Le dije que en esa época los dinosaurios, aparte de no hablar, no tenían ni celulares ni redes sociales para ponerse de acuerdo y mandar cohetes a desviar el aerolito, como si tenemos ahora. Se le iluminó la cara de contenta y exclamó satisfecha “¡Menos mal que vivimos ahora!”.
La mentira piadosa me dejó, sin embargo, a mi angustiado. El COVID ha sido ese aerolito que cayó del cielo, y en nada se pareció la respuesta global y tampoco la nuestra, como país, a la cooperación emocionante que se muestra en las películas. Si hubiera sido un aerolito el que se venía, en vez del coronavirus, seguramente estaríamos discutiendo por que los gobiernos anteriores cerraron los telescopios para detectarlos con tiempo, peleándonos porque tipo de cohete mandábamos a interceptarlo, su dotación, la cuota de género. Incluso se paralizaba el lanzamiento porque el gobierno quería pintarlo de un color, que justo no había en stock.
Me parece que a esta altura de la soire tendíamos que darnos cuenta qué la Grieta es el peor de los contextos políticos para enfrentar la emergencia en la que estamos sumidos. El Presidente había prometido restaurar el Consenso de 1983. Pero luego de subestimar inicialmente la pandemia, de repente, dictó la cuarentena en todo el país y restauró el discurso de la Grieta, de la peor manera posible “Nosotros somos la vida. Los otros son la muerte”.
De entrada, el Gobierno utilizó el discurso cientificista de un puñado de infectólogos para obturar no solo todo tipo de crítica, sino consejos, sugerencias, y ejemplos que provenían de otros países. Eran los días que éramos otra vez los mejores del mundo, el ejemplo en todo el globo, la admiración de la OMS, la ONU, y seguían las siglas. Y todo eso a pesar de que la ciencia en general (no solo la especialidad médica que se ocupa de los pacientes víctimas de infecciones) sabía poco y nada del nuevo virus, y hasta discutía calurosamente si había que usar barbijos o no.
El 24 de abril, en plena borrachera de soberbia gubernativa, escribí aquí en 7 Miradas una nota con el título “Más debate, menos exitismo”. Allí, cuatro meses atrás, manifestaba mi preocupación señalando que “Ahora enfrentamos un problema mayúsculo: la economía demanda aflojar la cuarentena, so pena de que los colaterales sean peores que los del coronavirus. Sin embargo, tenemos muchos más contagiados que cuando se impuso la cuarentena. La curva de contagio se volvió lineal no exponencial, pero ésta no ha retrocedido. Es de suponer que la ola de contagios recién está llegando a las barriadas más populares y pobres (ya que el coronavirus fue portado inicialmente por gente que había viajado al exterior). Y también que llega el invierno, estación en la que arrecian las patologías respiratorias. La gran pregunta que surge es si el aumento en la capacidad hospitalaria es tal que permita enfrentar el crecimiento esperable del número de enfermos graves. (en las villas de emergencia, se practicó una cuarentena comunitaria, pero no se aisló a los grupos de riesgo dentro de ellas).
Habrá cuestiones técnicas en este párrafo que seguramente no se ajustan a la realidad. Pero lo fundamental y obvio que iba a pasar era que la cuarentena imperfecta (pese a reducir inicialmente las muertes) no iba a tener éxito en hacer que descendiera la curva de contagios, que solo trasladaría el pico que no sabemos cuándo se va a dar hacia adelante, y que el hartazgo humano por la cuarentena iba a entonces darse simultáneamente al agravamiento de los problemas económicos y los sistemas de salud absolutamente desgastados.
Frente a esta situación, aparte de alargar la cuarentena, el Gobierno se ocupó de culpar a los runners, manifestantes, kiosqueros, y paseantes de perros de la Ciudad de Buenos Aires, cuando aumentan los casos en todo el país, y especialmente en el conurbano que los únicos runners que tienen son los que tratan de escapar corriendo de que los asalten. Y todo para arribar a un punto de tanta perplejidad que el mismo Presidente anuncia en cinco minutos una nueva “cuarentena-que-ya-no- existe-pero-existe”.
La Maldita Grieta ha hecho que el Gobierno en vez de ocuparse de debatir y consensuar soluciones a TODOS los problemas derivados de la pandemia y la cuarentena, se entretenga fundamentalmente con “declamaciones”, que no importa si son verdad o mentira, si los cuadros con que se las presentan están estúpidamente equivocados, y los países a los que se los invoca presentan quejas que no las hubiera recibido ni el Presidente de Costa Pobre del Negro Olmedo, que llevaba como banda presidencial, la faja de una corona que rezaba “Tus Amigos”.
Eso sí, el gobierno que no sabe qué hacer con el aumento de casos, aprovechándose de la emergencia, encara proyectos fundacionales impulsados por su ala kirchnerista, y que lleva a trapisondas imbéciles en el Congreso Nacional. Y todo en momentos que tendría que privar la cordura y el acuerdo de los dirigentes.
La Grieta, esa pereza del pensar y del actuar, hace que sus dirigentes sean la gente de los extremos, vaciándose el centro. El gran politólogo español Juan Linz decía que lo peor que le puede pasar a la democracia es que sus moderados abdiquen. Y es el Presidente Alberto Fernández el que debiera reconstruir su gobierno y liderar la moderación. Que no significa políticas tibias. Por el contrario, la moderación, el diálogo y el consenso es el que permite tomar las decisiones fuertes que la gravedad del momento impone.
Luis Tonelli