Sin embargo, hoy la vacunación viene bien, lo cual genera el “efecto túnel” bautizado por Albert Hirschman: en un embotellamiento en la entrada de un túnel, si se empieza a mover la fila de al lado, uno tiene la esperanza de que pronto le llegará el turno de avanzar pronto.
Por esta razón, las encuestas marcan una traslación de la preocupación por la pandemia y las vacunas a la cuestión económica muy difícil por la que atraviesan una gran mayoría de los hogares argentinos. El problema tiene dos caras contradictorias y lo conocemos de sobra todos: por un lado, la falta de actividad económica, ante un parate obligado por la pandemia y las medidas tomadas frente a ellas. Lo que genera desocupación, subocupación y cierre masivo de negocios. Por el otro lado, las medidas impulsadas por el gobierno -reducidas fundamentalmente a emitir moneda- producen el combustible del cual se alimenta la inflación.
Se necesitaría un plan integrado para enfrentar esta hiper-estanflación, pero ahí aparecen la interna, que dado que se da en tiempos electorales es puesta en sordina por eso de “los muchachos peronistas, todos unidos triunfaremos”. En cambio, el gobierno ensaya el plan L.A.C.A., siglas que se corresponden con “Lo Atamos Con Alambre”, o sea parches de una goma muy desinflada y llena de pinchaduras, muchas causadas por el mismo gobierno. El armisticio interno lleva a una melange y confusión que no cambia expectativas, sino precisamente todo lo contrario.
Por otra parte, el plan L.A.C.A. tiene un gran respaldo en la actividad de producir excusas del gobierno (y montar shows como el de Precios Congelados, cuando en realidad se ha fracasado absolutamente, y como era de esperar, en el Plan Precios Cuidados) y muy fundamentalmente en la Grieta, que autonomiza la opinión frente al gobierno de cuestiones de efectividad, pasando a ser todo una discusión de “camisetas”. O mejor dicho de “anti camisetas”: la Grieta impone una visión sobre todo “anti”, o sea, culpando de todos los males pasados, presentes y futuros al otro bando.
Claro que hay un sector muy importante de la población que no se pone ninguna de las dos “anti-camisetas”, digamos, pero que tiene un problema, en el peronismo no tiene por ahora “camiseta” para ponerse. Me explico, los polos se mantienen gracias a esta visión antitética, y es cierto que en la oposición, los sectores moderados encuentran en Horacio Rodríguez Larreta y Martín Lousteau a dirigentes que se diferencian de un macrismo cada vez más inclinado a la derecha y gorila.
En el oficialismo, sin embargo, los moderados como Alberto Fernández, Sergio Massa y Felipe Solá sufren por un lado la ineficacia en la gestión de gobierno, y por el otro, de la presencia incandescente y ultra de Cristina Fernández y sus asociados.
Pero ese sector de peronistas moderados, que votaron a Daniel Scioli en el ballotage del 2015, pero en las P.A.S.O. y la primera vuelta votaron a Sergio Massa hoy tienen a esos referentes en el oficialismo, y por lo tanto son hoy “huérfanos de la política” -como llamaba Juan Carlos Torre al electorado de centro izquierda luego del 2001.
O sea, “demanda potencial” hay de ese sector político, pero no existe una “oferta” real que los convoque. Florencio Randazzo parece comenzar a acelerar para armar un conglomerado de figuras políticas para apuntar a ese electorado vacante, y que, a falta de algo mejor, se quedarían en su mayor parte en el oficialismo. Por su parte, los “moderados” de Juntos por el Cambio quieren que se consolide una pata peronista (encarnada por Rogelio Frigerio y Emilio Monzó) en la coalición que modere al “gorilismo” macrista y pueda atraer algo de ese voto peronista moderado, hoy huérfano.
O sea, el oficialismo ha derramado suficiente combustible para desatar un incendio. Lo que no aparece -todavía- es el fósforo para que ese combustible arda.
Luis Tonelli