Miércoles, 12 Julio 2023 12:58

Del éxtasis al desencanto - Por Carlos Berro Madero

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Muchos políticos que irrumpen en el escenario social suelen vivir sus epifanías rodeados por el incienso de seguidores muy fanatizados que confirman su ascenso en la consideración popular, hasta que llega un instante en que, por motivos generalmente imputables a sus fallas conceptuales, dicha atmósfera devota se desvanece, dejándolos presos de su propia inconsistencia.

Hay casos en que el tumulto ruidoso ocurrido mientras conservan su poder carismático dura más tiempo. Otros, en los que el mismo solo alcanza para salvarlos del olvido por un cuarto de hora, por decirlo de algún modo. 

Por dar dos ejemplos del presente al azar, en el primer caso ubicamos a Cristina Fernández. En el segundo a Javier Milei.

Se trata generalmente de personas que en su fuero íntimo desprecian el igualitarismo y la democracia, vociferando sin disimulo alguno por la eliminación total de sus eventuales adversarios, utilizando un lenguaje violento, arrebatado y oportunista, que termina distrayéndolos de la necesaria concentración intelectual que les permita aplicar con inteligencia sus propuestas “operativas”, de modo que las mismas resulten exitosas.

Casi siempre predican principios para el desarrollo de una sociedad cerrada, impugnando arbitrariamente toda idea que contradiga una nueva “identidad cultural”, impregnada de un totalitarismo conceptual que termina asfixiando a todos.

Su actuación pone sobre el tapete una tradición que consideraba a la filosofía –y por extensión a la filosofía política-, como una “ciencia del alma”, cuya verificación debía observarse siempre en un comportamiento personal acorde con ella, lo que en el caso que analizamos no suele ocurrir.

Porque estos mistificadores profesionales solo dedican su tiempo a señalar con el dedo a los transgresores de ciertas normas atrabiliarias que buscan imponer mediante un discurso arrebatado, respecto de valores supuestamente “aggiornados” a los que la sociedad debería adscribir sin chistar.

Finalmente y con el paso del tiempo, suele ocurrir una denuncia, o la incomodidad de quienes se sienten menospreciados, que terminan exhibiendo los jirones de su propia inconsistencia.

Este ciclo se repite cada vez con mayor frecuencia, a pesar de haberse comprobado históricamente que las apelaciones a la unidad de “lo sagrado” jamás han logrado contribuir a la solución de las necesidades “pedestres” del hombre del común, y ante el fracaso de las propuestas de un líder mesiánico, sus seguidores comienzan a alejarse de él provocando su derrumbe, al comprobar que cuando la diferencia entre lo posible y lo imposible depende de nuestra decisión, la fe puede ser muy útil, pero no transforma en posible lo que es imposible, lo queramos o no.

Más aún, cuando este tipo de fe, está basada en la supuesta eficacia de las ideas de seres humanos probadamente mentirosos por naturaleza.

A buen entendedor, pocas palabras.

Carlos Berro Madero

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