Pero la pasión de muchos políticos no sabe de esperas, y por lo tanto, son incapaces de postergar sus sueños egomaníacos al diseñar ciertas estrategias de inviabilidad absoluta, lo que termina desencadenando severas crisis sociales y económicas.
Lo notable, es que lejos de sentir humillación, redoblan la apuesta contraatacando a sus críticos y, acusándolos por la supuesta “mezquindad” de sus evaluaciones.
Lo comprobamos a diario.
Al mismo tiempo, comienza una etapa de sucesivos pasos dados en falso, en procura de “aggiornar” las consecuencias negativas de desvíos fatales que solo provienen de sus euforias pasajeras y los ponen a ellos mismos a parir.
La máxima exponente de estas conductas extraviadas en los últimos años ha sido Cristina Fernández.
Se trata de un verdadero arquetipo de lo que significa disertar sobre vaguedades -fundamentalmente autorreferenciales-, pugnando por establecer supuestos derechos sobre “redistribuciones” sociales y económicas sin ningún sustento académico y designando colaboradores de baja calidad moral y cultural al efecto (Boudou, Parrilli, Alberto F., Agustín Rossi, Tailhade, Mayans, Mayra Mendoza, Anabel Rodríguez Sagasti y muchísimos otros), que han terminado enrareciendo un escenario dominado por las ideas atrabiliarias de un kirchnerismo parapetado detrás de la advocación autoritaria de quien parece vivir dando siempre un paso más hacia la insensatez.
Hasta que se pinchó el globo; y hoy vemos a esta mujer arrogante, recluida y casi muda (lo que para ella es seguramente síntoma de angustia y desazón), cayendo derrotada en todas las batallas que libró; sobre todo en aquellas donde se la juzga por tropelías emergentes de actos de corrupción e impericia para gobernar.
Aquellos que se fueron cobijando bajo sus polleras, se esparcieron por doquier todos estos años personificando actitudes estrafalarias, pugnando por convencernos que saben bien adónde van y que somos unos perfectos ignorantes que debemos ser “conducidos” como ganado vacuno en una manga, para salir del valle de privaciones y desesperanza en el que ¡oh ironía! pretenden obligarnos a vivir.
Dice Friedrich Nietszche acerca de cuestiones semejantes en uno de sus parágrafos sobre la veneración de la locura: “al haberse observado que la emoción aclaraba la mente e inspiraba intervenciones felices, se pensó que con emociones más intensas se lograrían invenciones e inspiraciones más felices aún; de ahí que se venere a algunos locos como si fuesen sabios y oráculos”.
Cuando el hombre pasa de una alegría a una gran angustia sin solución de continuidad –agrega-, esto provoca que haya mucho de cómico en la tragedia. Como en nuestro caso, que pareceríamos estar volviéndonos totalmente locos al debatir fervorosamente cuestiones sin pies ni cabeza, como sugiere el filósofo austríaco.
¿Qué otra explicación más satisfactoria existe acerca de nuestros reiterados fracasos como sociedad desde hace no menos veinte años? Sinceramente, no la vemos.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero