El oficialismo acaba de clausurar definitivamente la idea de aprovechar el Mundial y las fiestas de fin de año para transitar un clima de cierta distensión y trabajar con un discurso “optimista”. Fue un fracaso autoinfligido. Volvió rápidamente a las peores recetas de la polarización, recurso riesgoso en el contexto social y económico de crisis. Y acaba de redondear una línea -elemental- que busca resucitar dos de los peores enfrentamientos, extremos y dramáticos, del pasado: provincias contra la Capital y peronismo o antiperonismo. Doble grieta.
Cristina Fernández de Kirchner lo hizo expreso en su reaparición pública después de la condena por la causa Vialidad. Fue un discurso breve -en comparación con su propio historial-, menos emocional que su mensaje anterior, en el anochecer del día de la sentencia. En la letra para combinar su situación personal con la historia del peronismo, agregó un elemento que puede alimentar las especulaciones sobre su candidatura. Dijo que ella no se autoexcluyó ni renunció a ninguna candidatura. “Es proscripción”, afirmó, con eco político obvio.
La ex presidente retomó además sus cargas sobre la Ciudad de Buenos Aires, siempre buscando la contraposición entre porteños “ricos” y un Gran Buenos Aires y el interior del país relegados. Esa misma dirección es colocada como discurso dominante por Alberto Fernández, en el contexto de la escalada contra la Corte Suprema y la administración de Horacio Rodríguez Larreta por la resolución que le devuelve parcialmente a la Capital la poda de recursos de la coparticipación federal.
Se trata, como se sabe, de una cautelar que estaría adelantando el sentido de la decisión sobre la cuestión de fondo. Todavía no está escrita. Y el Gobierno, además de las marchas y contramarchas para dilatar o disolver el efecto práctico de la medida -es decir, los pesos-, insiste con la presión política en continuado, un camino que hasta ahora lo aleja en lugar de acercarlo a su objetivo. El añadido de un federalismo sobreactuado, que busca colocar a las provincias propias en contra de la Ciudad, es una movida que viste así la pelea entre oficialismo y oposición, sin correlato social.
La apuesta electoral asoma de ese modo atada más a cerrar filas que a ganar otras franjas del electorado. Y en esa dirección, el kirchnerismo intenta mostrarse como peronismo puro, histórico, sin diferenciaciones ni señales ácidas sobre el PJ tradicional. Es un recurso llamativo en las declaraciones y discursos. “Soy peruca”, enfatizó CFK en el tramo inicial de su discurso de ayer, en Avellaneda, ante la platea propia.
Eso mismo empalmó con la definición -una estudiada “aclaración”- sobre el sentido de su anterior mensaje sobre candidaturas. Había sacudido entonces al oficialismo y lo vuelve a hacer ahora. “El único renunciamiento que tuvo el peronismo fue el de Eva. Acá tampoco hay autoexclusión, hay proscripción”, dijo. Además de la connotación histórica, la utilización de la “proscripción” tiene varios sentidos en el mensaje de la ex presidente. Coloca la condena como un impedimento real para competir electoralmente el año que viene, a pesar de que la sentencia está lejos -al menos en el tiempo- de quedar firme. El mensaje es que no se trata de su voluntad, sino de algo externo, impuesto. Visto así, no cierra públicamente su decisión final y convoca al oficialismo a dar batalla en contra de sus causas judiciales.
La ex presidente unió como un todo el caso Vialidad -y los capítulos que puedan venir de la mano de otras causas- y la resolución de la Corte por los fondos de coparticipación. Un solo enemigo que, en sus palabras, maneja mafiosamente un “Estado paralelo” que opera para disciplinar a la política en función de los intereses de poderes fácticos. Las causas que enfrenta en la Justicia superan, entonces, la cuestión personal para transformarse en una ofensiva “contra el peronismo”, según se encargó de enfatizar.
En esa construcción, el mismo fin tendría el fallo de la Corte sobre los fondos reclamados por la gestión de Rodríguez Larreta. Volvió a referirse a la Capital como un distrito privilegiado, rico, contracara de la provincia de Buenos Aires -en materia de coparticipación- y sobre todo del GBA.
Ese concepto viene siendo sostenido también por Alberto Fernández, que aprovechó un acto en Santiago del Estero para cuestionar la decisión de la Corte con una nueva referencia a la Ciudad de Buenos Aires como distrito opulento. Lo remató con una frase que omite por completo las responsabilidades por el cuadro que describe: “Acá en el Norte no se discute cómo ampliar el Subte, sino quién tiene agua”.
Por supuesto, CFK y el Presidente fuerzan una imagen porteña limitada a cierta postal de Puerto Madero. No es todo. Suena increíble reducir los problemas de arrastre en materia de desarrollo y la crisis actual a la dicotomía interior-Capital. La inflación, la caída del consumo, el deterioro de ingresos, la informalidad laboral y la pobreza, entre síntomas y cuestiones estructurales, exponen un cuadro más grave y profundo. También, responsabilidades, ajenas y propias.
Eduardo Aulicino