Las demandas de “giro heterodoxo”, de “shock de consumo” y otras por el estilo ya se multiplican en la bandeja de entrada de la nueva ministra. ¿Podrá ella entender la conveniencia, la urgencia, mejor dicho, de contenerlas? ¿Entender que es imperioso, en todo caso, equilibrar cualquier paso que dé en esa dirección con otro encaminado a ajustar mejor las cuentas para evitar que todo estalle? ¿O esas presiones, y su propio afán por encontrarle un sentido a su designación, marcando la “diferencia con Guzmán”, la van a llevar a agudizar los desequilibrios, acelerar la inflación y la corrida detrás del dólar?
Como es mucho más afín al kirchnerismo que su predecesor, muchos temen que suceda esto último, y la situación se deteriore bien pronto.
Es lo que opinan, en principio, “los mercados”, por eso el dólar escala y las acciones y los bonos caen. Y es, convengamos, lo más probable que suceda por el modo en que Batakis ha llegado al cargo, luego de que su predecesor fuera denunciado como poco menos que un traidor por el sector a la que la nueva jefa de Economía pertenece.
Ahora bien: si ella se detuviera un momento a reflexionar con más detalle en ese proceso que la encumbró, tal vez podría percibir la inconveniencia de dejarse llevar por ilusiones fantasiosas, en un contexto que limita fuertemente el margen de acción de todos los actores. En particular de los funcionarios.
Es que, si hay una oportunidad para el realismo, de parte de Batakis y también de sus mandantes, los jefes del Frente de Todos, es porque todos ellos llegaron al fatídico fin de semana último dándole pasto a sus sueños más delirantes. Y el saldo que el episodio arroja complica su disposición, que se ha visto de todos modos es desbordante, a seguir fantaseando.
Alberto llegó a esta situación con la ilusión de gobernar solo. Fue increíblemente terco, infantil e irresponsable en su inclinación a encerrarse en su pequeño círculo y esperar que las cosas funcionen, salgan bien, no pregunten por qué: que la inflación baje, la economía crezca y todos al final le den la razón. Una verdadera locura que Cristina interrumpió, pero llevada por su propia ilusión, no mucho menos delirante y más destructiva.
La ilusión de que podía volverse la principal opositora sin dejar de ser la jefa del oficialismo, y que corroer así la autoridad del gobierno que ella misma forjó le iba a permitir recuperar las simpatías perdidas en el electorado. Su éxito en demoler ministros la condujo, sin embargo, a una situación nueva, en que ya no puede seguir cascoteando al gobierno sin lastimarse a sí misma, queriendo diferenciarse y despegarse se ha comprometido más que nunca antes con la gestión, en su terreno más inconveniente, el de la economía.
En el medio puso su granito de arena la ilusión de Massa, la eterna promesa incumplida: volverse el salvador del peronismo gobernante, el reemplazante de Alberto y, en el futuro, de Cristina. Con esa idea colaboró a serrucharle el piso a Guzmán, aislar al presidente y someterlo a una disyuntiva de hierro: entregarle el gobierno o hundirse. A la que este parece haber escapado, de momento, volviendo a hablar y a acordar con Cristina. Algo de lo que el tigrense debería de una buena vez aprender que hasta los peores enemigos, en caso de necesidad, van a estar más dispuestos a confiar entre sí que en él.
Todas estas ilusiones delirantes han estado entrechocando y contaminando la interna oficial durante el último año. Condujeron a sus protagonistas, incluidos también los gobernadores, sindicalistas y movimientos sociales, a hacer o participar de apuestas alocadas, con muy pocas chances de éxito. Esto terminó en los resultados que estamos viendo: encuestas en mínimos históricos, inflación galopante, dependencia absoluta de actores externos, que parecen ser los únicos capaces de comportarse razonablemente e invertir esfuerzos y recursos para alejar al país del abismo.
¿Aprenderán algo los capitostes del oficialismo? ¿Podrán moderar sus fantasías y acomodarse mínimamente a la realidad? Ojalá Batakis los ayude a hacerlo y no empeore las cosas con sus propias ilusiones.
Los que llegan al Ministerio de Economía suelen venir con esa mochila cargada. Porque asumen el cargo con entusiasmo y animados por la idea que ahora sí van a tener el control, van a estar al mando y podrán moldear las cosas a voluntad.
Ante los riesgos de esa ilusión, de todos modos, tal vez Batakis le lleve alguna ventaja a otros que pasaron por su misma situación. Para empezar, al propio Guzmán, experto en confundir la sarasa con los hechos. El ministro saliente no solo no tenía ninguna experiencia cuando llegó al cargo, jamás en su vida había trabajado en el Estado, ni siquiera con una responsabilidad menor, sino que encima por su formación intelectual y disposición personal se negó a aprender de las experiencias que fue acumulando. Batakis ha estado el tiempo suficiente en oficinas públicas como para saber que una cosa es querer hacer algo y otra que eso suceda, que hablar es fácil mientras que mover la administración en una dirección es endemoniadamente difícil, y que la gobernabilidad de la economía argentina está por regla general atada con alambre. Hoy, en grado sumo.
En contra suyo juegan su escaso talento para la comunicación pública, para la negociación política (con la oposición no parece tener muchos puentes, aunque algunos gobernadores radicales la podrían ayudar, si es que quiere ayuda), y su desconocimiento de asuntos muy específicos que hay que arreglar con urgencia, como el reajuste de metas con el Fondo, el acuerdo con el Club de París, etc.
iiiJuan Grabois le hizo fuertes reclamos a Silvina Batakis por el Salario Básico Universal (Foto: captura Twitter @JuanGrabois).
Más razones para que no se deje llevar por grandes ilusiones. Y para que desoiga los llamados que hacen los más radicalizados del arco oficialista, uno de los más entusiastas y delirantes fue Juan Grabois, para que dé un volantazo con medidas inmediatas de “reparación social”.
Hasta los gobiernos más de izquierda, de izquierda en serio de la región, como el de Boric en Chile y el de Petro en Colombia, se cuidan desde el comienzo por no hacer esas cosas. Saben que no hay mucho margen para volantazos. Y eso que tienen el aval de las urnas todavía fresco, y actúan en países que tienen muchos más recursos, públicos y privados, que la Argentina. Aún así, buscan, y consiguen, ministros de Economía que lleven calma a la sociedad y “los mercados”: en Chile le tocó a un socialista, Mario Marcel, con larguísima carrera en los muy moderados gobiernos de la Concertación, en Colombia directamente a un liberal, José Antonio Ocampo, exministro de Samper y Gaviria.
En ambos casos esa elección de ministros se tradujo en la ampliación de la base de sustentación de los presidentes en el Parlamento: fuerzas de centro y aún de derecha se acercaron a los oficialismos de izquierda, en la expectativa de volverse socios de un eventual éxito.
En Argentina el Frente de Todos no pudo conseguir ni siquiera sus propios economistas agarren la papa caliente del Ministerio. Tuvieron que ir al fondo de la lista para encontrar alguien dispuesto y que no pusiera demasiadas condiciones. Si eso no alcanza para moderar las ilusiones es que ya no tienen remedio.
Marcos Novaro