Kirchner y Bush compartían la tesis del “riesgo moral” de Anne Krueger del FMI, que había cortado el apoyo al gobierno de Fernando de la Rúa, con el argumento de que esos dólares que ponían en la Argentina los fugaban al exterior los privados. Eso sí
Kirchner pagó al contado y en su totalidad la deuda con el FMI.
Veintiún años después de que el Congreso vivara de pie el anuncio entusiasta del “default” del presidente interino Alberto Rodríguez Saa, nos alegramos porque el FMI ha afirmado en un comunicado que “nuestra deuda es insustentable”. Cuando lo ideal hubiera sido que nuestra deuda se considerase sustentable, volver a los mercados internacionales para refinanciarlas, y poder atraer las inversiones que necesita el país para salir de su estancamiento.
Lo ideal, porque la mano viene dura, muy dura. Desde el 2012, las exportaciones argentinas (que es el único modo genuino que, a falta de inversiones extranjeras significativas, tenemos para hacernos de dólares) perdieron un cuarto de su valor. Son 20.000 millones de dólares menos para afrontar importaciones, turismo, colchón, fuga y los intereses de la deuda que se han ido magnificando precisamente por esa brecha.
En un punto, del “populismo de la deuda” de Cristina, pasamos sin solución de continuidad al “populismo de la soja” de Macri, hasta que en el 2018 se cerraron los mercados financieros y el entonces presidente tuvo que recurrir al FMI, que le concedió por presión de Trump el préstamo más grande de la historia. Pero como ya sucedió tantas veces, el recurrir al organismo financiero internacional, más que aportar seguridad, funcionó como la voz de aura de que había que sacar el dinero de la Argentina. Tardíamente, pero no tanto como de la Rúa, Macri impuso el cepo cambiario que tanto había denostado.
Como decía Parménides, “todo es inmutable”, y más en la Argentina: la crisis es finalmente la que permite el ajuste, qué de haberse hecho en su momento, hubiera ahorrado dureza, y habría permitido mantener la confianza exterior. Pero la política argentina no es representativa. Es ultra recontra representativa (contra la tan mentada crisis de representación) y no puede tomar distancia de las presiones individuales de todos. El peronismo, como “partido de la crisis” (en 1989, en el 2001 y ahora en el 2019) queda por ella habilitado para “hacer lo que hay que hacer”. Quizás por lo mismo que se decía cuando Nixon viajó a China: solo un feroz anticomunista podía hacer un acuerdo con un país comunista.
El partido que fue inflexible contra cualquier intento de reformular la insustentabilidad de las jubilaciones argentinas (a partir del gracioso otorgamiento de Cristina Fernández a cualquiera que tuviera la edad para jubilarse, y de la graciosa sanción de Mauricio Macri de una ley de ajuste de las jubilaciones por inflación y del pago de la reparación histórica a los jubilados) es ahora quien, con el argumento de la crisis, realiza precisamente ese ajuste. El economista Calvo tuvo razón al decir que prefería el triunfo peronista porque él si podía hacer lo que iba a impedir hacerle al no peronismo.
La ambigüedad que exhibe el discurso de Alberto Fernández no se traslada a las decisiones que esta tomando por la deuda. Son el modo que encuentra de surfear entre las necesidades de la realidad, y las ilusiones de las ilusiones kirchneristas. “Mira lo que hago y no lo que digo” decía el maestro de Alberto, Néstor Kirchner. La quita pedida al FMI por Cristina Fernández desde Cuba difícilmente prospere. Difícilmente el FMI pida menos superávit para que se le pueda devolver lo que nos prestó. Eso si, ahora está de acuerdo con los controles de cambio (ya que se trata del momento de que tiene que cobrar).
De todos modos, todavía queda lograr el número de bonistas que acepten la oferta argentina, que no se sabe cuál es, y que imponen los bonos para poder ser canjeados. La fecha de marzo, autoimpuesta por el presidente Fernández puede ser extendida unos meses.
Si consigue refinanciar la deuda, puede decirse que allí comenzará realmente la Presidencia de Alberto Fernández. Será solo el punto de partida de un camino que aparece muy complicado. Con una Argentina que necesita imperiosamente aumentar sus exportaciones cuando, todo indica, que el mundo -coronavirus mediante, importará menos de lo que producimos. Pero se sabe que Dios es peronista. Por lo menos sabemos, que su vicario en la tierra, si lo es. Esperemos que sus rezos tengan efecto.
Luis Tonelli