Miércoles, 19 Octubre 2022 11:02

Un mito de invencibilidad al borde del precipicio - Por Carlos Berro Madero

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“No es el deseo de tener éxito lo que importa: todo el mundo lo tiene. Lo que se necesita es PREPARARSE PARA HACERLO BIEN”
- Bear Bryant, coach de fútbol estadounidense

Hemos vivido atados durante más de cincuenta años a una narración popular que impuso una idea: el movimiento peronista –bajo cualquiera de sus sucesivas metamorfosis-, es de carácter cuasi “divino”, y por consecuencia inviolable. 

¿Los argumentos a favor de la misma? Variados y muy discutibles desde todo punto de vista.

Lo que alimentó visiblemente esta leyenda, ha sido la capacidad de sus miembros para seducir y mentir simultáneamente, lo que les proveyó una penetración notable en el seno de la sociedad, al haber recibido “en bandeja” el efecto residual de ciertas ventajas “complementarias” con Gran Bretaña durante la Segunda Guerra, que permitieron desarrollar nuestra economía merced a una relación comercial “preferente” con los ingleses, manteniéndonos en el cenit de la prosperidad en años en que el mundo entero se debatía en recesión.

Años después, dicha prosperidad se esfumó totalmente a manos de las peligrosas veleidades del general Perón, un demagogo hecho y derecho, quien muy suelto de cuerpo, decía –entre otras cosas-, haber visitado los pasillos del Banco Nación “pisando lingotes de oro” (sic) –acumulados por un sabio liberalismo que lo precedió-, asegurando que los utilizaría para el desarrollo argentino, e inaugurando una “tercera posición” política y económica.

Ni yanquis, ni marxistas, bramaba enfáticamente: somos peronistas. Así nació el culto popular por un hombre carismático que no vacilaba en acomodar los pasos a cualquier estrategia – aún la más corrupta-, para favorecer sus planes personales y hacerse del poder absoluto “sine die”.

Casi desde el comienzo, comenzó a alinear sus “jugadores” en la cancha, y compró los ferrocarriles y los teléfonos a Inglaterra, dos emprendimientos deficitarios que, de haber transcurrido poco tiempo más, nos hubieran sido regalados por su antiguo dueño, dadas las consecuencias que le dejó a dicha potencia la Segunda Guerra Mundial: hambre y destrucción de su economía.

No es nuestra intención convertirnos en historiadores, por lo que solo señalamos este aspecto cuasi “fundacional” a modo de ilustración de una corriente de pensamiento mágico que sería aplicado A TODAS LAS ACTIVIDADES PRODUCTIVAS DEL PERONISMO DE ALLÍ EN MÁS, constituyendo el fracaso más grande de un país que, como el nuestro, llegó a estar en la vanguardia del mundo desarrollado.

A ello se sumó, entre otras cuestiones reprochables, el incentivo de una denominada “industria flor de ceibo” (Perón dixit), que sustituyó importaciones para desarrollar la fabricación nacional de productos de pésima calidad, que contribuyeron, no obstante, para llenar de épica mística el lenguaje fascista del “león herbívoro”.

Fue el inicio de supuestas “reivindicaciones” que se llevaban a cabo metiendo mano en una alcancía repleta de dinero, a la que todos saqueaban sin freno, para introducirlo en la maraña de una “burrocracia” ineficiente y corrupta.

Hubo dos grupos sociales que apoyaron las falacias del cacique peronista: los olvidados por algunos regímenes políticos anteriores que contaban con muy escasas luces para interpretar la complejidad del arte de gobernar con eficiencia; y los que se beneficiaron (hasta hoy) con las nuevas disposiciones henchidas de nacionalismo estatista, que se constituyeron en las columnas vertebrales del “movimiento”, a pesar de los cachetazos que fueron recibiendo de una realidad “real” que, a pesar de todo, negaron tozudamente con discursos desafiantes.

Perón abrió una suerte de caja de Pandora y dejó salir al aire los males ínsitos en la naturaleza de algunos individuos “desclasados” que dieron lugar a nuestra situación actual, haciendo el “bien” con el dinero emergente de sus predecesores, e imprimiendo billetes sin respaldo para conseguir sus fines, mientras una mayoría de la sociedad “amancebada” quedó seducida por un pensamiento mágico que nos condujo finalmente a la pobreza, el aislamiento y la decadencia en la que estamos viviendo.

En el camino cambiaron los gobiernos, se sucedieron figuras políticas carismáticas de diverso cuño “justicialista” –los militares fueron una variante “con uniforme”, bastante cruel, por cierto, del peronismo-; pero lo que no se detuvo hasta ahora fue la tarea de sus popes, henchidos de “patrioterismo”, para seguir cultivando un perfil “olímpico”, creando problemas en todo asunto para el que ya existiese una solución simple experimentada en otros lares.

Los eufemismos ganaron terreno y enfermaron a la sociedad en general. La hipócrita y proclamada “lealtad” de conmilitones que se hicieron trampas unos a otros ininterrumpidamente luchando entre sí en las sombras para encaramarse al poder político (¡oh ironía!), e impidieron comprender a una mayoría social “panzista” que el mundo avanzaba hacia otras metas más racionales, repasando las advertencias de Malthus y su predicción sobre la explosión demográfica, a Ortega y Gasset y

su análisis sobre la condición humana de las “masas”, y a Alvin Toffler por las advertencias acerca del “shock del futuro”.

Henos hoy aquí, maltrechos y vestidos con harapos, representando una versión posmoderna de la tragicómica “Armada Brancaleone” inmortalizada en el celuloide por el Inolvidable Vittorio Gassman. Esto debería movernos a revalorizar los dichos de un antiguo refrán humorístico: “muerto el perro, se acabó (o acabará) la rabia”. Alguien tendrá que hacerse cargo de esta ingrata tarea. Por fortuna, aún existe el voto.

A buen entendedor, pocas palabras.

Carlos Berro Madero

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