En ese escenario, Cristina sigue rebelándose contra la Justicia, desconociendo sus fallos y provocando terremotos dialécticos contra la sustancia de sus sentencias; Máximo, con su pobre lenguaje de cinco o seis frases “calcadas”, habla de los ricos y su renuencia a aceptar impuestos a una “renta extraordinaria” medida por los Camporistas mediante reglas atrabiliarias; Alberto F. conspira en silencio contra su “socia” (¿o madre?) política y se apoya en los dirigentes gremiales más combativos como Pablo Moyano, que intentan imponer la ley de la selva “a palos”; Sergio Massa, cual gomero mediocre de barrio, pone parches de baja calidad en los neumáticos pinchados del vehículo en el que se transporta el gobierno, acusando su desorientación; Kicillof pestífera las veinticuatro horas de cada día contra todos, utilizando un lenguaje directo y violento cargado de falacias discursivas, “soplándole” las orejas a Cristina; Zabaleta y Manzur deben salir corriendo para combatir a los que les incendian el rancho en su “territorio”; los jefes de bloque justicialista del Congreso se pelean entre sí para aprobar o desaprobar leyes fundamentales para el país; Gabriela Cerruti apela casi diariamente a las semejanzas más ultrajantes que puedan imaginarse en contra de la “derecha” (así en abstracto); D´Elía comenzó a odiar a los movimientos piqueteros que lo vieron nacer; Soria, Ministro de Justicia, trabaja agresivamente para involucrar a Dios y María Santísima en el atentado a nuestra Vice por parte de unos “copitos” extravagantes y devaluados, nacidos en el seno de una de las tantas familias que crían hijos como pueden y se agarran la cabeza por no poder enderezarlos.
La sociedad mientras tanto murmura y rezonga, por ahora en voz baja, pero se atisba un sentimiento popular: hacer acopio de alambre para encerrar a los kirchneristas en una jaula y aprovechar el encierro para mojarlos a “manguerazos” a ver si se despabilan.
En el actual estado de cosas, parece imposible llegar a las elecciones en un escenario de mínimo orden y los “fieles” a la payada de los K como, entre otros, De Mendiguren (¡Dios nos libre de los conversos!), solo atinan a rogar públicamente que si nos acercáramos al evento con una inflación mensual cercana al 4% “estaríamos salvados” (¿) en su afiebrada opinión.
Causa pena el tenor de las parrafadas de políticos que parecen recién salidos del secundario (los menos) la semana pasada y quieren demostrarnos que son muy buenos para recitar de corrido la tabla matemática del 2.
Estamos viviendo en un horno y el control de la llama de gas está en manos de quienes discursean desde el Olimpo en el que viven, apostando - ¡una vez más! -, a dominar los precios de los productos de primera necesidad mediante férreos controles que ahora disfrazan con una simpática denominación: “que sean justos”. ¿A juicio de quién? ¿En qué proporción?
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero