Como todo militante con trayectoria familiar en la Unión Cívica Radical, a los catorce años y a un mes de la primera elección presidencial que me tocaría vivir, el “fuego sagrado” ardía en la esperanza en que en nuestra Argentina se acababa la dictadura y podría desarrollar y proyectar mi vida en libertad como forma de vida.
Había comenzado mi “cursus honorum” como corresponde.
Doblando sobres para la campaña electoral nacional y municipal de mi tío Jorge como candidato a concejal metropolitano con la Circunscripción 17ª (Palermo) que desde la década del 30 conducía con padrinazgo familiar Don Julián Sancerni Giménez.
El 8 de febrero había nacido Fernando Hipólito Bonanata (Fernando por De la Rúa e Hipólito por Yrigoyen), hijo de Jorge, y a la noche la misión fue preparar los tachos de pintura al agua (blanco, negro y rojo) y subirse a la camioneta del recordado Eduardo Cáffaro y Catalina Prati quienes junto al “loco Pérez”, maestro pintor de brocha gorda y ex convicto de Devoto a quien Don Julián había logrado salvar de su homicidio en riña.
“Balbín Solución, De la Rúa Senador, Bonanata Concejal era la consigna a difundir”.
No faltaban, para esa época indispensables, dos culatas que cuidaban nuestras espaldas mientras hacíamos nuestra tarea en los muros externos del Colegio Inmaculada Concepción de Avda. Cabildo y Zabala.
Creo que pocas veces en mi vida puse tanto empeño en aprender a hacer letras en tamaño gigante que por un par de días apreciarían los vecinos y transeúntes de Belgrano.
Esa madrugada del 9 de febrero, que llevaré siempre en mi alma, me enseño que en la vida los escalones se suben de a uno y que los valores y principios ni se compran, ni se venden, ni se alquilan.
Se siente como un “sacerdocio cívico” o no se siente. Es inexplicable en palabras.
Como tampoco se entienden a aquellos que hacen de la política un hobbie y una apuesta meramente personal.
Años después, el 20 de agosto de 1981, acompañé a mi tío a la vieja casona de 49 y 12 de la ciudad de La Plata a visitar a Don Ricardo Balbín en su lecho de enfermo pocos días antes del 9 de septiembre en que trascendió del plano terrenal.
Estuve sentado al pie de su cama y entre otros consejos supo decirme: “La política es la vida, es un acto de servicio”. “Le tocarán muchas desilusiones y traiciones pero al primer triunfo que logre lo malo quedará en la penumbra”. “Al salir de la casa hay que saludar a todos los que pueda y tratar de recordar su nombre”. “Aquel desconocido de antes será el primero en ayudarlo si algo le pasa”.
Esas enseñanzas me marcaron la vida.
Y con las reiteradas disculpas a este recuerdo personalísimo y casi tanguero sólo espero que mis hijas puedan desarrollar sus sueños en un país distinto al que me tocó padecer y que las “miserias humanas” depongan sus intereses ante la imperiosa necesidad de la unidad nacional.
Humberto Bonanata
Buenos Aires, Febrero 09 de 2023
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