No se puede de antemano anticipar la continuidad y la profundidad de este camino de consenso que el Presidente muestra intenciones de retomar. Recordemos que, en su mensaje inaugural, Alberto Fernández hizo votos de proseguir aquel intento primaveral ochentista que intentó llevar a cabo el Presidente Alfonsín. Quien alcanzó un logro de fondo importantísimo (que la democracia sea “the only game in town”, como decía el politólogo Juan Linz) y con las mil y una vicisitudes y dificultades que bloquearon muchas de sus aspiraciones concretas. Alfonsín mismo, en su última intervención como Presidente, lo resumió melancólicamente con una fórmula que le acercó Carlos Nino “No pude, no supe, no quise”.
Sin embargo, y mientras el Presidente se ocupaba -con precaución o displicencia- en llenar la plantilla de funcionarios, acaeció lo del coronavirus. Y palpablemente, ese discurso de consenso fue cambiado por otro discurso. Uno en el que el gobierno volvía a establecer la dialéctica amigo-enemigo, yendo muchísimo más allá del hacer un beneficio de inventario de la penosa situación económica heredada de su antecesor.
De un lado quedaba el benéfico oficialismo que ponía a todo el Estado a disposición de la lucha por la VIDA, guiado por los preceptos científicos de su cuerpo de asesores en infectología. Del otro, el resto de “confundidos” en el que se agrupaba sin mayor sistematicidad a: opositores, libertarios, liberistas, liberales, empresarios críticos, científicos que sugerían alternativas, lunáticos antivacunas, anticuarentena con o sin barbijos, terraplaneros, nazis, neo-nazis y cuasi-nazis. Todos, etiquetándolos bajo el mismo rótulo de PRO MUERTE.
Denunciar este dispositivo discursivo fue el meollo de la “infame solicitada” sobre la “infectadura”, que no denunciaba la existencia de una dictadura en la Argentina, pero si de un discurso que desestimaba y obturaba críticas. La conjetura que se esbozó en este portal acerca del cambio evidente en la actitud presidencial más bien rumbeó por enfatizar una sobre actuación que radicaba en las debilidades intrínsecas de su carácter “delegado”, antes considerar causas ideológicas.
Gracias a la cuarentena total, Alberto Fernández podía estrenar, al fin, el traje de Presidente, sin alienar al kirchnerismo duro, quien referenciado obviamente en la vice presidenta/ex presidenta se ilusionaba con la radicalización del populismo. Con los poderes económicos del mundo en stand by, para algunos K, camporistas y neo montoneros, ha llegado la posibilidad de una “Hora del Pueblo” inédita.
Sin embargo, era evidente que ese momento de gloria en donde todos los astros se alineaban iba a durar poco: la cuarentena distaba de ser perfecta, se iba a extender en el tiempo, y las capacidades estatales se iban a ir agotando a la par que el descontento iría en ascenso.
El plan del Gobierno para enfrentar la pandemia fue exitoso para contener -hasta el momento- un saldo luctuoso mucho peor, fue bastante eficaz para contener socialmente a los que menos tienen, pero ha sido un desastre en amortiguar los efectos de la cuarentena sobre el aparato económico (si, de la cuarentena, porque la pandemia en la Argentina, y gracias a la cuarentena, no tuvo impacto real o simbólico relevante sobre la sociedad).
Lo más terrible del caso argentino es que en el AMBA, la cuarentena más larga del mundo necesitaría, por sus fallas y sus imposibilidades, convertirse en cuarentena eterna hasta que aparezca la vacuna. Pero como se la desobedece socialmente, pero se la respeta económicamente, se está en la peor situación de todas; y entonces se la flexibiliza justo cuando todas las curvas, la de los contagiados, la de las muertes, y la de las camas ocupadas, ascienden como nunca.
Frente a semejante desalineamiento astral, el retorno de la Grieta -al que contribuyó entusiastamente- cobraba como su primera víctima al Presidente mismo. Sin necesidades de declaraciones, discursos fogosos, solo con trascendidos y algún que otro like twiteriano, CFK aparecía como la que realmente marcaba el rumbo del gobierno, mientras Alberto Fernández volvía a su rol tradicional de Jefe de Gabinete.
Ante la magnitud de la crisis que ya está golpeando y fuerte, el Presidente quizás se ha percatado que su autoridad -con la baja en las encuestas y la radicalización del populismo- puede debilitarse y mucho. Y de allí se encuentre desandando pasos yendo de nuevo hacia el centro. Cosa que le ha significado críticas tan virulentas de sus sectores internos radicalizados que hacen que las solicitadas opositoras aparezcan como salutaciones cumpleañeras.
En los días que siguen, se verá si Alberto Fernández persevera en este (difícil) camino de consenso y hace de la foto con la oposición una película, o persiste en esa “Presidencia Zigzag”, cuya efectividad se ha agotado rápidamente, frente a una Grieta que amenaza con devorárselo a todo. Incluso a él.
Luis Tonelli