Opinión

Tarde, muy tarde, pero finalmente -y hasta tal vez merced a la buena fortuna para los honestos- se cayó el “relato” y se comienzan a confirmar las realidades largamente denunciadas y constantemente dilatadas o ignoradas sin sustento jurídico alguno.

El Congreso trata esta semana dos temas claves: en diputados el proyecto de reforma jubilatoria y blanqueo y en el Senado la designación de los candidatos del gobierno para cubrir las vacantes en la Corte.

En una escena que pareciera salida de una película de suspenso, José López, el hombre más poderoso en la estructura del ministerio de planificación que dirigía Julio de Vido fue detenido en un monasterio abandonado de Gral. Rodríguez mientras intentaba cavar una fosa para ocultar varios bolsos y una valija que contenían millones de dólares, euros, relojes suntuosos y armas de guerra.

Cuando Francisco era Jorge, el padre y luego el Obispo, aplaudían a palma batiente sus homilías, los mismos que hoy lo defenestran por sus gestos. Cuando hablaba desde el púlpito no era necesaria la traducción de sus pensamientos enérgicos.

Me propongo elogiar a Lilita Carrió, aunque le cuestiono estar un poco en pose o buscando ser la estrella en el gran show de las decadencias políticas y económicas del país. Es su principal defecto, que no se le pasará porque ya es mujer adulta y sabe lo que hace. El hecho es que su oficio de fiscal de la República es indispensable en el Parlamento y en la calle, en medio de las turbulencias actuales. Ahora, no mañana.

Las escenas de corrupción explícita de José López han herido la sensibilidad de los argentinos. Humillaron a los más pobres porque solamente con los 9 millones de dólares que trató de esconder en el monasterio, se podrían comprar 300 patrulleros o construir un hospital de última generación con helipuerto.

Los notorios voceros, beneficiarios y ganapanes K durante largos años de alabanzas al modelo desde Martín Sabbatella, Gabriela Cerrutti, los glamorosos Nancy Duplaa y Pablo Echarri o Daddy Brieva, entre otros personajes aun menores que ellos, han elucubrado un nuevo relato: “no sabíamos”, “estamos atribulados”, “es una estrategia para atacar al proyecto nacional y popular” y otras excusas oportunistas y huecas.

El caso José López va a impactar y va a producir cambios en por lo menos tres dimensiones de la realidad nacional.

Suele decirse que en la política de los regímenes autoritarios hay poca diferencia entre bandidos (los que roban a cara casi descubierta) y poderosos corruptos que detentan el poder absoluto. Éstos últimos manifiestan proteger a la comunidad de los bandidos, pero se comportan en realidad como ellos.

La escena un tanto grotesca, un tanto siniestra, de un ex secretario de Estado del régimen kirchnerista, pretendiendo saltar los muros de un convento para enterrar bolsas que contenían dólares, euros, yenes, relojes, bijouterie y armas largas, parece actualizar algunas reflexiones de Jacobo Timermann acerca del comportamiento de ciertos peronistas, quienes luego de hacer un negocio turbio de un millón de dólares, también se roban el cenicero que reposa en el escritorio de su confiado socio.

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