No es exactamente una división de tareas. Más bien, la vicepresidenta ejerce un metagobierno: como si fuera una Ayatolah, constituyéndose como Guardiana de la Fe (K). Dentro de esos márgenes (no muy definidos de un Dogma que no es dogma) se maneja el Presidente.
Alberto Fernández es quien pelea la guerra, pero Cristina Fernández elige al enemigo. No se sabe si conversan entre ellos de estas cosas (lo cual sería más saludable que el Presidente tuviera que estar suponiendo que puede hacer y que no puede hacer).
Y si hay un plano donde ostensiblemente se nota esta dialéctica es en el de las relaciones internacionales. Ahí, el Presidente no anda con suerte. La Casa Blanca tiene como morador a un verdadero psicótico, sentado encima del arsenal más grande del mundo.
De este personaje de caricatura dependió la ayuda inédita que en FMI nos brindó (y que nos salió cara en términos de los resultados económicos de las políticas acordadas con él Presidente Macri y su equipo). Y resulta que ahora, de su pulgar hacia arriba o hacia abajo depende que la Argentina entre o no en default de aquí a poco tiempo.
Trump no está, sin embargo, solo en su locura. El mundo se llenó de chiflados. Y en Medio Oriente abunda (quizá porque en un “juego de la gallina” es racional parecer irracional para que el otro sea el que se desvíe cuando uno le tira el auto encima). Y los chinos juegan también su partido (quizás más racionalmente, pero es un juego que no tiene nada que ver con el nuestro).
¡Pobre Argentina! Estados Unidos y China entran en una competencia conflictiva y resulta que uno nos presta y el otro nos compra. No podemos prescindir de ninguno (hasta Bolsonaro - ¡otro!- de dio cuenta de su chinodepenencia y tuvo que comerse sus bravuconadas iniciales).
Los amigos de aquellos buenos tiempos de CFK en el gobierno ya no están y los que están no nos sirven de nada y nos complican todo. El dictadorzuelo Maduro hace rato que anda escaso de esos dólares con que su padrino Hugo Chávez facilitaba la exportación global de sus ideas demode (no porque no queremos la liberté, la igualite y la fraternite, sino porque la vía venezolana lleva a cualquier puerto menos a esos).
Ni que hablar de los regímenes islámicos que promueven el terrorismo. Ya fuimos dos veces blancos suyos, y no mostraron ninguna compasión con nosotros.
O sea, Trump es un psicótico pero es nuestro psicótico. Solo Washington nos puede ayudar y nos pide “pasos simbólicos” que no significan una humillación ni mucho menos. No tenemos nada que ver con ni con la Venezuela de Maduro ni con Hezbollah.
Asumir la defensa de esos países por ir en contra de Estados Unidos es tanto indigno como suicida. O sea, es simplemente ridículo, más allá de los medios condenables y chiflados de Trump. Con todo, y dado los mecanismos institucionales que todavía sobreviven en Estados Unidos estoy más tranquilo con que el botón rojo lo tenga Estados Unidos y Rusia (con una nomenclatura fogueada en la Guerra Fría) que esté en las manos de un Ayatollah (con todo el respeto y la admiración que tengo por el Islam y sus elevados principios).
En este mundo donde es muy difícil y puede ser contraproducente nuestra proverbial neutralidad, Alberto Fernández aparece preso del paradigma Cristinita. Se mueve en sus bordes y busca empujar las fronteras hacia lo que demanda tanto nuestros valores como la racionalidad. Cumpliendo como puede con los pasos simbólicos pedidos por el hawk Eliott Abrams cuando se le apersonó al Presidente en su visita a México después de su triunfo.
Alberto se quedó en el Grupo de Lima (tal lo “sugerido” por Abrams) pero no firmó la declaración del golpe de Maduro contra el Congreso (para después sacar su propia condena). Si manda una de cal para Washington manda una de arena para CFK. Eso no es multilateralismo. Eso es una política exterior contradictoria.
Finalmente, la ministra de seguridad no tuvo éxito en sacar a Hezbollah de la lista de organizaciones terroristas (donde debe estar). Y más aún, el Gobierno pidió por una actitud constructiva entre Estados Unidos e Irán (en medio de la escalada destructiva en la que andan ambos dos).
Pero que Evo Morales (que sufrió un golpe, de aquí a Saturno), utilice la Argentina como plataforma para sus actividades políticas hacia Bolivia (luego de querer atornillarse como sea al gobierno, teniendo colaboradores muy renombrados) nos genera un ruido innecesario con Washington cuando más lo necesitamos.
La autonomía no es un hecho declarativo, sino que es un producto de un paralelogramo donde se conjugan valores y poder. La Argentina por un lado se encuentra dependiendo de quién es su prestamista de última instancia, ya que la Casa Blanca es la que puede levantar el teléfono y pedirle al FMI que nos aflojen la correa del cuello. Por el otro lado, las muestras de confianza que se nos pide están en línea con nuestros valores de democracia y libertad.
A no ser que el consenso democrático que tanto nos costó alcanzar en 1983 ya no rija más. Que haya otra concepción de la política diferente. Que la Grieta no sea tanto entre estilos y personajes sino ideológica. Y que el mismo Presidente se encuentre en el dilema de estar en el medio de ella.
Luis Tonelli