Que el peronismo, como sucede de ordinario, haya arrasado en el jardín de la República y, a su vez, Juntos por el Cambio haya triunfado con comodidad en Mendoza, tiene que ver más con realidades de carácter local que con criterios de naturaleza nacional. No significa lo expuesto que no deba prestársele atención a cuanto ha ocurrido en los distritos en los cuales la ciudadanía ya ha expresado su voluntad. A lo que apunta es a evitar los análisis lineales. Dicho de manera distinta: no se pueden meter en la misma bolsa los resultados de dos comicios de naturaleza desigual.
Se entiende que -contados los votos- tanto las figuras estelares del kirchnerismo y las del radicalismo y el Pro se hayan apurado a volar a Tucumán los primeros, y a Mendoza, San Luis y Corrientes los segundos, con el propósito de abrazar a los vencedores y, al propio tiempo, repetir eso de que los triunfos obtenidos adelantan lo que va a pasar en agosto y en octubre, cuando toque elegir al próximo presidente de la Nación.
Los políticos indistintamente sean peronistas o liberales, radicales o socialistas, a la hora de llevar agua para su molino se comportan de la misma manera y enarbolan argumentos similares. Carecería de sentido que dejasen pasar la oportunidad de subirse al podio de los que han ganado. En eso, Wado de Pedro pegado a Jaldo y Manzur, como Horacio Rodríguez Larreta junto a Valdés y Patricia Bullrich subida al carro de Alfredo Cornejo, no se sacan ventajas ni acreditan diferencias de consideración.
Que los gobernadores de origen justicialista -especialistas en retener el poder en sus respectivas circunscripciones- tienen pocas esperanzas de que el candidato del gobierno sea capaz de retener la presidencia a fin de año, lo demuestra el hecho de que, en su gran mayoría, hayan decidido desdoblar la fecha de los comicios y tomar distancias de las elecciones nacionales. Nadie que no hubiera sido corto de entendederas hubiese pensado siquiera en la posibilidad de diferenciar su boleta de la de Juan Domingo Perón, de la de Carlos Menem o de la del matrimonio Kirchner entre los años 2003 y 2015. Todos sabían que solapar su suerte a la de aquellos caudillos nacionales era la única estrategia imaginable para ganar.
Ahora, en cambio, ninguno de ellos -más allá de sus declaraciones públicas- cree que el actual ministro de Economía, el titular de la cartera de Interior o el embajador en Brasil tengan chances de vivir en la residencia presidencial de Olivos a partir de mediados de diciembre. Posan de duros y se permiten exigir -no se sabe bien a quién- que no haya internas porque -bien mirada su situación- tienen poco que perder. Salvo Alberto Rodríguez Saá, del núcleo duro del peronismo provincial ninguno salió perdidoso y, en el peor de los escenarios imaginables, deberían negociar con un presidente liberal. Después de todo, con Mauricio Macri no les fue nada mal.
En las filas oficialistas, al margen de qué tan disímiles resulten sus posturas ideo- lógicas, existen hoy dos visiones encontradas respecto de cómo encarar las PASO.
En una vereda, poblada por La Cámpora, Massa y la mayoría de los jefes provinciales afines, están convencidos de que dar lugar a la interna abierta es algo así como suicidarse por anticipado en términos electorales. Habilitar un espacio de controversia para que dos o más pesos pesados diriman supremacías es no entender que el candidato con mayor número de votos del kirchnerismo bien puede salir cuarto detrás de Javier Milei, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta. En la vereda opuesta, Alberto Fernández, Daniel Scioli y Agustín Rossi -para nombrar a los más representativos- no están convencidos de que se corra ese riesgo. Afirman, por el contrario, que al final de la noche del domingo 13 de agosto, más allá de que quien gane llegue primero, el dato que reflejarán los medios será, junto al ganador, la suma del conjunto.
Sobre el particular hay dos contra argumentos que ninguna de las facciones oficialistas enfrentadas está en condiciones de enarbolar: 1) Los partidarios de las PASO bien podrían objetar a sus opugnadores el costo que tendría un nuevo dedazo. Pero no pueden hacerlo porque el presidente quedaría en ridículo. 2) Los que re- niegan de las internas abiertas podrían sostener que, si el total de votos de todo el espectro peronista sumase más que el de Juntos por el Cambio y el de La Libertad Avanza, el lunes 14 la probabilidad de que los mercados volasen sería altísima. Claro que ellos también se ven impedidos de hacerlo porque representaría un sincericidio.
Llegados a esta instancia y cuando sólo faltan diez días, poco más o menos, para que se anoten los candidatos que deseen competir en las PASO, nadie está en condiciones de afirmar si en el kirchnerismo se saldrán con la suya quienes desean evitar una confrontación electoral interna o los que quieren que sean las urnas las que definan quién encabezará, en los comicios de octubre, la boleta peronista. El hecho de que faltando tan poco tiempo la cuestión no se haya resuelto demuestra, básicamente, una cosa: a semejanza de lo que sucedió en 2002, hoy el poder en el peronismo está fragmentado.
Así como Eduardo Duhalde hizo las veces, en aquel entonces, de un primus inter pares, en esta ocasión Cristina Fernández no las tiene tan fácil, como cuatro años atrás, para bajarle el pulgar a uno y encumbrar a otro, según su antojo. En su fuero íntimo debe pensar que, si diese una orden y no fuese obedecida, su autoridad quedaría hecha harapos. Por lo tanto, no termina de decidirse y opta por repetir lo que ha sido una constante cuando ha tenido que enfrentar situaciones delicadas: llamarse a silencio.
Es más, ni siquiera sabemos si de verdad está de acuerdo con sus seguidores incondicionales, nucleados en La Cámpora. Todos imaginan que, si esta agrupación respalda a Wado de Pedro y pide evitar las internas abiertas, otro tanto debe pensar la Señora. Sin embargo, ella no ha voceado en público en ningún momento cuáles son sus preferencias respecto de una cuestión que tantas aguas divide dentro del oficialismo. Como es fácil de apreciar, el gobierno está en un triple brete: por de pronto, debe definir si hay o no PASO -y, cualquiera que sea la decisión que tomen las autoridades correspondientes, no todos estarán de acuerdo con la medida. La posibilidad de que, de resultas de una eventual suspensión de las internas abiertas, la grieta que ya existe entre los bandos en pugna pueda derivar en un rompimiento sonoro, es cuestión abierta a debate.
El segundo inconveniente a la vista es que, sin importar quién gane y quién pierda de puertas para adentro del kirchnerismo, lo cierto es que el que sea candidato se verá en figurillas a la hora de desarrollar su campaña electoral. Si defiende la acción gubernamental deberá hacerse cargo del desbarajuste económico, de la pobreza, de la inflación y de la inseguridad, obra de la administración presidida por Alberto Fernández; si, en cambio, pone distancias de lo hecho desde 2019 a la fecha, se transformará en opositor al gobierno de su propio partido. Pero hay un tercer berenjenal que está en el camino del candidato oficialista, quienquiera que este sea: las reyertas internas con la que deberá lidiar desde agosto hasta octubre, cuando menos; y hasta fines de noviembre, si acaso el oficialismo se metiese en la segunda vuelta. Los dos Fernández -Cristina y Alberto, se entiende- están llamados a escalar sus odios y eso representa un frente de tormenta seguro.
Vicente Massot