Segunda incógnita despejada en el rebautizado frente kirchnerista: pese al deseo expreso de una mayoría de gobernadores, del ministro de Economía (que en algún momento amenazó -por interpósitas personas- con renunciar a esa cartera si no se definía una candidatura única), de La Cámpora y también -aunque aparentando neutralidad- de la mismísima vicepresidenta, el oficialismo tendrá sus primarias abiertas con la competencia de al menos dos candidatos. Uno de ellos será Daniel Scioli, quien defendió tenazmente el reclamo de internas limpias, convencido de que el justicialismo necesita revitalizarse con dirigentes legitimados por el voto popular y también de que él podrá canalizar una porción significativa del voto peronista (y paraperonista) moderado, cansado de la hegemonía K y de la pretensión de prolongarla por imposición con una camada nueva surgida de la misma matriz.
Desde ahora hasta el fin de semana en que se presentan las listas de precandidatos es posible que la boleta de Scioli sufra alguna zancadilla y que las normas internas de UP se vuelvan restrictivas para quienes se perfilan como oposición interna. De todos modos, la conducción oficialista (en última instancia, la vicepresidenta) tendrá que hacer cálculos muy finos: o se banca el inconveniente de una disidencia interna y suma los votos de ese sector a la marca electoral común o abre la puerta para que un número no despreciable de votantes busquen canalizar su voluntad por otra vía. Y la verdad es que el capital político con el que se constituye UP no es abundante y la señora de Kirchner es muy consciente del peligro de que su nueva creación (o réplica rebautizada) no dé la talla para llegar al balotaje.
Con la competencia interna en camino, los controlantes de UP deben resolver el nombre del candidato a presidente. La semana última, al exponer ante la convención de su partido, el Frente Renovador, Sergio Massa insistió con su tesis de que la competencia en las PASO dañaría al gobierno y al oficialismo. Pero, de todos modos, ablandó el tono que habían utilizado sus voceros informales y aseguró que “si hay interna, vamos a participar”. No dijo que él fuera a ser candidato a presidente ni a otro cargo, pero de hecho se comprometió a acompañar electoralmente a sus socios políticos de los últimos años.
En rigor, sigue pareciendo difícil que Massa sea el candidato presidencial de UP: lo complica la sensibilidad de la tarea inconclusa que tiene a cargo y no lo seduce la idea de someterse a una puja verbal con Scioli. Y mucho menos con Juan Grabois, quien eventualmente perseverará en su ilusión de ser candidato y agrupar a la izquierda del frente común. Scioli puede ser su adversario, pero no es un alborotador. Grabois se siente a sus anchas en el estrépito.
Reaparece, pues, la presión sobre Axel Kicillof para que deje la zona de confort de la puja por la gobernación (una elección que no tiene cláusula de balotaje), extraiga de su mochila el bastón de mariscal y se atreva a la candidatura presidencial, como vía para que UP salve la provincia. Se verá si la presión tiene éxito.
El presunto desapego
Entretanto, avanza el proceso electoral con elecciones locales en el interior, algunas restringidas a la competencia interna de los partidos (PASO locales), otras definiendo directamente las próximas autoridades ejecutivas y legislativas provinciales.
Un escuchado analista se preocupó en su programa, el último lunes, por lo que describió como un creciente desapego de los ciudadanos por los comicios, por los partidos políticos y, en última instancia, por la democracia. Seleccionó algunos ejemplos para ilustrar el fenómeno. Por caso, mencionó con buenos datos la elección mendocina, donde votó apenas el 66,1 por ciento de los ciudadanos inscriptos y, de ellos, un 10 por ciento lo hizo en blanco. Así, la fuerza política triunfadora, Juntos por el Cambio, obtuvo el respaldo de apenas el 29 por ciento del electorado (420.000 votos sobre 1.439.629 inscriptos) y el candidato interno que se impuso, Alfredo Cornejo recibió sólo el voto de 17 de cada 100 votantes (255.356 votos). En Corrientes, donde se votó legisladores provinciales y municipales, la participación fue aún menor: arañó el 50 por ciento.
En verdad, el panorama fue distinto en Tucumán, lo que demuestra que las generalizaciones son una tentación escurridiza. En Tucumán, una provincia con poco menos de población electoral que Mendoza, (1.267.045 empadronados), el porcentaje de participación fue 20 puntos más alto: votó el 82 por ciento. Así, Osvaldo Jaldo, el candidato triunfador, recibió -neto- el 45,92 de los votos emitidos (582.848 votos) mientras que Roberto Sánchez, el candidato asociado a Juntos por el Cambio, obtuvo poco menos de 28 puntos netos de votación. En cuanto al candidato de Javier Milei, Ricardo Bussi, llegó con esfuerzo al 3,20 por ciento del voto de los empadronados, en la que fue su peor performance en la provincia.
En una jurisdicción que tiene electoralmente una incidencia menor a Mendoza (3,69 por ciento versus 4,19 por ciento), el peronismo recaudó 600.000 votos más. Es interesante observar otro detalle: conjuntamente con la inquietud por el alegado desapego de los votantes se ha insistido en estos días en el carácter “desastroso” del sistema electoral tucumano, poniendo el acento en la aceptación de las listas llamadas “colectoras” o “acoples”, que se constituyen para pujar por cargos menores (no tan menores: puede tratarse de bancas legislativas provinciales o municipales y posiciones ejecutivas en las comunas). Sin duda la proliferación de estas listas introduce un engorro en la tarea de recuento de votos y retarda el escrutinio. Sin embargo, la contraprestación que parece ofrecer -la comparación Tucumán/Mendoza es elocuente- es que introduce un fuerte estímulo a la participación y, quizás, hace más densas las redes de conexión entre las conducciones partidarias.
No se trata de glorificar un método y condenar otros. Simplemente es útil anotar que lo que a cierta mirada urbana le resulta poco tolerable, en el marco de otras prácticas y culturas organizativas puede ser un recurso valioso.
Penas y alegrías
En fin, las elecciones hasta aquí distribuyen alegrías y pesares. Patricia Bullrich festejó con Alfredo Cornejo, que forma parte del ala dura de la UCR. La victoria de Claudio Poggi en San Luis, en cambio, fue principalmente celebrada por el sector moderado y negociador de Juntos por el Cambio como una ratificación de la postura que sostienen Horacio Rodríguez Larreta, Gerardo Morales, Elisa Carrió y Miguel Pichetto, en el sentido de que es indispensable ampliar el entramado político con aliados que emergen desde el peronismo. Contra lo que informan algunos medios, Poggi no venció a “los Rodríguez Saá”; en todo caso, derrotó la apuesta electoral del actual gobernador (Alberto Rodríguez Saá) pero contó con el respaldo de la corriente que sigue a su hermano, “el Adolfo”, que fue vitoreado la noche del triunfo en el búnker de Poggi. De hecho, el flamante gobernador electo viene del nido de los Rodríguez Saá, y fue el Adolfo el que en su momento le dio la posta para que hiciera su primera experiencia como gobernador. Los que pretenden empujar a Poggi a una actitud intransigente no le hacen favor alguno: su fuerza sólo venció en tres de los nueve departamentos de la provincia (es cierto: uno de ellos es el que aloja la capital) y no contará con mayoría en las cámaras. Tendrá 18 diputados (la fuerza de Rodríguez Saá, 25). Y apenas tres senadores contra seis del actual oficialismo).
Juntos por el Cambio no cambió de nombre ni de integración (salvo la ratificación de Espert y el acercamiento del GEN de Margarita Stolbizer). Pero la procesión va por dentro. Rodríguez Larreta ata bien los vínculos con la UCR y mantiene su decisión de ampliar la coalición con Schiaretti tan pronto pueda y antes de las elecciones, sin el “frente de frentes”, que al cerrar el tiempo de las alianzas ha quedado fuera de agenda, pero apuntando con vigor a constituir una plataforma común para gobernar en coalición. Patricia Bullrich ya formula en voz alta su vocación de gobernar con una alianza parlamentaria con Javier Milei.
En fin, las peores noticias las ha recibido el propio Milei: su estructura político-electoral parece pegada con agua y ha hecho papelones hasta ahora, como en el caso de Tucumán. Él y su círculo confían en el poder de atracción de su nombre en las boletas y su estilo ante las cámaras.
Jorge Raventos