Viernes, 17 Septiembre 2021 09:47

Derrota, planteo palaciego y crisis del sistema de poder - Por Jorge Raventos

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El anuncio público de una seguidilla de dimisiones de ministros y altos funcionarios de su gobierno sorprendió a Alberto Fernández el miércoles 15 en los pagos de José C. Paz que gobierna hace años Mario Ishii.

 

Tu quoque Wado, fili mi 

Se enteró por los medios de que su ministro favorito, el titular de Interior, Eduardo Wado De Pedro, había difundido su renuncia y que a él lo habían seguido las jefas del PAMI y de la ANSES, Luana Volnovich y Fernanda Raverta, y paulatinamente distintos ministros y altos cargos, todos ellos miembros de la oficialidad cristianista.

Aunque ninguno, salvo De Pedro, documentó su renuncia (todas quedaron como palabras que puede llevarse el viento), el Presidente comprendió que estaba ante una fuerte presión extorsiva -lo que en épocas de protagonismo militar se denominaba “planteo”-, ejecutada desde una de las fracciones que componen el Frente de Todos, la que responde a la vicepresidenta.

Los planteos clásicos buscaban, con la velada o explícita amenaza de ulterioridades, forzar al poder civil a adoptar determinadas decisiones políticas. En este caso, el objetivo consistía en imponer cambios inmediatos en el gabinete de Fernández, desplazando a varios de los ministros que el Presidente viene respaldando (en primer lugar, el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y el titular de Economía, Martín Guzmán) para reemplazarlos por otros de disciplina cristinista. Las “ulterioridades” implícitas en caso de desobediencia consistían en vaciar de respaldo al gobierno de Fernández y sumirlo en la impotencia. Un elocuente audio de la diputada Fernanda Vallejos, una camporista inorgánica, admiradora de Amado Boudou y Axel Kicillof, describe con precisión los fundamentos y el objetivo del planteo: “Los votos los pusimos nosotros, los puso Cristina -argumenta la diputada ante algunos compañeros-. Y este señor (refiriéndose al Presidente) que está sentado en el sillón de Rivadavia, se tiene que allanar...allanar a lo que le diga Cristina”.

Hay tramos más picantes (“impropios” los llama Vallejos) de esa extensa argumentación, en los que pinta muy negativa, despectivamente al Presidente y a su equipo y desliza que Fernández “persigue otros objetivos” al defender a Martín Guzmán, a quien señala como una marioneta de la Directora General del FMI. Entre los párrafos más significativos hay que señalar uno en el que describe crudamente la falla interna que existe en la coalición de gobierno: “Algo hay que hacer -dice la diputada-. No somos lo mismo. Yo no quiero ser lo mismo que esta bazofia”.

La elección del último domingo impactó brutalmente sobre el sistema de poder establecido el 10 de diciembre de 2019, tensando la contradicción entre la institución presidencial y la jefatura de la fracción mayoritaria de la coalición oficialista, la que teóricamente “puso los votos” (particularmente en el conurbano bonaerense), aunque no contaba con tanta cantidad ni con suficiente crédito social como para intentar una candidatura propia.

El sistema de poder (que también incluye la figura pivot de Sergio Massa) consiguió el gobierno dos años atrás pero no ha logrado atravesar la primera prueba de ácido en estas elecciones primarias. Los restantes accionistas de la coalición (gobernadores, jefaturas municipales, líderes gremiales y de movimientos sociales), a menudo relegados a un segundo plano, se ven empujados por el desbarajuste del gobierno a hacer notar su presencia y a ejercer un control de gestión más riguroso, al evidenciarse que los tres factores que ocupan el vértice están amplificando irresponsablemente los daños de la derrota. Porque una de las consecuencias posibles es que una derrota sea el inicio de una cadena de derrotas.

Es interesante preguntarse si el planteo cristinista ha sido redituable para sus organizadores. Más allá de que el espectáculo de los tironeos políticos entre protagonistas perjudica a todos ellos, tal vez se puedan establecer gradaciones. Desde una posición estratégica defensiva, el Presidente parece haberse beneficiado relativamente por comparación con sus agresores. En primer lugar, quedó evidenciado ante la opinión pública que en estos ejercicios internos del Frente de Todos él ha sido el blanco, no el francotirador. Reaccionó con bastante decoro la noche de la derrota, cuando fue el único en hablar para admitir que la sociedad había votado contra el gobierno. Y aseguró que había entendido el sentido del voto.

La fracción cristinista, sin embargo, hizo una lectura diferente y quizás opuesta a la de Fernández, culpando centralmente a la Casa Rosada y a la política económica del triunfo opositor.

La divergencia no sorprendería a nadie; lo que provocó asombro fue que, después de meses de presión encubierta (a menudo asimilada por el Presidente) la señora de Kirchner creyera llegado el momento de actuar con aspereza y evidenciar la presión públicamente.

Parapetado en la institución presidencial, Fernández recibió de inmediato el respaldo de la mayoría de los gobernadores (en primer lugar, de los peronistas que ganaron el último domingo, como el tucumano Juan Manzur y el sanjuanino Sergio Uñac, que son también los que pueden tener legítimas aspiraciones hacia adelante, pero asimismo de mandatarios opositores, como el radical jujeño Gerardo Morales), de una legión de intendentes bonaerenses, de la dirigencia gremial, de los movimientos sociales (que convocaron a una marcha en respaldo de Fernández y luego, a pedido de éste, la postergaron) y de sectores empresariales, a lo que se sumó un cambio de aire en su favor de los medios más influyentes.

Desde esa situación, el Presidente emitió un tweet ayer por la tarde, en el que verbaliza una reacción enérgica...pero también cautelosa. Si por un lado le viene bien capitalizar una imagen de autonomía en las decisiones que sus aliados internos le reclaman, también debe responder a otro pedido: hay que cauterizar rápidamente las heridas actuales para que no se agraven las perspectivas electorales de los comicios de noviembre. El peronismo tiene que pensar en los dos últimos años de este mandato (preámbulo de las presidenciales de 2023), pero ese tramo será más arduo de transitar si se confirma o se agrava la derrota del último domingo. Aunque son pocos los que creen que este resultado se pueda revertir en dos meses, son muchos los que creen que hay muchas situaciones locales donde se puede mejorar sensiblemente, de modo tal que la fotografía de noviembre sea más benigna que la de las PASO.

Así, Fernández telegrafió a sus retadores que “No es este el tiempo de plantear disputas”. Subrayó los apoyos con los que cuenta (“Agradezco el apoyo de gobernadores, de intendentes, de dirigentes del movimiento obrero y de la ciudadanía”); se diferenció ante la opinión pública (“La altisonancia y la prepotencia no anidan en mi”); subrayó su independencia de criterio (“La gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Para eso fui elegido”).

Y, al mencionar su gestión y su voluntad de no romper la unidad, incorporó una frase críptica, que quizás pueda leerse como una contra-amenaza a quienes lo presionan: “Mientras lo haga, seguiré garantizando la unidad del Frente de Todos a partir del respeto que nos debemos”. Más allá del recuerdo al respeto mutuo, lo significativo son las primeras tres palabras: “Mientras lo haga…”. ¿Es un recordatorio de que él también puede, como sus ministros retobados, presentar la renuncia?

Por cierto, un tweet es un detalle: las teclas de la computadora no se resisten. La realidad es más áspera. Lo que se juzgará es la capacidad de convertir las palabras en hechos. Ya decía Perón que mejor que decir es hacer.

El hacer de qué se trata está relacionado con reformular un sistema de poder que ha llegado a un límite peligroso y que ha dejado de garantizar la gobernabilidad del país. Hacerlo requiere un contenido, un rumbo y una base ampliada de poder. La Argentina está hundiéndose paulatinamente, esclava de sucesivas miradas de corto plazo. Es imprescindible extender la perspectiva y atreverse al futuro.

Gris de ausencia

Las elecciones del último domingo dejaron muchos otros temas para analizar. Las PASO (primarias abiertas simultáneas y obligatorias) han sido, a su manera, prolíficas en materia de mensajes.

Para empezar por alguno de ellos: los ciudadanos manifestaron un rotundo desafío al último adjetivo que las define: “obligatorias”. Casi 12 millones de empadronados (uno de cada tres) se ausentaron de la obligación, Estas PASO fueron los comicios de menor participación de esta etapa democrática. Era algo que se venía venir y que, de hecho, apuntamos en esta columna dos semanas atrás: “Lo que ha crecido es el desinterés y la apatía de los ciudadanos en relación con estos comicios, por lo que es muy plausible que decaiga significativamente la participación electoral”.

Si se observan los datos electorales, el desapego social se registró en otros rubros, además del ausentismo: casi un millón y medio de votantes anularon su sufragio o votaron en blanco. Sumando esas tres categorías (ausentes, anuladores, votoblanquistas), casi 4 de 10 empadronados (13.224.340) tomaron distancia de todas las fuerzas y candidaturas que competían. ¿Habrá que interpretar ese hecho como una traducción práctica del discurso del “liberal menarquista” Javier Milei contra la “casta política”?

El arzobispo de La Plata, monseñor Víctor Fernández, ensayó una respuesta diferente: “La agenda social que podría haber caracterizado a este gobierno -señaló-, quedó desdibujada, y así se dilapidó una gran oportunidad. No debería llamar la atención la fuerte abstención de gente que no se siente representada por otras opciones políticas pero que está demasiado indignada como para ir a votar. Es muy elocuente que en muchos barrios pobres la abstención llegó al 40 porciento”

Aquí mismo escribimos que, según estudios demoscópicos, hay en la sociedad “un creciente pesimismo social, una visión oscura sobre el futuro: poco más de 2 de cada 10 encuestados confían en que el año próximo la situación va a estar mejor. El resto la imagina igual de mala que la actual, o inclusive peor...(y)...los pronósticos negativos no parecen ser monopolio de votantes automáticamente opositores, sino de un arco más amplio, que sin duda incluye a parte de lo que ha sido electorado oficialista”.

Se puede medir el enraizamiento de ese pesimismo a través de la sangría de votos experimentada por el kirchnerismo en sus bastiones. Esa pérdida ha sido mucho más significativa de lo que imaginaban los propios adversarios del oficialismo, que, con el optimismo a todo vapor, sólo alcanzaban a imaginar un final de bandera verde, nunca una victoria en la provincia de Buenos Aires y menos en partidos emblemáticos del conurbano como San Martín, Quilmes, Tigre o Ituzaingó. Ni siquiera una diferencia en contra tan exigua (menos de 3 puntos) en el conjunto del Gran Buenos Aires.

¿Resbalón o caída?

Desde la elección que, dos años atrás, catapultó a Alberto Fernández a la presidencia, el oficialismo ha sufrido un retroceso monumental: en 2019 triunfó en 19 provincias, el último domingo apenas lo hizo en seis. En puntos porcentuales, los 31 que obtuvo el oficialismo en las PASO representan una caída de 16 unidades: en esa cifra se esconden derrotas en Chaco, La Pampa, ¡Santa Cruz!, Entre Ríos, Santa Fe y un decaimiento en el núcleo duro del conurbano donde, si bien ganó, lo hizo por diferencias pequeñas allí donde solía arrasar. ¿Hacia dónde derivaron los votos que el oficialismo perdió? Algunos sin duda optaron esta vez por ausentarse o por votar en blanco (el voto en blanco forma parte de las tradiciones peronistas), pero en la provincia de Buenos Aires no hay que descartar que haya habido mudanzas a la coalición Juntos, facilitadas por el origen justicialista de Diego Santilli y por la presencia de un importante número de operadores de matriz peronista que están conformando una fuerza propia en el seno de Juntos. Uno de ellos es Emilio Monzó, que trabajó como estratega de campaña de Juntos, otro es el ex ministro de Gobierno bonaerense Joaquín De la Torre: en sus pagos de San Miguel el Frente de Todos perdió por 47 a 28 por ciento: imposible no detectar un trasvasamiento.

El oficialismo también perdió votos por izquierda: se observa en el conurbano una presencia, parejamente distribuida en los distintos distritos, del Frente de Izquierda y de otras variantes de esa galaxia (algunas de ellas no superaron el umbral y no participarán en las elecciones generales), que si bien no es numéricamente significativa luce asentada territorialmente, probablemente por su participación en aquellos movimientos sociales que animan como estructura organizativa y militante. En algunos casos (Neuquén, Jujuy) los porcentajes obtenidos por la izquierda fueron excepcionalmente altos. El tiempo se dirá si lo excepcional se naturaliza

Purgatorio o infierno

La catástrofe electoral que desató la actual crisis del oficialismo no está demasiado acolchada por la circunstancia de haber ocurrido en unas PASO que muchos consideran apenas una encuesta censal. Los resultados, si llegaran a confirmarse en noviembre, determinarían que el gobierno pierda la mayoría que tiene en la Cámara de Diputados y la hegemonía que el quórum propio le otorga en el Senado, donde todavía reina la señora de Kirchner.

Con resultados análogos a los del domingo, el oficialismo pasaría de un bloque de 41 senadores a otro de 35 (siendo 37 el número del quórum) pues se quedaría sin dos senadores de Chubut, uno de Corrientes, uno de Córdoba, uno de La Pampa y uno de Santa Fe).

Lo que hoy discute el oficialismo es cómo disminuir los daños en noviembre y, sobre todo, cómo encarar lo que resta del mandato de Alberto Fernández: dos años que pueden ser un purgatorio o un infierno.

El oficialismo afronta el desafío de regenerarse, rectificar el rumbo y adoptar un curso de acción que le permita acordar con el Fondo Monetario Internacional, encarar reformas destinadas a mejorar la productividad de las empresas, hacer más fluido y demandante el mercado de trabajo y dar respuestas a las grandes urgencias sociales. Todo eso requiere ampliar las bases de apoyo político del gobierno, una búsqueda que probablemente también ocasione quejas y desprendimientos en su estructura actual. Estamos asistiendo al primer capítulo de esta historia.

Jorge Raventos

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