismo a la hora de evaluar las recientes elecciones la expresaron Pablo Echarri y Dady Brieva, demostrando una vez más que los actores cuyo oficio es la ficción suelen ser los que expresan con más nitidez aquello que se llama “las verdades del corazón”.

 

 

“Seamos serios”, es un giro verbal que Alberto Fernández suele usar con frecuencia y estimo que por esta vez este llamado nos debe incluir a todos porque en el juego democrático las reglas de juego se respetan y, por lo tanto, más allá de disidencias, prejuicios y temores hay que reconocer, en primer lugar, la legitimidad del proceso electoral y la legitimidad institucional del nuevo presidente de los argentinos.

 

 

Siempre sospeché que las efusivas ponderaciones de economistas y políticos acerca del milagro económico chileno eran algo exageradas y, en más de un caso, más motivadas por simpatías ideológicas que por una mirada preocupada por entender las posibilidades, límites y alcances de un modelo de crecimiento que, como todo modelo capitalista, nunca es perfecto y jamás está liberado de impugnaciones sociales.

 

 

La ausencia de Cristina de Kirchner es tal vez el dato más significativo de este proceso electoral, una ausencia que adquiere el relieve de una presencia o, para no ser tan terminante, de una incógnita.

 

 

Con todas las precauciones históricas del caso, se podría postular que en los comicios se elige, entre otras posibilidades, la calidad del liderazgo que desean los votantes, una decisión que conjuga consideraciones emocionales y racionales, pero que desde el punto de vista de un realismo descarnado coloca en un nivel importante las virtudes exclusivas del candidato.

 

 

Es probable que Victoria Donda se inspire en la campaña electoral que en su momento alentara Macedonio Fernández. Según recuerda Borges, Macedonio consideraba que lo importante era llamar la atención a través de mensajes en las mesas de los bares, en algún libro, en alguna pared, todas iniciativas orientadas a ir acostumbrando a los desprevenidos ciudadanos con su nombre.

 

 

La incertidumbre, no sobre el futuro en general sino sobre el futuro inmediato, parece ser la constante de esta coyuntura política, con un candidato con muchas posibilidades de ser presidente impuesto por una vicepresidente que no sabemos qué rol va a desempeñar, y un presidente en el ejercicio del poder que insiste en su reelección.

 

 

No todos los que van a votar por Alberto Fernández piensan lo mismo, y algo parecido podría decirse de los que votarán a Mauricio Macri, porque me gustaría pensar que ambos candidatos convocan a multitudes y las multitudes, a diferencia de la “masa”, se resisten a practicar el peligroso ejercicio de la unanimidad.

 

 

La tensión entre Alberto y Cristina expresa una incongruencia del movimiento que quiere presentarse como garante del orden a la vez que es promotor del caos

 

 

Una de las ocupaciones prácticas de Alberto Fernández es relativizar la responsabilidad de algunos de los kirchneristas imputados por corrupción.

 

 

Me sorprenden, y de alguna manera me confunden, algunas circunstancias de los procesos electorales, ciertos comportamientos de las denominadas clases populares y los vínculos de lealtad que estas clases sostienen con sus jefes o con sus propios prejuicios.

 

 

Un esquema sencillo nos diría que toda realidad política se constituye con sus apariencias y sus profundidades. A veces coinciden, a veces no.

 

 

En un país normal no debería haber PASO, en un país normal la victoria de la oposición no debería provocar estampidas económicas y financieras. La economía argentina estaba atada con alambre. Lentamente se venía recuperando, pero el paciente estaba muy lejos de haber sido dado de alta.

 

 

Los resultados electorales del 11 de agosto son elocuentes: hay ganadores y hay perdedores. Con los números se pueden hacer todas las especulaciones del caso y adelantar todos los pronósticos que nos gusten o nos disgusten.

 

 

El viernes pasado, y con motivo de las PASO, escribí en La Nación: "Si uno de los candidatos obtiene una diferencia de más de diez puntos, la primera vuelta prevista para octubre corre el riesgo de transformarse apenas en un trámite". Para bien o para mal, es lo que ocurrió. O lo que está a punto de ocurrir.

 

 

Hemos "inventado" un sistema electoral que puede llegar a hacer posible que en las elecciones PASO convocadas para este domingo se elija el presidente que nos habrá de gobernar hasta 2023. No deja de ser una ironía de nuestra política criolla que lo que debería ser un proceso de selección interna de candidatos partidarios se haya transformado en algo así como una primera vuelta de un singularísimo ballottage de dos o tres tiempos.

 

 

A diez días de las elecciones PASO, crece la obvia certeza de que el resultado de las elecciones se conocerá el domingo 11 de agosto sobre el filo de la medianoche, porque en el único punto en el que parecen coincidir la mayoría de las encuestas es que la elección será reñida en el marco de una creciente polarización entre la fórmula kirchnerista y la de Cambiemos.

 

 

No me preocupa tanto que Alberto Fernández haya empujado a un borracho que lo insultaba. Me preocupan otras cosas del candidato kirchnerista, me preocupan, por ejemplo, sus relaciones con el periodismo o, para ser más preciso, su fobia indisimulable a los periodistas, y muy en particular, a los periodistas que le hacen preguntas que no le gustan.

 

 

Durante 8 años Dick Cheney transformó a la vicepresidencia de los EE.UU. en un eficaz espacio de poder. El caso de Alberto Fernández y Cristina Kirchner.

 

 

Supongo que después de veinticinco años de perpetrado el atentado terrorista contra la AMIA, más que recordar una fecha, un aniversario, lo que se impone es protestar, poner el grito en el cielo, porque no otra actitud corresponde después de un cuarto de siglo de impunidad con el crimen más alevoso de nuestra historia y uno de los operativos terroristas más sanguinarios del mundo.

 

 

Resulta "fácil" criticar a Fernando de la Rúa porque efectivamente esa Alianza que él presidió fracasó, aunque la letra última aún no se ha escrito y muy en particular aquellas circunstancias visibles e invisibles que estuvieron presentes a la hora de la crisis que culminó con su renuncia.

 

 

Todo parece indicar que las próximas elecciones se polarizarán entre la candidatura de Macri y la de Cristina. Esta contradicción a muchos políticos y analistas no les gusta o consideran que es el producto de una manipulación.

 

 

Murió Isabel Sarli, la Coca Sarli. La entrevisté en 1988 en el bar de San Jerónimo y bulevar. Había llegado a Santa Fe para participar en un festival de cine y esa tardecita estaba tomando un café con una amiga. Le propuse la entrevista, aceptó, pero puso como condición que no le sacaran fotos porque no estaba “producida”

 

 

 

Omar Perotti será el nuevo gobernador de la provincia. Se trata de un político moderado, con experiencia de gestión, conoce cómo funciona un Estado y sobre todo conoce cómo funciona el sistema político de la provincia.

 

 

Los argentinos tenemos muchas razones para quejarnos, pero admitamos, como compensación, que no nos aburrimos nunca, aunque más de uno de nosotros desearía una vida pública un tanto más apacible porque la fórmula perfecta del bienestar político es precisamente una vida institucional “aburrida” como garantía de una vida privada más agradable.

 

 

En un panorama electoral aún incierto, el kirchnerismo apunta al votante de centro y a terminar con las investigaciones sobre sus gestiones anteriores

 

 

Tres o cuatro motivos explican las razones y sinrazones del paro general lanzado por la CGT este miércoles: la inflación, las obras sociales, el hambre y el cierre de listas del peronismo en provincia de Buenos Aires. La Biblia y el calefón, diría Discépolo.

 

 

Tal vez el hecho más llamativo de la convención celebrada por la UCR en Parque Norte lo haya expresado la abrumadora mayoría de convencionales a favor de la presencia del partido en la coalición Cambiemos.

 

 

La Señora finalmente se sentó en el banquillo de los acusados. Desde los tiempos de las juntas militares los argentinos no presenciamos esta escena en la que el poder rinde cuentas.

 

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