Fernando Iglesias

Todo lo sólido se disuelve en el aire, escribió un tal Carlos Marx en 1848. Mucho más tarde, Zygmunt Bauman se haría famoso no por sus valiosos aportes a la teoría social sino por piratear aquella frase de Marx y aludir a este período de cambios convulsos y permanentes como “Modernidad líquida”. La sociedad moderna está hecha de vapor, de humo, de agua; declararon hace ya tiempo, mientras habitaban en países centrales. Vapor. Humo. Agua. ¿Qué no dirían don Karl y don Zygmunt, viejos amigos de esta casa, si observaran el devenir de la política argentina?

La venta de humo que permite a Massa disimular el fracaso de su gestión económica, declararse ajeno al gobierno de Alberto, esconder a Cristina y conservar sus chances de ser el próximo presidente argentino es notable, pero no es original. Tiene su complemento en la simétrica capacidad de muchos analistas para hablar de política por horas sin mencionar un solo dato estadístico ni un hecho de la realidad.

De Cámpora a Néstor, de Néstor a Cristina, y de Cristina a Massa. Hay una foto que no lo explica todo pero dice bastante sobre la manera en que los argentinos elegimos presidentes. Es una foto magnífica. Casi todos la hemos visto alguna vez. Se trata del abrazo entre Evita y Perón en ocasión del 17 de octubre de 1951, sexto Día de la Lealtad Peronista y primera trasmisión de la televisión argentina. Es el último discurso de Evita, su despedida, aunque con fines propagandísticos peronistas es recordada como “la foto del renunciamiento histórico”, lo cual es inexacto. Se produjo un mes y medio después de su renuncia a la candidatura de vicepresidenta de la Nación y nueve meses antes de su muerte, y merece un breve estudio.

Toneladas de papel y miles de horas de reflexión se han gastado intentando construir categorías que hagan comprensible el arte de la política. Derecha. Centro. Izquierda. Socialismo. Socialdemocracia. Liberalismo. Fascismo. Con ellas se han escrito innumerables manuales de ciencia política. Brillantes, algunos. Mediocres, la mayoría. Todos tan útiles para orientarse en la Argentina como el mapa del subte de Manhattan en la selva del Amazonas. Es que la política argentina no se entiende consultando un diccionario de ciencias políticas, sino un manual de psiquiatría. Más específicamente, el capítulo dedicado al psicópata.

Lo contrario de una estupidez suele ser otra. Una verdad de perogrullo que casi el 30% de los votantes argentinos no han tomado en consideración. Así, las catástrofes causadas por veinte años de gobierno hegemónico de unos dementes que creen que todo es política y que es posible ignorar las leyes de la economía sin pagar costos han llevado muchos a pensar que es razonable votar a otros dementes que creen que todo es economía y que es posible ignorar gratuitamente los mecanismos de la política.

No sé ustedes, pero yo tuve la suerte de crecer en la Avellaneda de los 60. Era la ciudad andrajosa del blues de Manal (“Vía muerta, calle con asfalto siempre destrozado…”), pero era también el corazón de la Argentina industrial todavía vital y progresista en serio (“Y los obreros, fumando impacientes, a su trabajo van…”). Un país cuyo mejor intento de dejar atrás la proscripción del peronismo había fracasado con el golpe de Estado contra Illia que en 1966 dio el Partido Militar con apoyo del general Perón y la burocracia sindical justicialista.

No importa desde qué lado de la grieta se lo mire, el año 2001 marcó un antes y un después en la política argentina. La caída de la Convertibilidad y el derrocamiento de De la Rúa configuraron una nueva era. En la anterior, el Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical habían sido los protagonistas de un sistema bipartidario que definía y distribuía las opciones de poder. En la que siguió a aquel diciembre sangriento, tomaron su relevo el kirchnerismo y el PRO, dos novedades que subordinaron a los dos grandes contendientes dentro de esquemas y alianzas impensables pocos años antes.

Corría el año 2008, cierto ministro de economía del kirchnerismo cuyo nombre no voy a mencionar porque yo tampoco hablo nunca mal de mis aliados, decidió que el abusivo 35% de retenciones que el gobierno peronista K cobraba por la soja era muy poco y se le ocurrió subirlo aplicando un esquema de retenciones móviles. El campo se sublevó ante ese abuso, la grieta se abrió para nunca cerrarse, medio país se incendió y el Congreso tuvo la última palabra.

"No me interesa la política pero siempre fui antiperonista", decía. "Porque el peronismo dividió al país”.

La reciente confección de listas al Parlamento del Mercosur ha provocado una oleada de declaraciones infundadas por parte de políticos demagógicos y periodistas reducidos a panelistas. Primero, los hechos: los parlamentarios argentinos al Mercosur no han recibido hasta ahora ningún salario ni dieta, no cobran en dólares ni en ninguna otra moneda, no disponen de asesores ni automóviles, ni de ninguna otra cosa que implique gasto público excepto los pasajes y el hotel en Montevideo para poder asistir a las sesiones. La ridícula ola de indignación moral desatada contra quienes llevan años desempeñando una tarea por la que no han percibido ninguna compensación monetaria solo desnuda la ignorancia de sus enunciadores.

No la incluyeron en las “Veinte verdades peronistas” porque sonaba mal, pero merecería haber estado: no hacerse cargo nunca de nada es la primera regla del movimiento nacional y popular. Y cuando digo nada, es nada. Cada uno de los períodos de gobierno peronistas inició por una fiesta insustentable y terminó en un colapso, pero los compañeros solo se acuerdan de los días más felices, mientras que el Rodrigazo, el Duhaldazo y el Albertazo son culpa de los formadores de precios, los medios hegemónicos, los bomberos voluntarios de Villa Insuperable y la oposición.

Corría el año 1972 y el general Lanusse, en ejercicio dictatorial de la Presidencia, preparaba el enésimo Gran Acuerdo Nacional que iba a solucionar los problemas del país. En aquel mes de julio, Lanusse anunció la vuelta a la democracia en las primeras elecciones, desde 1952, en las que el peronismo no estaría proscripto, a desarrollarse el año siguiente. Ya sea por convicción o para conformar a un frente interno militar que un año antes había intentado derrocarlo para evitar la salida democrática, Lanusse decretó que los candidatos a las elecciones de 1973 debían residir en la Argentina antes del 25 de agosto de 1972 y pronunció su frase más célebre: “A Perón no le da el cuero”.

Desde hace meses, se ha puesto de moda entre periodistas y analistas afirmar que los argentinos están siendo ignorados por una clase dirigente que desconoce “la agenda de la gente” y solo se ocupa de sus egos y del poder. Desde luego, la situación es dramática y quienes asumimos un rol en la política tenemos una responsabilidad mayor que los ciudadanos de a pie. Sin embargo, la visión según la cual los argentinos no tienen responsabilidad en el drama que los aqueja y solo son víctimas pasivas es falsa, distorsiva y no ayuda a solucionar los problemas, sino al revés.

En 2019, este gobierno -si así podemos llamarlo- logró convencer a millones de argentinos de que todos sus males sus provenían de la maldad de Macri y su equipo de malvados CEOs, y de que bastaba llenar de plata el bolsillo de la gente y girar la perilla que encendía la economía para que volviera el asado y se pusiera de pie el país.

Paradójicamente, a medida que se aproximan las elecciones y se hacen cada vez más evidentes el fracaso del superministro y la inoperancia del Gobierno, las críticas a la oposición se hacen más fuertes. La primera acusación que se le hace es la de no dedicarse a “la agenda de la gente”, preocupada por miles de problemas cotidianos que le dificultan la vida y le impiden llegar a fin de mes. Tienen razón.

Es simpático, cool, y está bien visto, decir que la causa de la pobreza en la Argentina es la desigualdad; pero no es cierto. Más allá de las parrafadas del buenismo progre, peronista o católico, un simple análisis de los datos demuestra que la principal causa de la pobreza nacional es la bajísima productividad de la economía argentina, lograda mediante décadas de hegemonía del pobrismo nacional, popular y bergogliano.

Ya sé que a esta altura casi todos la vimos y que la mitad de la población ha escrito su propia nota crítica sobre Argentina, 1985. Pero esto no es una crítica cinematográfica. Ojalá que la película gane el Oscar, le hagan una estatua a Darín y los argentinos festejemos en el Obelisco. Cinematográficamente, lo merece. No estaría mal tampoco mostrar al mundo un héroe como Strassera y resaltar una de las pocas cosas de las cuales la Argentina nos ha hecho sentir orgullosos: la condena a los genocidas. Pero siempre hay un pero, y en este caso, es la agobiante parcialidad del argumento.

El Poder Ejecutivo Nacional ha reemplazado su ministro de Economía, pero el país ignora todavía para qué. Era quizá la última bala de que disponía el Gobierno para evitar el colapso y debió haberla usado para lanzar un plan de estabilización con medidas racionales, apoyo del partido en el poder y presencia de la vicepresidenta en el momento de su anuncio.

La historia es eso que pasa mientras la Argentina desperdicia oportunidades. Acaso la mayor fue la que se nos presentó con la Segunda Guerra Mundial, cuando el país estaba entre los diez más ricos del mundo, llevaba medio siglo sin defaults y una década de crecimiento ininterrumpido, Inglaterra nos debía fortunas, los pasillos del Banco Central rebosaban de lingotes de oro, no había inflación, nuestro PBI era el doble que los de Italia y España y superior al de Francia, y las condiciones de vida eran las mejores de Latinoamérica y casi toda Europa; por lo cual recibíamos millones de inmigrantes ansiosos de trabajo y de progreso.

Los dos principales candidatos, Lula y Bolsonaro, estarían de acuerdo en avanzar con el proyecto, que daría a la estabilidad monetaria una perspectiva de largo plazo.

De las muchas experiencias populistas ensayadas en América del Sur, la del peronismo es la más prolongada. Ha habido ciertamente otras cuyos efectos pueden ser considerados, con justicia, más agudos, como es el caso de la Cuba de Castro o la Venezuela chavista. Pero los más de setenta años durante los cuales el peronismo ha sido el movimiento político más influyente en la vida argentina no tienen parangón por duración y por la importancia del país, el tercero de América Latina si se considera la combinación entre superficie, población y producto interno bruto (PIB).

 

Insensibles a los hechos de la historia, hostiles a toda verificación con la experiencia, alumbrados por una aureola de evidencia indemostrable muy parecida a la de la cuarentena eterna, tres viejos mitos resurgen con fuerza en el horizonte republicano: no se puede ganar sin una pata peronista, no se puede cambiar el país sin el apoyo del peronismo y es mejor no hablar mal del peronismo para que los peronistas voten por quienes no lo son.

 

En un país normal, un ex director de contrainteligencia de la SIDE (AFI) estaría explicándole a la Justicia las más de 4.000 llamadas telefónicas efectuadas por servicios de esa agencia la mañana del asesinato de Nisman. En un país decente, un sujeto gangsteril como Rodolfo Tailhade debería estar fundamentando ante un juez su declaración de que “los cuadernos los escribieron Bonadío y Marcos Peña”. Pero en la Argentina que dejaron doce años de uso de los servicios de inteligencia para hostigar y criminalizar a periodistas y opositores, la gente como Tailhade no solo sigue libre, sino que se dedica a denunciar a los demás.

 

Por dos meses, la mayoría de los argentinos vivieron fascinados por el éxito de la gran cuarentena nacional. Se desató un clima de euforia unanimista que muchos asimilaron al de Malvinas. Le presentaremos batalla. Vamos ganando. Que traigan al coronavirus.

 

Reeditar hoy aquí el célebre acuerdo español podría conducir a un intercambio de impunidad por gobernabilidad

 

Desde su origen, el partido fundado por Perón reivindicó como propias las conquistas sociales logradas a partir de mediados del siglo pasado; una mirada atenta y precisa de la realidad desmiente esta lectura

 

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