Marcos Novaro

La coalición opositora está sometida a una dura prueba: la sucesión del liderazgo en un marco de muy alta competencia. Los errores que cometen sus líderes complican más las cosas, pero a la larga pueden ser parte de un aprendizaje necesario. 

Se agrava la lucha de facciones en el oficialismo, disputándose cada vez menos votos, con cada vez menos idea sobre qué hacer tanto ahora como en el futuro. La principal oposición no las tiene todas consigo, pero sigue sumando aliados y se ordena alrededor de dos opciones tácticas con bastantes acuerdos estratégicos. 

El ministro busca alinear al peronismo y que eso dé aire a su precario control de la economía. Pero tendrían que producirse dos milagros juntos para que eso funcione. Lo contrario se vuelve más y más probable: una derrota que lleve su nombre y le impida seguir manteniendo el barco a flote entre agosto y diciembre. 

Los candidatos libertarios vienen haciendo un flojo papel en las provincias. Pero el desdoblamiento de esos comicios respecto a los nacionales, que sirve sobre todo a los mandatarios del Frente de Todos va a ayudar también al libertario, disimulando la fragilidad de su armado político. 

La Corte intervino sobre un terreno resbaladizo contaminado de faccionalismo: las reglas electorales. Los oficialistas denuncian parcialidad, aunque en verdad resienten un freno contra su uso abusivo de los tribunales provinciales, inclinados a favorecer la continuidad en el poder de los gobernantes de turno. 

El repliegue a la nada misma de la ahora ex candidata que hace menos de dos años triunfó por amplio margen en las elecciones de la Ciudad de Buenos Aires ilustra lo complicado que se ha vuelto para el PRO procesar su interna sin destruir buena parte de su capital político. 

El acto por el Día del Trabajo, en un país en que tener un trabajo de calidad es un privilegio de cada vez menos gente, mostró a una dirigencia sindical empecinada en hacer lo que sea para evitar que eso cambie. Y en defender sus privilegios presentándolos, absurdamente, como si fueran derechos de todos. 

La vice, como Casildo Herreras en 1975, le sacó del todo el cuerpo al desastre que deja su gobierno. Su único plan es polarizar, ahora con el líder de La Libertad Avanza, para meter miedo al electorado. Y también porque apuesta a que un gobierno aún más inviable que el suyo haga olvidar sus fracasos. 

El disparador fue la yunta tóxica formada por Aracre y Alberto. Pero el problema detrás de la aceleración del dólar y la inflación existía ya antes y sigue existiendo ahora: el gobierno tiene un agujero de 10.000 millones de dólares, fantasea con llenarlo con puchitos y promesas y sigue negándose a devaluar y ajustar el gasto. 

El ocaso definitivo del Presidente, paradójicamente, aumenta las chances de que “su” gobierno llegue a puerto, aunque sea para entregar una situación calamitosa a su sucesor. Será el 10 de diciembre, y el todavía mandatario querrá festejarlo como un triunfo suyo y de la democracia, pero su rol será, de aquí a entonces, deprimente. 

El expresidente tuvo su peor semana en mucho tiempo: no dejó error por cometer dañando a los dos precandidatos con chances del PRO. Mientras, Cristina sigue a las escondidas con su candidatura, resguardada de la inflación y la inseguridad, y devaluando la competencia planteada entre sus posibles reemplazantes. 

Un detalle bastante menor, cómo se van a presentar a los votantes las listas y las urnas en las PASO de la ciudad, hizo estallar la interna del PRO. Estuvo demasiado tiempo contenida por la ambigüedad de Horacio sobre su sucesión, y la de Macri, de habilitar la suya pero a medias, controlando todo sin ejercer ningún cargo. 

El gobernador bonaerense, último refugio del sueño kirchnerista, representa como nadie un relato nacionalista que defiende muy mal los intereses nacionales. Esta contradicción quedó a la luz por dos fallos contra el país nacidos de sus pésimas decisiones en el trato con inversores externos. 

No tiene justificación la violencia en manada contra una persona desarmada. Pero sí tiene una explicación: la sociedad argentina ha soportado en forma bastante pasiva todo tipo de atropellos en estos años. Lo raro es que las agresiones contra funcionarios no hayan sido más frecuentes. 

Tal como hizo el padre de la democracia, el expresidente del PRO pretende seguir siendo el gran elector en su partido y su coalición, aun cuando ya no ejerza cargos ni compita por el poder. Esas fórmulas rara vez funcionan bien, como muestra justamente el caso de Alfonsín. 

Por fin el PRO, y detrás suyo Juntos por el Cambio, se podrá ordenar. El expresidente aprovechó para aclarar su rol. No pretenderá hacer con el candidato opositor lo que hizo Cristina Kirchner: no promoverá otro gobierno de marionetas. Sí promoverá la cooperación entre los contrincantes. 

El ministro recurrió esta semana a la última caja de donde rascar algún dólar para evitar una devaluación. La oposición, los técnicos de la ANSES y hasta Marcos Galperín lo objetaron. ¿Pueden los jubilados actuales y futuros confiar en alguien, o tendrán que seguir eligiendo entre que los esquilme Hacienda, lo hagan los bancos, o todos ellos de común acuerdo? 

El presidente y la vice coincidieron, en días separados para no tener que saludarse, en la última reunión del Grupo de Puebla. Buscan conseguir unas pocas fotos con amigotes ideológicos y compañeros de desventuras judiciales. 

La deslealtad de la jefa del oficialismo con la Constitución y sus reglas está llegando a extremos nunca vistos a medida que su capacidad de acomodar o disimular derrotas se extingue. Así que de aquí en adelante puede que se vuelva más dañina que nunca. 

El 6 de diciembre pasado Cristina Kirchner renunció a toda candidatura. El 16 de ese mismo mes, Massa lanzó la suya, prometiendo una inflación que ´en abril empezará con 3´. El sueño duró hasta hoy, tres meses después, en que se reveló claramente el alcance del plan de estabilización del ministro. 

2023 va a ser un año ideal para hacer balances, pensar en errores cometidos y aprender de ellos. Salvo para el kirchnerismo, porque a ellos la historia solo les sirve para autocelebrarse y repetir lo que ya fracasó. Hoy más que nunca se intoxican de pasado, tratando de evadir su destino. 

Tal vez porque se necesitan mutuamente para ser más competitivos, ambos referentes están jugando a las escondidas con su decisión sobre las presidenciales, pero con ello generan confusión y dispersión en sus respectivas coaliciones. Por qué los costos serán mayores para la oposición. 

Las desgracias al gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner no les vienen solas, sino en manada. En la semana del más penoso discurso presidencial que se recuerde, sus fanáticos denostaron a Messi por una foto con Macri y tanto él como Aníbal Fernández se mostraron incapaces de proteger a su familia en Rosario, y resignados a no proteger allí a nadie. 

El presidente dio impulso a una competencia entre tuertos en el reino oficial de los ciegos. Y anunció otra vez buenas noticias, mientras todo alienta a pensar que se viene una recesión con alta inflación. La militancia K insiste, mientras tanto, en que la jefa se ´autodesproscriba´. 

En su arranque, la campaña larretista desató una furiosa discusión con su adversaria interna sobre la conveniencia o no de alimentar la polarización. La discusión es necesaria, y su resultado dependerá no solo de quién gane, sino de que surja o no un consenso superador, antes que en la sociedad, en el mismo Juntos por el Cambio. 

Se dice que si la vice juega, como es imaginable dado el declive de Massa, Macri tendría su oportunidad. Y se dice también que, acosado por derecha por los libertarios, JxC podría perder fuerza con un candidato moderado como Larreta. Todo es posible, porque lo que tenemos por delante es terra incognita. 

La versión K de Muchachos pretende hacernos olvidar que el tercer gobierno de Cristina es el que está terminando. Su candidatura es promovida en un cartel que reza “proscripción un carajo” y que, bien leído, transmite que proscripción no hay. Y es también avalada en una proclama del oficialismo unido en que se revela el ocaso de Massa por su fracaso contra la inflación.

La coalición opositora logró en la primera elección del año algo que parecen no poder ofrecer las otras fuerzas, ni tampoco es común en la política argentina: ser plural y al mismo tiempo trabajar juntos, competir internamente y cooperar a la vez por objetivos comunes. 

Un fuerte debate estalló entre oficialistas y opositores sobre la herencia económica que va a dejar la actual gestión y el descalabro que podría producirse antes o después del traspaso del mando. El oficialismo sigue vendiendo un optimismo que tiene mucho de ensoñación y pocos le quieren comprar. 

Nuestro presidente descubrió que llevarse bien con las dictaduras es compatible con su alianza con Cristina y su guerra contra la Justicia, mientras que convivir entre las democracias le resulta dificilísimo. La presencia de Lula tal vez permita ilusionarse con una izquierda más democrática en la región, pero no en nuestro país.

El ministro de Economía retomó una vieja costumbre K, mandar militantes sociales y sindicales a los comercios para simular que la culpa por la inflación es de los empresarios. Al mismo tiempo, presiona a los gremios para que lo ayuden a simular paritarias de 60%. 

Juan Schiaretti relanzó estos días la ´avenida del medio´. Cree que la crisis del oficialismo y la falta de un candidato kirchnerista con chances para 2023 le ofrecen una nueva oportunidad de disputar el liderazgo y los votos nacionales del PJ. Pero tal vez la sociedad esté demasiado cansada del peronismo en general. 

La situación del país vecino ilustra cómo derechistas e izquierdistas radicalizados debilitan nuestras democracias. 

La decisión del Presidente de impulsar un juicio político con nulo asidero contra los cuatro supremos lo distanció de varios gobernadores. Difícil que surja de allí una nueva disidencia o “avenida del medio” porque la polarización electoral manda. 

Este fue el año no electoral en que la vice hizo más actos públicos en su historia. El número es inversamente proporcional a su eficacia para conmover a los votantes, cada vez más indiferentes a sus palabras, centradas solo en sus propios problemas. 

El Gobierno nacional está terminando el año con reflejos cada vez más destructivos, haciendo con todo lo que tiene a su alcance lo que hizo con el festejo mundialista, si no logra apropiarse y capitalizar la alegría, prefiere arruinarla. 

El renunciamiento de la vicepresidente disparó todo tipo de locuras en el Frente de Todos. Desde la candidatura de Axel Kicillof contra su voluntad, a la pretensión de Juan Grabois de convertirse en un Milei de izquierda. 

En una ceremonia con ‘ciudadanos beneficiados por el gobierno’, es decir con poca gente, el presidente festeja sus tres años de mandato. Quiso aprovechar el triunfo en semifinales. No es esa la forma en que el presidente, y los políticos en general, podrían aprender algo de Scaloni. 

Pasó lo que muchos pensaban que no iba a suceder jamás, o si sucedía, iba a generar un enorme despiole. Pero salvo un renunciamiento inesperado, que puede ser el peor error de su carrera y va en dirección al repliegue más que al combate, los efectos están fuera de control para el kirchnerismo 

“Qué pueblo de mierda” exclamó, refiriéndose al nuestro, el senador Luis Juez días atrás, poco después de tirarse contra la democracia que, según él, “a ningún argentino le cambió la vida”. La frustración empuja a exagerar, pero también puede ayudar a pensar. 

Lo más llamativo de las recientes intervenciones públicas de la vicepresidenta, tanto de su discurso en La Plata como de su descargo final en la causa Vialidad, es que desentonan con el esmero que siempre puso en transmitir un mensaje claro. La confusión refleja el declive de sus estrategias políticas y judiciales. 

El ministro no tiene el margen de Scaloni. No puede cambiar el equipo, ni menos la estrategia. Así que repite lo que más o menos funcionó y reza por que el tiempo pase. Encima, enfocado en el índice inflacionario, corre el riesgo de agravar la recesión. 

La vicepresidenta simula omnipotencia, aunque ya su poder no alcanza ni para suspender las PASO. Lo que sí mostró en el acto de La Plata fue a un peronismo alineado y alienado detrás suyo y de los argumentos más estrafalarios, para defender a muerte la provincia de Buenos Aires. Y volver loco al próximo gobierno. 

La ministra de Trabajo se desdijo y fue una pena, porque fue la única que sugirió algo razonable desde el gobierno sobre la suba de precios: que mejor confiemos en la Scaloneta. 

Massa y el kirchnerismo se abrazan y desesperan por evitar una derrota catastrófica. Adelantan un congelamiento que se va a quedar corto, por temor a un verano de protestas. En la impotencia, Cristina llama a la guerra contra todos, la Justicia, los empresarios y la oposición. 

La pretensión de los Kirchner y de Sergio Massa de manipular las reglas electorales para evitar una derrota catastrófica el año próximo y retener la provincia de Buenos Aires como sea chocó con dos oportunas resistencias de dos personajes no habituados a actuar responsablemente. 

La táctica del expresidente de abrir y cerrar al mismo tiempo la competencia interna llegó un punto de saturación. Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich dieron un giro decisivo en sus estrategias. 

La política brasileña ofrece y seguirá ofreciendo interesantes lecciones sobre los problemas que enfrenta la Argentina, y también sobre las posibles soluciones que tenemos a la mano. La pregunta es si hay alguien dispuesto a aprender. 

Avanza el operativo ‘lavada de manos’ en el Frente de Todos. Aunque pareciera que el oficialismo se desangra, en verdad está mutando de piel: si logra que toda la culpa caiga en Alberto Fernández, el resto podría ser reelecto, y si cambia solo el presidente, se asegurará que el futuro gobierno sea inviable. 

El expresidente trata de promover una épica del resurgimiento a través del esfuerzo, que también fracasó. El Presidente respondió en el Coloquio de IDEA: somos “ejemplo de resiliencia”, así que no tendríamos que sufrir más “sangre, sudor y lágrimas”. Su experiencia lo desmiente. 

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