Esto podría aplicarse como metáfora a la Argentina, cuya columna mercurial está llegando poco a poco a valores equivalentes a la de Noruega merced a la melodía “rantifusa” que interpretan Massa y sus adláteres, abusando de improvisaciones que pretenden empujar la realidad hacia adelante “sine die”, metiéndonos adentro de un túnel bien oscuro.
No parecen haber comprendido, que en materia de estrategias económicas “un buen plato de comida decide a menudo si hemos de mirar el futuro con recelo o con ferviente esperanza” como señala Nietszche.
Los “Massa boys” constituyen en este momento la vanguardia más osada y temeraria del kirchnerismo, especulando con que su apuesta a una suerte de “singularidad conceptual”, terminará salvándolos de tormentas cuyos crecientes bramidos auguran un desastre colectivo de una magnitud imposible de predecir aún.
Porque sus juegos malabares no logran tapar la realidad de una sociedad quebrada y exhausta, mientras parecen decirse a sí mismos, como un personaje de Evelyn Waugh en “Retorno a
Brideshead” cuando es diagnosticado de una dolencia mortal: “¿Morir yo? ¡Pero si siempre he bebido el mejor clarete!”
Quizá por eso, Javier Milei está cumpliendo, en alguna medida, una función revulsiva necesaria: golpear en el plexo a los K con una rudeza que hiere los oídos, pero contribuye a combatir dialécticamente la estructura pigmea de quienes viven aún de lo que Savater define como “egotismo ontológico”, creyendo que no están incursos en el peligro de desaparecer, porque eso le pasa solamente A OTROS.
Nunca a ellos, que continúan degustando el buen clarete –o un choripán si se prefiere-, e insisten en convencernos que se puede salir del atolladero en que nos encontramos, difundiendo estadísticas que tratan de ocultar QUE HEMOS INVOLUCIONADO SOCIALMENTE A NIVELES ALARMANTES.
Escribir sobre “lo argentino” se ha vuelto hoy una tarea ingrata, porque mientras el mundo sigue andando -bien o no tan bien según se observe caso por caso-, nosotros seguimos avanzando de mal a mucho peor, sin querer convencernos de que la recuperación solo podrá lograrse si quienes deben ocuparse de sus incumbencias con sabiduría y sin prejuicios ideológicos, se deciden de una buena vez a hacer sus tareas como Dios manda.
Porque de la miseria sólo se sale con esfuerzo Y UNA SEVERA CONTRACCIÓN A LA VERDAD. Y no es eso precisamente lo que están haciendo los ya aludidos “Massa boys”, que cuentan además entre sus huestes con un señor Rubinstein, que borra con el codo lo que alguna vez escribió con la mano, poniendo una cara de resignación que indigna.
Por lo expuesto, le recordamos a este equipo de improvisados, una frase burlona que Ernest Hemingway le dedicaba a los macaneadores diciéndoles: “¿Sabes lo que termina convirtiéndote en un buen perdedor? La práctica”.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero