“A sus alucinados ojos, su vida es poco menos que una epopeya”, diría Balmes. “y los hechos más insignificantes se convierten en episodios de sumo interés; las vulgaridades en golpes de ingenio; los desenlaces más naturales, en resultados de combinaciones estupendas”. Son los pensamientos con los que estos vanidosos irredentos inundan sus políticas atrabiliarias.
No debe llamarnos la atención, porque forman parte de quienes se reservan el derecho de explotar un NEGOCIO PERSONAL y dar forma a “un pomito de olor a vanagloria con el que se deleitan a sí mismos” (sic).
Lástima grande que jamás nos expliquen CÓMO harán para dar vida a sus proyectos: si con el estandarte de unos derechos humanos estrábicos, o la eventual redistribución de una riqueza que no explotan sensatamente, o vaya a saber qué otras paparruchas de supuesta majestad intelectual, que nos llevaron a vivir en el país de nunca jamás.
Dicen algunos que un roto hace buena pareja con un descosido. ¿Qué venimos a ser los argentinos en este escenario? ¿Rotos o descosidos?
Decididamente, si no fuese tan trágico este asunto, podría calificarse como ridícula una situación que sirve, en los hechos, de preservativo contra la corrupción intelectual.
Los peronistas “de Perón” y sus hijos “putativos” kirchneristas deberían haber comprendido a tiempo que los sentimientos, POR SÍ SOLOS, son mala regla de conducta, y sumergen bajo el agua a un individuo que carezca de piloto y esté sometido a las olas de un mar embravecido.
Y aunque se nos diga que las grandes ideas salen del corazón del hombre de bien, deberíamos añadir que del mismo corazón salen también las que le llevan a cometer increíbles extravagancias. Aunque algunas de ellas suenen, de a ratos, como un arpa armoniosa.
Hay políticos que creen que todo es posible “con un poco de buena voluntad entre las partes” (sic), olvidando que existe la llamada “imposibilidad ordinaria de las cosas”, en su estúpida e inútil pretensión de oponerse al curso regular de las mismas.
Porque hay asuntos, que bien mirados a través de la experiencia habida, permiten ver que acontecen muy rara vez o sencillamente NUNCA.
Para terminar este breviario de lógica elemental, apelamos nuevamente a Balmes respecto de lo antedicho, para decir con él que “es naturalmente imposible que una piedra soltada en el aire no caiga al suelo; o que el agua abandonada a sí misma no se ponga a nivel; o que un cuerpo sumergido en un fluido de menor gravedad no se hunda. Porque son leyes reservadas a un poder que no es de este mundo” (¿Dios?).
Pero la política argentina, más que en otros lares, parece empeñarse en desmentir estos principios de evidencia “natural”, porque para el criterio liliputiense de quienes compiten para acceder al poder nada es imposible SI DE MENTIR SE TRATA.
El kirchnerismo, ha llevado a la cumbre del disparate su prédica en favor de un mundo que no existe ni existirá jamás POR IMPOSIBILIDAD NATURAL, y pretenden resolver los problemas a su cargo usando argumentos esotéricos que solo pueden caber en una cabeza atiborrada de “desechos orgánicos”. Como la del pulpo.
Si el kirchnerismo no desaloja de su cerebro estos desechos, podemos encontrarnos muy pronto en una situación caótica que nos golpeará en forma inmisericorde. Por ahora, solo se la está tapando con papel de diario. Y ya sabemos cuán volátil resulta éste cuando sopla un viento fuerte.
Lo malo de todo esto, es que algunos miembros de la oposición, en su afán de protagonismo, participan del mismo “show del ensueño K”, al que se suma una gran parte de la sociedad, al apostar a que aparezca un mago que SIN DOLOR nos devuelva a la senda de la prosperidad.
A ellos les decimos: no se puede, ni se podrá jamás; porque quienes creen que saltearse 3º, 4º o 5º grado es una proeza formidable, se han visto despojados de la “materia gris” necesaria para salir del atolladero –por decirlo de algún modo-, lo cual obliga a “hacer palotes” en algún cuaderno arrumbado que tenga páginas disponibles, o escribir no menos de cien veces (como en la época de Rosas): “donde las dan, las toman”.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero