Viernes, 04 Agosto 2023 12:08

Rumbo, liderazgo y acuerdos o desapego y disgregación - Por Jorge Raventos

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El país está a diez días de iniciar la romería electoral con tres estaciones (PASO, primera vuelta de octubre, balotaje en noviembre) que definirá el próximo elenco de gobierno y también reordenamientos y liderazgos de las distintas fuerzas políticas. 

Hasta hace unos meses se conjeturaba que estaríamos ante elecciones “de tercios”, `porque las encuestas estimaban que la corriente libertaria de Javier Milei llegaría a porcentajes parejos a los del oficialismo y Juntos por el Cambio. Al parecer ese paisaje no se verificará, porque Milei sólo rozaría ahora un 20 por ciento. Además, los presuntos tercios en la práctica resultarían ser “quintos” si se confirma el bajo presentismo electoral que se ha venido insinuando en los comicios `provinciales ya realizados, donde, con la excepción de Tucumán, no se llega a una media del 70 por ciento. Con ese nivel de ausencia, quien contabilice un 33 por ciento del voto positivo sólo estaría representando poco más del 20 por ciento del total del electorado. 

Ese abstencionismo (sumado a la anulación del voto y al voto en blanco) les resta representatividad a quienes son electos, entraña una impugnación conjunta a las fuerzas políticas (sean oficialistas u opositores) y un reto a su legitimidad.

Este proceso es una de las manifestaciones de un movimiento más hondo y que está en marcha, que implica la reconfiguración del sistema político: el agotamiento o declinación de antiguos liderazgos, el surgimiento de otros, la oportunidad de nuevas armonías y divergencias y el desplazamiento de consensos y disensos arcaicos.

El viejo sistema político, atascado en la lógica del enfrentamiento sistemático que inmoviliza el funcionamiento de las instituciones y frena las posibilidades de crecimiento, tiende a ser reemplazado por otro. La grieta confrontativa, sus protagonistas y sus formas más anacrónicas marchan hacia un progresivo aislamiento.

La crisis del viejo sistema –evidente en la decadencia económica que ostenta el país al cumplir cuatro décadas de la recuperación democrática- se manifiesta políticamente en la aparición de nuevos fenómenos; el reclamo frente a su impotencia se expresa no sólo en la vigorosa irrupción de una fuerza que se define por la antipolítica como la que conduce Javier Milei, sino por el creciente ausentismo y desinterés electoral.

Con esos niveles de impugnación pasiva y un Congreso dividido, el próximo gobierno, cualquiera sea el triunfador en las urnas, estará condicionado a buscar convergencias y ampliar su base y necesitará asimismo exhibir una cuota notoria de liderazgo para orientar acuerdos con fuerzas políticas, productivas y sociales.

SIGNOS DE VIDA

El oficialismo empezó a recuperar signos vitales a partir de la candidatura presidencial de Sergio Massa. Hasta ese momento el horizonte al que parecía resignarse era el de una pugna agónica para no quedar fuera del balotaje. Massa modificó esas expectativas al unir su función de ministro de Economía con la postulación presidencial.

Aunque debe sobrellevar el peso una situación complicada, la gestión también le permite lucir capacidad de maniobra y de decisión. Tras las postergaciones que sufrió el (“inminente”) acuerdo con el FMI que permitiría al país cubrir obligaciones hasta fin de año y fortalecer sus decaídas reservas, el último jueves el Fondo anunció oficialmente que se había suscripto el Staff Level Agreement que gatillará en agosto aportes por 7.500 millones de dólares.

La negociación con el FMI se demoró más de lo que se creía en gran medida porque Massa se empeñó en que el Fondo admitiera que la causa principal de los incumplimientos argentinos del primer semestre estaban motivados por la sequía sufrida, algo que el organismo terminó reconociendo en primer lugar en su comunición pública: “Desde la finalización de la cuarta revisión, la situación económica de Argentina se ha vuelto muy desafiante debido al impacto mayor de lo previsto de la sequía, que tuvo un efecto significativo en las exportaciones y los ingresos fiscales”, explicó ese texto.

Los negociadores de Economía trabajaron además para que el acuerdo no incluyera condicionamientos sofocantes que en primera instancia se sugerían, como una devaluación. El documento firmado en Washington consigna que “la política monetaria seguirá siendo un instrumento clave para contener las presiones del mercado, con intervenciones en los mercados de divisas paralelos y de futuros enfocadas en abordar las condiciones desordenadas”. Economía se anotó un tanto de suma importancia. El último miércoles, en Córdoba, Massa apuntó contra la actitud especulativa “de algunos sectores que primero apostaron a que la Argentina no iba a poder afrontar su deuda en pesos y que no iba a poder cerrar su situación de acuerdo con el Fondo y lo logró”.

Sellado el Staff Agreement el último día hábil de julio, Maassa debió afrontar otro contratiempo. Como el directorio del Fondo está en receso hasta mediados de agosto, los desembolsos se producirían a partir del 15 de este mes, una vez que esa instancia haya avalado formalmente el acuerdo sellado por la conducción técnica. Dado ese retraso obligado, había que solucionar los pagos que el país debía hacer a la entidad esta semana y la próxima. El ministro encontró un recurso para solucionar el inconveniente: apelar una vez más a los yuanes del swap chino y también al crédito puente de una entidad financiera del sistema interamericano. Señala Jorge Castro: “Han sido los yuanes de la República Popular China lo que le ha permitido a la Argentina cumplir con sus obligaciones con el FMI. Nunca ha sido tan relevante como en este momento la influencia de China en el destino de la Argentina”.

La siempre bien informada Silvia Naishtat aportó el último viernes en Clarín un comentario muy sugerente: “Desde un banco de capitales chinos –escribió- señalan que el propio FMI está ayudando en Beijing para que abra el grifo de los otros US$ 5.000 millones de libre disponibilidad del swap para que Argentina pueda cumplir”.

El dato es significativo en varios aspectos: por un lado indica el interés de la conducción del FMI por allanar el camino de Argentina, por otro, exhibe los grados de convergencia y cooperación que en múltiples niveles conectan a Washington con Beijing, pese a su obvia competencia estratégica, desmintiendo así las alternativas en blanco y negro que desde los extremos presionan para que el país elija un rígido alineamiento automático en esa puja geopolítica mundial. “Vemos a muchos que vuelven a recetas viejas a la hora de intentar resolver los problemas de la Argentina –comentó Massa- y nosotros sentimos que, usando la geopolítica, con creatividad, con la asistencia de los países amigos de la Argentina, podemos ir transitando este puente para salir definitivamente de la crisis y encarar un camino de desarrollo”.

Otro logro, en un punto doblemente sensible: la relación con el campo y la reconstitución de reservas. Uno de los “parches” que se le asignan – la devaluación focalizada, en este caso para el maíz, que busca promover exportaciones, liquidaciones y acceso a dólares frescos y a recursos fiscales- está consiguiendo respaldo objetivo de los productores: según la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, en la primera semana de aplicación, el renovado programa del dólar agro, que además del maíz incluye otros productos, pero no la soja, se liquidaron divisas por 884,77 millones de dólares, el 44 por ciento de la meta que se había propuesto el ministro.

Por el momento, ese programa de Massa consiste en evitar males mayores, mantener la economía en movimiento, esperando que el desarrollo del proceso político le abra el panorama y, paso a paso (o, si se quiere, truco a truco) le suma respaldos y grados de libertad.

Si, en principio, Massa ha devuelto capacidad competitiva y expectativas a una fuerza que dos meses atrás daba por sentada su derrota, es principalmente porque está exhibiendo un liderazgo y una vocación de afrontar los problemas que el gobierno, bajo la presidencia de Alberto Fernández, venía dilapidando.

Esa cualidad es un bien apreciado en una Argentina trabada por el anquilosamiento, la impotencia y la disgregación de un sistema político convertido en obstáculo principal a su crecimiento y su integración.

Massa ejercita esa cualidad hacia afuera (en sus vínculos con corporaciones, sectores de influencia y grandes actores internacionales) y también hacia adentro. El ex vicepresidente Carlos Ruckauf, en rol de analista, ha señalado esos rasgos de Massa y advirtió a sus opositores que no los menosprecien: “Ha juntado a todos los dirigentes sindicales como no se juntan por lo menos desde hace 20 años; también a los dirigentes de la provincia de Buenos Aires y a los gobernadores. Tiene sobre sus espaldas el peso de la duda colectiva, pero a la vez ha juntado a muchos grandes empresarios”.

Jaime Durán Barba, por su parte, amonesta: “Massa puede ganar”. Y cuando al candidato le preguntan si, en caso de triunfar, no será controlado desde afuera como le ocurrió a Alberto Fernández, él responde, como lo hizo anteayer en Córdoba: “El Jefe del Gobierno claramente voy a ser yo, los que me conocen, y los que no, saben que es así”.

Massa, más allá su candidatura (o, si se quiere, a través de ella y, sobre todo, a partir de haber tomado el hierro hirviente de la economía en medio de las dificultades) está erigiendo un protagonismo decisivo en un instante en que el peronismo se topa con tensiones de desarticulación que acompañan el ocaso del ciclo kirchnerista.

LAS OTRAS VEREDAS

En la otra gran coalición, Juntos por el Cambio, el liderazgo está en disputa. Mauricio Macri abdicó su preeminencia sin capacidad de designar un depositario de su herencia. El prefiere a Patricia Bullrich, sobre todo porque interpreta que Horacio Rodríguez Larreta no quiere ser heredero, sino que se quiere coronar con autonomía. Macri lo sospecha de parricida

La lucha por la sucesión hasta ahora viene encarnizada, apenas suavizada por leves gestos de diálogo. Recién este último domingo, con el ajustado triunfo de Ignacio Torres en Chubut, Larreta y Bullrich pudieron actuar la foto amistosa y celebratoria que no se pudo dar en Córdoba, cuando el peronista schiaretista Daniel Passerini derrotó hasta allí favorito de los encuestadores, Rodrigo De Loredo.

Aquella elección cordobesa había dejado mucha tela para cortar desde la perspectiva del proceso más hondo de cambio de ciclo y reconfiguración del sistema político. Con los triunfos de Martín Llaryora a la gobernación y Daniel Passerini en la capital provincial, el peronismo de Córdoba exhibió un proceso que en muchos sentidos es excepcional: está produciendo armónicamente un relevo de liderazgos y un “trasvasamiento generacional” que tendrá manifestaciones en el paisaje postelectoral y en el proceso de reconfiguración del sistema político. Esa transición no implica solo al universo peronista que ve declinar la influencia kirchnerista, también se muestra como un modelo para otras fuerzas políticas, a las que el crepúsculo de liderazgos anteriores las amenaza por momentos con crisis significativas.

La unidad que la oposición quiso y no pudo concelebrar en Córdoba dos semanas atrás pareció alejarse de allí en adelante, salvo el paréntesis fotográfico del último domingo en Chubut. El bando de Bullrich se declaró ofendido cuando Larreta refutó declaraciones de la candidata sobre en las que proponía un blindaje para salir rápidamente del cepo cambia0rio. “Eso ya fracasó con De la Rúa”, objetó Larreta. Esa conexión con De la Rúa (con quien Bullrich fue ministra) fue tomada como una agresión y desde el bullrichismo respondieron con una evocación del suicidio de René Favoloro, que quiso ser un flechazo contra Larreta.

El respaldo público de María Eugenia Vidal a Larreta fue ácidamente comentado por Mauricio Macri (“Lamentablemente María Eugenia ha tomado varias decisiones sucesivas en las cuales ha desdibujado su perfil”). Bullrich desdeñó tanto la declaración de Vidal como la de Facundo Manes en favor de Larreta (“Son dos votos”, minimizó).

En ese marco, no hay siquiera acuerdo sobre el tema de si la noche de las PASO los precandidatos esperarán los resultados en un bunker común o si harán rancho aparte. Larreta promueve la primera opción, mientras Bullrich se resiste. Puede considerárselo una discusión menor, pero luce como una metáfora que alude a un problema de más envergadura: la oposición no reconoce por ahora un domicilio común. Busca una autoridad y, por esa vía, un rumbo. Las urnas del domingo 13 definirán un candidato.

La impugnación pasiva del abstencionismo y el descontento que mal o bien reflejan las encuestas indican que la política tiene que encontrar rumbo y liderazgo para satisfacer a la sociedad y para superar la inercia que impide el crecimiento.

Hay una transición política en marcha de la que por ahora lo nuevo apenas se anuncia, mientras lo que todavía descolla es la descomposición y la disgregación: las sombras de lo viejo.

Jorge Raventos

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