El individuo corriente se ve atrapado de tal modo por la velocidad de anuncios arrasadores, que le impiden formarse una opinión adecuada de lo que puede suceder ante las opciones que se le proponen.
Por otro lado, el ritmo de la vida de todos los días lo sacude con mucha intensidad, confirmando las características de una sociedad que se ha tornado inviable desde cualquier punto de vista que se la mire, totalmente dividida por el pésimo manejo del tiempo que nos toca vivir y, como consecuencia, cómo pueden “calzarnos” las propuestas de quienes tratan de captar nuestra atención respecto de un pasado que nunca volverá a ser el mismo, ni repetirá la cantidad y calidad de opciones que ya no están disponibles para salir del impresionante estancamiento económico y social al que hemos arribado.
Este escenario condiciona cualquier proyecto de futuro, y nos convulsiona por la falta de instrumentos inteligibles, para poder delinearlo en tiempo y forma en el mundo facilista que hemos prohijado entre todos.
Al mismo tiempo, y aunque logremos proyectar algunas experiencias habidas, éstas resultan ser meras “aproximaciones”, que solo vaticinan un aumento de los
problemas que nos acosan si no nos decidimos a efectuar cambios radicales en nuestro estilo de vida.
Quienes deben decidir su voto en las elecciones de octubre próximo, se sienten angustiadas, tensos e incómodos por tener que tomar decisiones que desearían no recayesen sobre sus espaldas en este momento, sintiéndose tentados a bajarse de una calesita que gira y gira sin cesar y provoca una suerte de “quietismo popular” en los que piden que todo cambie, con la condición de que ello no ocurra radicalmente.
Se palpa claramente que la confusión y la incertidumbre originadas por la transitoriedad, la novedad y la diversidad, han sumido a la gente en una profunda apatía que “desocializa” a millones de ciudadanos que sienten el deseo de rendirse frente a la urgencia de tomar decisiones cruciales.
En ese escenario, las medidas propuestas por Javier Milei – algunas absolutamente necesarias sin duda alguna-, están actuando como un revulsivo y cuesta imaginar cómo reaccionará la gente al momento de entrar al cuarto oscuro, convencida que suponen afectar supuestos derechos “adquiridos” (¿).
Esto ha puesto a la sociedad frente al dilema de un plan futuro que debe atender urgencias que no admiten dilación alguna y se ve inmersa en los “dimes y diretes” de candidatos para gobernar el país después de diciembre, que se lanzan dardos envenenados unos a otros como si no hubiesen comprendido que hoy, como en tiempos del emperador Marco Aurelio, “menos es siempre más”.
En nuestra opinión, todo lo que ocurra el 22 de octubre próximo, responderá finalmente al estado de las vísceras de quienes sufren una crisis que ha mermado su capacidad de proveerse de un buen plato de comida, que les provoca una sensación de agobio por no lograr sacarse de encima la pata de un gobierno que ha terminado conculcando cualquier escenario de auténtica libertad democrática.
En este estado de situación, resultan ridículas –entre otras vulgaridades que debemos soportar-, las apelaciones de Sergio Massa al anunciar la eliminación del impuesto a las ganancias para los contribuyentes de cuarta categoría –algo que contribuirá al aumento del déficit del Estado-, arengándonos para que: “no ME compren dólares por favor, sino un autito” (sic).
¿Qué le pasa por la cabeza? ¿Cree que es momento para este tipo de humoradas casi insultantes?
Lo único que se percibe con claridad es que nadie se siente “como en su casa” y estamos presos de una sensación que nos provoca ser una suerte de extraños en tierra extranjera.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero